Voluntad,
propósitos y deseos

Francamente, creo que este asunto no
lo tenemos colectivamente muy bien resuelto. Queremos empezar cada nuevo año de
un modo mejor, abandonando o minimizando nuestros vicios (quisiéramos comer
menos, beber menos, fumar menos o no fumar, o hacer realidad esos pequeños
propósitos que nos harían ser mejores personas, aprender más, ser más
responsables, más preparados, más cultos… ); pero despedimos el año anterior
con toda suerte de excesos, que por supuesto se prolongan ampliamente después
de que las campanadas hayan señalado el final del 31 de diciembre, debilitando las
opciones de materializar cualquier buen propósito. El resultado más habitual es
que en las primeras horas del año han quedado ya incumplidos casi todos los propósitos
que se habían formulado solo unos días u horas antes. Es comprensible: queremos
llevar una vida más sana en lo relativo a la mente y al cuerpo, pero nos despedimos
de la vida anterior de la manera más insana que se nos ocurre… y ya no
encontramos el momento de parar. Si realmente algo nos parece un vicio, ¿a qué
viene esa obsesión de “despedirse” de ello practicándolo con especial
intensidad? La buena noticia es que en realidad cualquier día sirve para superarse
en cualquier aspecto, para empezar una vida mejor, para dejar de lado vicios o
molestos defectos. Entendí esto cuando, tras varios intentos infructuosos de
dejar de fumar exactamente con el comienzo del año, lo logré (hace ya ocho años)
comenzando un 7 de enero. Sí, hay que ser realistas: la imagen del año nuevo
como un libro con todas sus páginas en blanco, en el que podemos escribir exactamente
lo que queramos, parece ignorar que las inercias son fuertes: lo más probable
es que tendamos a escribir justamente lo mismo (y del mismo modo) que
escribimos en el libro del año anterior. Pero es cierto que, con voluntad,
podemos escribir lo que queramos no solo en cada nuevo libro, sino en verdad en
cada página. No hay que olvidar que cada día es una nueva oportunidad de
hacerlo mejor. Y no hay que torturarse si no se logra: mañana habrá otra
oportunidad.

Y qué decir de los buenos deseos. Tendemos a desearnos siempre lo mejor como si el que ello suceda dependiera siempre de instancias ajenas, tal vez la fortuna, el destino o la Divina Providencia. Comprenderán mis lectores que no es que yo no quiera la paz mundial, ni que rechace para ellos ni para mí la mayor felicidad y prosperidad (incluyendo, cómo no, los aspectos materiales y económicos) en 2014. Pero sé que todo eso no vendrá llovido del cielo, así que me entenderán si esta vez el deseo que formulo es que cada uno encuentre, en cualquier momento, la fuerza de voluntad necesaria para mejorar aquello que realmente desea mejorar en su vida. Y que todos seamos capaces de poner manos a la obra para construir una sociedad y un mundo cada vez mejores.

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