Vocación
docente
Cualquier día es bueno para
reflexionar sobre la importancia de la función docente, ya que los “días de”
son solo un pretexto para que la sociedad pueda detenerse a pensar en algo que
es importante. Y para ello, tanto valdría Santo Tomás de Aquino, como este San
Isidro que resulta coincidir con el “día del maestro” en México (dicho sea
entre paréntesis, a San Isidro no le ayudaban a arar los ángeles para que
pudiera descansar, como he leído hace poco, sino para que orase). “Maestro” es,
por muchos motivos, una palabra mucho más hermosa y simbólica que “profesor”, y
si a alguien se le hace que tiene menos significación, que piense en que es el
calificativo que pidió y aceptó para sí Nuestro Señor Jesucristo. En cualquier
caso, creo que nunca agradeceré suficientemente lo que han hecho por mí a mis
maestros, incluyendo en ese término a quienes me guiaron desde el “parvulario”
(que es lo que decíamos antes) hasta el doctorado, y que después de mis padres,
son quienes más han influido en cómo soy y en cuál es mi forma de entender la
vida y el mundo. Y eso es mucho más importante que la mera transmisión de conocimientos.
Nuestra sociedad siempre estará en deuda con tantos docentes entregados a su
labor con la consciencia de la gran responsabilidad que tienen, y que son
merecedores de la máxima consideración y respeto, el mismo que la mayoría
siempre hemos tenido por nuestros profesores, no tanto porque tuvieran
“potestas”, sino más bien porque la comunidad reconocía (y ellos supieron
ganarse) su “auctoritas”.
Siempre he creído que la labor
docente es esencialmente vocacional, y cuando así se concibe queda de lado la
cuantificación de los días y de las horas; el maestro lo es siempre y no solo
en un horario, y por ello debe ser un ejemplo para los alumnos y la sociedad en
toda ocasión. Muchas veces he dicho, medio en broma y medio en serio, que el
trabajo del profesor consiste básicamente en practicar algunas de las obras de
misericordia espirituales: desde luego, “enseñar al que no sabe” y “corregir al
que yerra”, pero también “dar buen consejo al que lo necesita”, y solo quienes
nos hemos dedicado a esta labor sabemos que en no pocas ocasiones la misma
implica “consolar al triste” y, cómo no, “sufrir con paciencia los defectos del
prójimo”. Una de las mayores
satisfacciones que me ha dado la vida es la de poder dedicarme a la enseñanza
(con independencia de los desempeños que temporalmente uno pueda hacer, creo
que la condición de “maestro” jamás se pierde), porque a decir verdad no
concibo un oficio más noble. Mi única aspiración ha sido siempre transmitir al
menos una parte de lo mucho que, como alumno, como discípulo y como profesor,
he recibido en la vida.
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