Sobre
belleza y fealdad
Hace
no mucho participé en un reto fotográfico cuyo tema era “cosas feas” (estas
cosas hacemos a veces los friquis de la fotografía) y el repertorio de fotos
presentadas -así como la elección de la mía propia- me hizo plantearme la
cuestión de si hay realmente algo (o alguien) objetivamente feo, algo
universalmente feo, feo sin paliativos. Y resulta bastante improbable que así
sea, porque en realidad consideramos que algo es feo porque no nos gusta lo que
representa, y ese desagrado depende de mil factores vinculados a nuestra
cultura, en un lugar y en un momento determinado. Había ahí, por ejemplo, fotos
feas porque representaban fenómenos que no nos gustan (como la contaminación o
la pobreza), y otras que reflejaban objetos que consideramos desagradables por
factores diversos, pero que son absolutamente naturales (por ejemplo, una fruta
pudriéndose). Por supuesto, si esta relatividad es cierta para la fealdad,
también ha de serlo para la hermosura. Consideramos bellas las imágenes o las
personas que nos transmiten armonía o agrado visual, y eso también depende de
muy variados factores. Tradicionalmente nos resultaban más agradables los
rostros de las personas que pertenecían a nuestra cultura, e incluso nos
costaba distinguir mucho más entre rostros de otras razas, por la falta de
costumbre para apreciar las diferencias individuales. Según la orientación o la
atracción sexual, es muy probable que nos parezcan más bellas las personas de un
sexo o de otro.
Pero diversos factores
han ido alterando todo esto. Es bien sabido que la consideración como más
estéticas de personas más gordas o más delgadas varía con el tiempo o con la
cultura. La Revista National Geographic España llevaba a su portada en febrero
de 2020 la necesidad de “redefinir la belleza”, y ahí podía leerse que “el
poder de las redes sociales y la industria de la moda contribuyen a crear una
cultura inclusiva en la que todas las mujeres pueden considerarse bellas”.
Quizá cuesta sostener eso pensando en alguna mujer en concreto -y no digamos si
se piensa en algún que otro hombre…-, pero lo cierto es que parece difícil
encontrar un canon o parámetro de belleza que universalmente válido, en el
tiempo y en el espacio. Es más, incluso para el mismo sujeto la valoración
estética de alguien puede variar con el tiempo. A veces me ha pasado que una
persona que me parece inicialmente fea, me termina pareciendo hermosa después
de conocerla, porque los ojos terminan viendo no solo el físico, sino a la
persona considerada globalmente. En fin, cuando tengo que explicar a los
alumnos la diferencia entre hechos y opiniones, siempre pongo como ejemplo
dudoso el de la fealdad. Sea como fuere, a mis lectores les deseo un año 2023
en el que disfruten de muchas cosas y personas hermosas…
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