¿Cómo
leemos?
Creo que todos mis alumnos -o al
menos los mínimamente atentos- ya saben que mi primera recomendación consiste
siempre en leer, mucho y bien. A veces hago este consejo en forma de pregunta,
diciéndoles si saben qué es lo más importante para aprender, y después de aclarar
que esto es leer, pregunto lo segundo más importante… que nadie suele adivinar,
pero también es leer; y así lo repito unas cuantas veces, aunque al final de
todo añado también “viajar”. Otras veces lo digo con la fórmula, más sintética
y elegante, empleada por Cervantes: “El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y
sabe mucho”. El caso es que hace poco, tras hacer estos comentarios de rigor en
un curso, uno de los alumnos pidió la palabra para decirme si podía preguntarme
algo personal, y espetarme directamente que cuántas horas al día leo. La
pregunta me sorprendió e inmediatamente me hizo pensar en cuánto y como leo ahora,
en comparación con lo que hacía hace muchos años. Quizá por eso lo primero que
me vino a la mente fue preguntar, a su vez, si se incluye el correo electrónico
y el whatsapp (entonces creo que leo 20 horas de 24…) y, sobre todo, si cabe
incluir lo mucho que leo en web o en libros digitales.
E
inmediatamente sentí pena al pensar en que hoy en día, para leer o escribir con
tranquilidad, la mayor parte de las veces hay que esperar a la noche, al fin de
semana, a los escasos ratos en los que nuestro móvil se calma y deja de emitir
continuos avisos de noticias intrascendentes, comunicaciones pretendidamente
graciosas, o cuestiones más urgentes pero en todo caso incompatibles con un
mínimo grado de concentración, tan conveniente para esas dos labores que están
entre las más importantes de mi vida, como son leer y escribir. Incluso, en una
especie de enorme paradoja, ahora los móviles incluyen cinco o seis “modos”
tendentes a obtener cierta tranquilidad (“no molestar”, “descanso”, “tiempo
libre”…) cuando lo más fácil para eso sería simplemente… dejar un rato el
móvil. Proclamamos a la vez el derecho a estar conectados, y el llamado “derecho
a la desconexión digital”. El caso es que sí, sigo leyendo mucho, pero en buena
medida leo de forma muy diferente. Voy “cayendo” en los libros digitales y en
las lecturas en web, con sus innumerables ventajas. Pero no abandono ni quisiera
abandonar jamás el libro en papel, con su olor, su tacto, su necesidad de luz
externa… pero su total ausencia de necesidad de batería, enchufe o conexión. Así
disfruto tantas veces ojeándolos y hojeándolos, contemplándolos ahí en la
estantería, incluso si no los he leído todavía, incluso si tal vez no los lea
nunca… ahí están, reclaman mi atención, se hacen presentes. Nada que ver con
los que “virtualmente” están en la tableta. Algunos no lo entenderán… pero he
llegado a pagar por tener un libro impreso cuando ya lo tenía en versión
digital.
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