Elogio de la manzana
La manzana es, sin duda, mi fruta
favorita. Sus propiedades dietéticas son innumerables, y sus ventajas,
incuestionables. Es sobradamente conocido ese dicho inglés (en realidad parece
que originario de Gales en el siglo XIX): “an apple a day keeps the doctor
away”. Es sana, tiene efecto saciante y se puede comer en cualquier momento y
lugar. Vaya a donde vaya, siempre procuro llevar una manzana encima si voy a
estar toda la mañana o toda la tarde fuera: así me aseguro una comida que
rápidamente puedo degustar en cualquier momento. Además, se pueden conseguir
fácilmente, en casi cualquier tienda, o en casi cualquier hotel si uno desayuna
fuera de cada. Y aunque me gustan todo tipo de manzanas, me quedo con las
rojas… y más aún con las manzanas Golden, de las que me encanta su textura y su
impresionante resistencia y duración. A veces, en caso de viaje, algunas me han
acompañado días y días, incluyendo desplazamientos en mochilas o maletas, sin
estropearse en absoluto.
La manzana es tan valiosa y
codiciable, que no es extraño que prácticamente todos los artistas que han
plasmado el árbol de la ciencia del bien y del mal han imaginado que la fruta
prohibida era… ¡una manzana roja!, a pesar de que nada dice el Génesis. Y es
que, puestos a imaginar a nuestros primeros padres arriesgando su vida
paradisíaca por comer fruta, cabe pensar en una que ejerciera un atractivo tan
irresistible como para desobedecer la prohibición divina: y a nadie se le ocurre
nada más tentador que la fruta del manzano, a ser posible grande y con una piel
de intenso color bermejo. Y Dios, que evidentemente tenía que ser justo y
cumplir su palabra, expulsándonos del Paraíso, no quiso excederse en su dureza,
y nos dejó, incluso en este destierro, seguir comiendo y disfrutando de las
manzanas, ya que con un criterio estricto podría habernos privado de ellas para
toda la eternidad. Salimos del Paraíso (porque es imposible mantener una vida
paradisíaca cuando se es consciente de lo que está bien… y de lo que está mal),
pero nos quedan para siempre las manzanas, y además ya no están prohibidas. Y
si todo lo anterior no fuera motivo suficiente de elogio, no hay que olvidar
que la manzana puede también tener el destino más noble y sublime que
imaginarse pueda: convertirse en ese “manjar de dioses” de sabor insuperable y
maravillosos efectos sobre el cuerpo y el alma, que es la sidra. Que se consume
en muchos lugares del mundo, pero -me permito decir- alcanza su techo
insuperable en Asturias. Y es que no es casualidad que, en este destierro
terrenal, esa tierra del norte de España es lo más parecido al paraíso…
(Fuente de las imagines:
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