jueves, 8 de marzo de 2018

De verdades, mentiras y mitos (doble)

De verdades, mentiras y mitos (doble)






            Hace algunos meses, la revista National Geographic España incluía un amplio reportaje en el que trataba de dar respuesta a la pregunta “¿por qué mentimos?”. Entre sus conclusiones, no solo destacaba la idea de que la mentira está estrechamente relacionada con la inteligencia humana (de manera que mentimos porque somos inteligentes, y aprendemos a mentir como parte de nuestro aprendizaje); sino también la de que las mentiras tienden a funcionar porque -acaso contra todo lo que deberíamos haber aprendido- tendemos siempre a creer y a confiar en lo que otros nos cuentan, y no a cuestionarlo. Además, otro aspecto curioso es que tendemos a limitar y sofisticar nuestras mentiras, no solo para que sean más creíbles para los demás, sino tal vez, también, para creérnoslas nosotros mismos. Salvo algunos casos muy extremos, no solemos exagerar nuestras mentiras, sino mezclarlas con algunas verdades, para dar de nosotros mismos una imagen más próxima a lo que nos gustaría ser, pero también más creíble. Desde luego, a mi juicio lo anterior no puede ser una justificación de la mentira, sino la explicación de por qué esta es en cierta medida “natural” y muchas veces el “camino fácil” y más tentador. Pero no, por supuesto, el más honesto.


            El caso es que esa mezcla de mentiras y verdades (o medias verdades) que muchas personas utilizan de forma más o menos cotidiana para dar la imagen que ellos o los demás esperan es, a nivel colectivo, la materia prima de los mitos. Hoy vivimos una época que algunos han llamado la “posverdad”, pero que es en realidad esa mentira, mayor o menor, construida sobre algunas medias verdades, pero que todos estamos dispuestos a creer, porque es más agradable, positiva, o da nuestra mejor imagen colectiva. No importa cómo somos, sino la imagen que damos de nosotros mismos. He de ser sincero -especialmente en este artículo-: más de una vez, cuando he conocido en persona a alguien a quien primeramente conocí a través de una red social, la primera impresión tiende a ser decepcionante. La verdad “pura” suele ser tan “dura” y molesta, que antes de expresarla solemos pedir permiso, y por ello es común preguntar “¿puedo ser totalmente sincero?”. Una pregunta, por cierto, que suele ser respondida con absoluta falta de sinceridad, ya que casi siempre contestamos “¡desde luego!”, cuando en el fondo estamos pensando algo así como “no veo la necesidad”…  

           En todo caso, y como apuntaba, la mezcla de medias verdades y mentiras que algunas personas usan para transmitir una imagen, la utilizan también las sociedades y las naciones para crear sus mitos. La posverdad no es una novedad de nuestros días; solamente sucede que hoy Internet y las redes sociales la ponen al alcance de cualquiera. Pero hay -no sé muy bien cómo llamarlo- una historia de la posverdad, o una “preverdad”, constituida por esos mitos colectivos, que fueron creados quizá hace siglos, y son a lo largo de la historia recuperados o revisados y cuestionados, según los momentos. Desde Wifredo el Velloso con sus dedos ensangrentados creando el signo que sería (si fuera cierto) la base de la bandera de la corona de Aragón, la Virgen en la batalla de Covadonga o Santiago en Clavijo, hasta el “mito” más reciente que algunos han creado con los hechos del 1 de octubre en Cataluña, pasando por el origen del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, encontramos casos en los que “ajustando”, manipulando, o moviendo algunas circunstancias estratégicas en un fondo de hechos reales, se construye un mito colectivo. Hay incluso alguna bibliografía que analiza cómo el “mito gótico” estuvo presente de forma mucho más profunda de lo que se cree en nuestro siglo XVIII (supuestamente el siglo de las luces y la razón) para “reconstruir” una constitución histórica española de origen medieval, que respondiera a un ideal de libertad y limitación del poder. Construcción no exenta de ciertas bases históricas reales, y que nuestros constituyentes gaditanos supieron utilizar en las Cortes de 1810 para justificar que la superación de la monarquía absoluta no implicaba una ruptura, sino una vuelta a los orígenes auténticos.

            Nuestra posverdad tiene, en realidad, las mismas bases que estos mitos históricos. La diferencia, como ya apunté, es que su construcción está casi al alcance de cualquiera. Y ello es debido a dos factores relacionados: 1) como he señalado varias veces, hoy cada persona es un medio de comunicación. Cualquiera tiene una cámara de fotos en el bolsillo, acceso a los programas de edición, y un blog o perfil en redes sociales; 2) la “mentira emotiva” es mucho más verosímil cuando viene apoyada por una imagen. No importa si está alterada o sacada de contexto, para quienes están deseando creerlo, es una prueba irrefutable. Por eso creo que es especialmente importante “desconfiar”, contrastar con diligencia  noticias e imágenes, colaborando en la búsqueda de la verdad. Como decía Machado, “¿Tu verdad?, No, la Verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”.

(Fuente de las imágenes: 


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