De verdades, mentiras y mitos (doble)
Hace algunos meses, la revista
National Geographic España incluía un amplio reportaje en el que trataba de dar
respuesta a la pregunta “¿por qué mentimos?”. Entre sus conclusiones, no solo
destacaba la idea de que la mentira está estrechamente relacionada con la
inteligencia humana (de manera que mentimos porque somos inteligentes, y
aprendemos a mentir como parte de nuestro aprendizaje); sino también la de que
las mentiras tienden a funcionar porque -acaso contra todo lo que deberíamos
haber aprendido- tendemos siempre a creer y a confiar en lo que otros nos
cuentan, y no a cuestionarlo. Además, otro aspecto curioso es que tendemos a
limitar y sofisticar nuestras mentiras, no solo para que sean más creíbles para
los demás, sino tal vez, también, para creérnoslas nosotros mismos. Salvo
algunos casos muy extremos, no solemos exagerar nuestras mentiras, sino
mezclarlas con algunas verdades, para dar de nosotros mismos una imagen más
próxima a lo que nos gustaría ser, pero también más creíble. Desde luego, a mi juicio
lo anterior no puede ser una justificación de la mentira, sino la explicación
de por qué esta es en cierta medida “natural” y muchas veces el “camino fácil”
y más tentador. Pero no, por supuesto, el más honesto.
El caso es que esa mezcla de mentiras
y verdades (o medias verdades) que muchas personas utilizan de forma más o
menos cotidiana para dar la imagen que ellos o los demás esperan es, a nivel
colectivo, la materia prima de los mitos. Hoy vivimos una época que algunos han
llamado la “posverdad”, pero que es en realidad esa mentira, mayor o menor,
construida sobre algunas medias verdades, pero que todos estamos dispuestos a
creer, porque es más agradable, positiva, o da nuestra mejor imagen colectiva.
No importa cómo somos, sino la imagen que damos de nosotros mismos. He de ser
sincero -especialmente en este artículo-: más de una vez, cuando he conocido en
persona a alguien a quien primeramente conocí a través de una red social, la
primera impresión tiende a ser decepcionante. La verdad “pura” suele ser tan
“dura” y molesta, que antes de expresarla solemos pedir permiso, y por ello es
común preguntar “¿puedo ser totalmente sincero?”. Una pregunta, por cierto, que
suele ser respondida con absoluta falta de sinceridad, ya que casi siempre
contestamos “¡desde luego!”, cuando en el fondo estamos pensando algo así como
“no veo la necesidad”…

Nuestra posverdad tiene, en
realidad, las mismas bases que estos mitos históricos. La diferencia, como ya
apunté, es que su construcción está casi al alcance de cualquiera. Y ello es
debido a dos factores relacionados: 1) como he señalado varias veces, hoy cada
persona es un medio de comunicación. Cualquiera tiene una cámara de fotos en el
bolsillo, acceso a los programas de edición, y un blog o perfil en redes
sociales; 2) la “mentira emotiva” es mucho más verosímil cuando viene apoyada
por una imagen. No importa si está alterada o sacada de contexto, para quienes
están deseando creerlo, es una prueba irrefutable. Por eso creo que es
especialmente importante “desconfiar”, contrastar con diligencia noticias e imágenes, colaborando en la
búsqueda de la verdad. Como decía Machado, “¿Tu verdad?, No, la Verdad, y ven
conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”.
(Fuente de las imágenes:
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