miércoles, 7 de septiembre de 2016

La misma ilusión

La misma ilusión


            Hay pocas cosas, lugares, personas, o actividades que nos despiertan el mismo sentimiento y el mismo interés toda la vida. Y aunque ese sentimiento llegue a hacerse rutinario, y a veces no seamos capaces de percibirlo, ahí está. Y aunque a veces nos sintamos decepcionados o frustrados, el sentimiento permanece. Puede ser la mujer (o el hombre) de tu vida, tu ciudad o un lugar favorito o con el que tienes especial vínculo, tu equipo de fútbol, una afición o una actividad vocacional, por ejemplo. En este sentido, y como mi mujer y mi familia me conocen, no se molestan si los incluyo entre mis afectos en la misma lista (aunque no en el mismo puesto) que la ciudad de Toledo, mi amado oriente asturiano, o “mi” Atlético de Madrid (que es quizá, de todos los citados, el que más veces me ha provocado decepciones, de las que siempre me recupero). Son, claro está, afectos diferentes, pero son esos sentimientos que permanecen sin condiciones y no piden nada a cambio. Cuando ese sentimiento lo provoca una actividad determinada, que se convierte en una de las más importantes de tu vida, hablamos de vocación. Siempre te gusta y nunca te cansa. Si se trata de aficiones (en mi caso, por ejemplo, leer, escribir, caminar, hacer fotos) es más fácil entender que ese gusto por la actividad no decaiga, ya que esta es practicada en los momentos de ocio y en los contextos más gratos de la vida. Pero si esa vocación es tu trabajo, entonces puedes sentirte enormemente privilegiado.


            En estas fechas hace 25 años del curso (1991/1992) en el que comencé mi actividad docente e investigadora. No me gusta hablar de mí en este espacio, y odiaría que esto pareciera una especie de autohomenaje. Al contrario, precisamente al recordar, al menos por un momento, aquel curso y los años que han transcurrido desde entonces, lo primero que siento es la necesidad de reconocer públicamente lo mucho que han aportado a mi formación y a mi misma forma de ser, los miles de alumnos (difícil calcular su cifra exacta) que he tenido en este período. Más de una vez me he preguntado si en lo que soy como profesor han influido más mis propios profesores y maestros, o mis alumnos. Lo que está claro es que a ambos les debo permanente gratitud, pues sin ellos yo no sería hoy la misma persona. Si yo hubiera podido aportar u ofrecer a estos alumnos, o a algunos de ellos, al menos una parte de lo recibido, me sentiría satisfecho. Mi sensación es de haber recibido mucho más de lo que haya podido aportar. En cualquier caso, como dice una letra de Joaquín Sabina, “si alguna vez he dado más de lo que tengo, me han dado algunas veces más de lo que doy”. De lo que hoy estoy seguro es de que estas actividades (la docencia y la investigación, que están tan estrechamente relacionadas que no podría separarlas) son mi verdadera vocación, aquello que deseo seguir haciendo, así que pido disculpas por mis errores o por las veces que no lo haga todo lo bien que debiera. Y estoy tan seguro de esa vocación, no porque esto haya sido un camino de rosas, sino porque a pesar de los sinsabores, disgustos o decepciones que he tenido, sigo sintiendo que esto es lo que más me gusta. Y también lo estoy porque ahora que está a punto de empezar un nuevo curso, siento exactamente la misma ilusión que cuando hace un cuarto de siglo iniciaba mi profesión universitaria. Esa misma emoción de los días previos, el mismo hormigueo del día inicial. El mismo deseo de motivar, de transmitir, también de seguir aprendiendo, de ofrecer a otros mis modestos conocimientos. Tal vez ese anhelo tan humano de dejar algo de mí a las futuras generaciones.    

(fuente de la imagen: http://elprofedefisica.naukas.com/2011/01/21/ilusion/)

No hay comentarios:

Publicar un comentario