Centenario de Camilo José Cela
En mi adolescencia,
“La familia de Pascual Duarte” y “La Colmena” fueron dos de las lecturas que
más me impactaron. La primera, una novela fuerte y dura, que a nadie podía
dejar indiferente: la segunda, una compleja y magnífica obra coral que me
trasladaba a un momento que no conocí (el Madrid de la posguerra), pero del que
a mi generación aún le llegaron ecos. Creo recordar que ambas fueron lecturas
obligatorias en el colegio, aunque tengo mis serias dudas de que estos libros,
o cualesquiera otros, se sigan manteniendo como tarea imprescindible para los
alumnos de secundaria o bachillerato hoy en día. El caso es que luego fui
leyendo buena parte de sus novelas, y no pocos artículos, y sin ser
especialista, me atrevería a decir que su obra nunca me defraudó. Sería difícil
elegir mis libros favoritos de Cela, pero aparte de los mencionados, no podría
dejar de destacar las que acaso sean sus novelas más gallegas, “Mazurca para
dos muertos” y “Madera de boj”, ambas innovadoras en muchos aspectos,
vertebradas por un ritmo constante y monótono, que llega a ser aplastante, en
un caso viene marcado por la lluvia incesante en un valle que viene ser el universo para sus habitantes, y en el
otro por las olas que ¡zas! de forma inclemente golpean y golpean la costa y
hacen naufragar a los barcos, mientras los hechos se suceden. Y tampoco dejaré
de citar su más famoso libro de viaje, el archiconocido “Viaje a la Alcarria”
que le vinculó definitivamente a Castilla-La Mancha y nos descubre la vida
rural de esa encantadora comarca en los difíciles años 40. No seguiré citando
otras obras que también me encantaron, aunque me permito recordar que le rendí
mi particular homenaje con una cita que abre uno de mis libros jurídicos (que
se refería a la peligrosa afición de los juristas, compartida con los
charlatanes de feria, los políticos y otros, a jugar con las palabras…)
Más allá de su obra literaria, sin
duda alguna Cela fue un personaje controvertido, llamativo, que en ningún caso
dejaba indiferente. Hay mil y una anécdotas, no sé si todas ciertas, sobre sus
frases o comentarios en los más diversos escenarios, destacando quizá aquella conversación
sobre las diferencias entre estar dormido y estar durmiendo, que como senador
en las Cortes constituyentes mantuvo con el presidente de la Cámara o la
Comisión. O su práctica de las siestas de “pijama, padrenuestro y orinal”. Tal era su fama, que cuando en 1989 obtuvo en
Nobel de literatura, se especuló con su reacción, con si iría y cómo iría, o
qué diría al recibirlo. Pero en esa ocasión quiso mantener la solemnidad del
acto, y pronunció uno de los más hermosos discursos que he leído en defensa y
elogio de nuestro idioma. En aquella fecha ya era Príncipe de Asturias, y luego
fueron “cayendo” los premios más importantes que le faltaban, como el Planeta y
el Cervantes. Por encima de las polémicas sobre el personaje, o incluso sobre
su vida privada, permanece su incuestionable genialidad literaria. Su obra
siempre me ha parecido radicalmente innovadora, y creo que ha sido uno de los
mejores escritores españoles de la segunda mitad del siglo XX. El pasado 11 de
mayo se cumplió el centenario de su nacimiento, y aunque esta efeméride ha sido
declarada por el Ministerio de Educación y Cultura como “acontecimiento de
especial interés público”, me da la sensación de que es poco lo que se ha hecho
para recordar a este autor y fomentar su lectura, o poca la publicidad que se
ha dado a lo hecho. El caso es que la fecha está pasando sin pena ni gloria, y
con honrosas excepciones como la Diputación de Guadalajara, pocas entidades han
dado realce a la conmemoración. Una pena.
(fuente de la imagen: http://cvc.cervantes.es/literatura/escritores/cela/)
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