El centro
Algunos
dicen que el centro político no existe. Que eso que llamamos “centro” es en
realidad una amalgama de ideologías diversas, y por tanto una posición política
incoherente, vacía o carente de un perfil propio. En mi opinión, para empezar y
aunque pueda resultar sorprendente, no siempre la coherencia es la mayor virtud
en política. Si entendemos por coherencia “actitud lógica y consecuente con los
principios que se profesan” (2ª acepción de la palabra en el diccionario de la
Academia), podríamos decir que los nazis fueron coherentes… con su idea de la
superioridad de la raza aria. Y esta coherencia, al partir de una premisa
errónea y perniciosa, tuvo nefastas consecuencias. Así que, para empezar, la
coherencia requiere que unos principios “correctos” o “positivos”. Pero resulta
que en el mundo de las ideas políticas, existen principios y valores que
nuestras sociedades pueden considerar más o menos positivos, pero que en la
práctica pueden entrar en contradicción, o al menos se sitúan en cierta
situación dialéctica o de tensión. Acaso el ejemplo más claro sea el de los
principios de libertad y de igualdad. Está comprobado que la máxima libertad de
todos en todo hace inviable la igualdad real; de hecho, suele acrecentar las
desigualdades, pues sin control o corrección, los ricos tienden a ser más
ricos, y los pobres más pobres. Pero la imposición de la igualdad total en
todos los resultados choca con la libertad humana: si todos tuviéramos que
tratar igual a todos, no podríamos favorecer a nuestra iglesia o a nuestras
asociaciones preferidas, si fuera el caso. Además, si el resultado es que todos
vamos a tener siempre lo mismo, desaparece todo incentivo a la libre
iniciativa. Por ello ser “radical”, o sea defender un principio desde la raíz
como fundamento de una sociedad o de la convivencia, supone casi siempre
minusvalorar o ignorar otros igualmente importantes.
Creo
que nuestra historia contemporánea ha puesto de relieve demasiadas veces los
inconvenientes de la radicalidad, y quizá por ello las democracias más
avanzadas se caracterizan por la alternancia de mayorías parlamentarias (y de
gobiernos) moderadas y relativamente “centradas”. Porque en los temas importantes, la cuestión
esencial es el énfasis y la mayor incidencia de unos u otros principios, dentro
de los que nuestras sociedades consideran admisibles, o incluso positivos y los
incorporan en sus constituciones. Por eso creo que, si debatimos en términos
sensatos y razonables, deberían estar superados dilemas como los de
liberalismo-socialismo, mercado-intervencionismo, privado-publico, generación
de riqueza-distribución de la riqueza, Estado de derecho-democracia, por poner
solo algunos ejemplos. La fórmula “Estado social y democrático de derecho” está
para intentar resolver esas tensiones. Los debates interesantes son, por ejemplo, los relativos
a cuál es la intensidad deseable del mercado, cuáles son las prestaciones
sociales convenientes y sostenibles, cuál es la carga fiscal adecuada en cada
momento y cómo debe distribuirse. Es decir, cuál debe ser en cada momento el
resultado de la ponderación entre libertad e igualdad. Ser de centro es situar estos
debates (e incluso otros como los de centralización-descentralización, libertad
religiosa-laicidad, entre otros) en el marco de la ponderación entre principios
razonables.
(fuente de la imagen: http://politicaparaprincipiantes.com/2013/07/15/que-diablos-significa-estar-en-el-centro-politico/)
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