Reencuentro
histórico
Cuando se produjo la revolución
cubana, la ruptura de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, o la invasión
de bahía de Cochinos, ni Obama ni yo habíamos nacido. La situación que se creó
fue uno de los puntos más álgidos de la guerra fría, con toda la tensión que
implicaba la existencia de un Estado comunista apoyado firmemente por la Unión
Soviética, a unas pocas millas de la costa de los Estados Unidos. Pero la
guerra fría terminó hace ya un cuarto de siglo, podría decirse que con la
“victoria” de los Estados occidentales, pues dicho final puso de relieve de
forma general el fracaso de los sistemas comunistas. Hoy los sistemas
comunistas que sobreviven, o se han transformado profundamente como China (en
el ámbito económico, aunque no tanto político) o son una absoluta excepción en
términos globales. Sin embargo, las amenazas para los valores occidentales no
han cesado en el nuevo siglo, de manera que Estados Unidos y los demás Estados
fundamentados en la democracia, el pluralismo y los derechos humanos tienen en
la actualidad muchos otros motivos de preocupación, empezando sin duda por el
grave peligro que supone el terrorismo internacional.
En este contexto, se entiende
perfectamente y es digno de aplauso para las dos partes el histórico anuncio
del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos. La
pervivencia de esa incomunicación entre ambos Estados, que quizá haya obedecido
a razones muy peculiares y singulares (entre las cuales no cabe ignorar la presión
del lobby cubano-norteamericano, o últimamente la falta de acuerdo sobre la
devolución de algunas personas), estaba hoy ya totalmente fuera de lugar,
máxime si tenemos en cuenta que Estados Unidos mantiene hace décadas relaciones
cada vez más intensas con China. El embargo a Cuba nunca tuvo demasiada
justificación, y su mantenimiento no beneficiaba a nadie. En realidad esa
incomunicación era uno de los últimos “flecos” de la guerra fría, y el
restablecimiento de relaciones es un hecho importante que abre una nueva era.
Por supuesto, se trata solo de un primer paso para que ambas partes vayan
flexibilizando las mutuas trabas que mantienen. Luego cabe prever que
paulatinamente se abrirá paso la normalización de la circulación de personas y
capitales entre Estados Unidos y Cuba en condiciones equiparables a las que
tienen la mayoría de los Estados que mantienen relaciones. Desde luego, nada de
esto afecta a la valoración de lo que cada Estado ha de hacer en términos de
democracia y derechos humanos. Lamentablemente ningún Estado es hoy un ejemplo
o modelo perfecto, pero el caso de Cuba, con ausencia de pluralismo político y
de garantía de las libertades individuales y políticas básicas, sigue
situándose fuera de la órbita de las naciones que solemos considerar dentro de
los parámetros comunes de libertad y democracia, y por tanto debe dar pasos en
esa línea, los cuales deberían ser prioritarios incluso a las reformas
económicas. En todo caso, siempre he pensado que las relaciones entre los
pueblos y las personas son más importantes y positivas que las de los Gobiernos
(algo muchas veces aplicable a la siempre intensa relación entre españoles y
cubanos a pesar de algunos gobiernos), por tanto la noticia me alegra además
por lo que tiene de bueno para cubanos y estadounidenses.
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