¿Qué
le espera a Felipe VI?
Desde cierta perspectiva, podríamos
pensar que el nuevo Rey Felipe VI lo tiene todo a favor para reinar mucho
tiempo con éxito. Por un lado, la legalidad de su reinado no parte de las leyes
vigentes en una dictadura, como le sucedió a su padre, sino que tiene su origen
en la propia Constitución, al igual que su legitimidad (que se añade a su
legitimidad dinástica, aunque este no sea el factor relevante en democracia). Hay,
además, una mayoría de personas partidarias de esta monarquía en España. Y por
otro lado, su preparación en cuanto a conocimiento, titulación, idiomas, y
experiencia, supera probablemente a la que nunca haya tenido un Príncipe de
Asturias en la Historia de España. Sin embargo, si nos fijamos en otros aspectos,
podría afirmarse que su posición es difícil y su futuro, incierto. Asume la
Corona cuando la crisis económica aún no ha terminado de superarse, y sus
consecuencias en la población son notorias. El número de simpatizantes con la República,
aun siendo minoría según todos los estudios, alcanza cifras nunca conocidas en
las últimas décadas. Y en cualquier caso es incuestionable que la imagen de la Corona
se ha deteriorado por diversas razones en los últimos años. Por lo demás, el
reto abiertamente secesionista que han planteado las instituciones catalanas no
es el mejor contexto para España, ni para el papel de la Corona. Esta, a decir
verdad, bien poco puede hacer para resolver el problema, pero parece que tanto algunos
“constitucionalistas” como otros “soberanistas” quisieran que de algún modo medie
o intervenga para desbloquear la situación.
Por todo lo anterior, se comprende
que algunos auguren un reinado largo y exitoso, y otros corto y espinoso.
Además, demasiadas veces tienden a mezclarse los análisis objetivos con los
deseos. En cualquier caso, aunque en España pocas veces los cambios de régimen
han sido consecuencia de una reforma del sistema jurídico –constitucional y han
encontrado base en la legalidad anterior, como constitucionalista que cree en
la democracia y en el Estado de Derecho, yo no debería siquiera considerar
otras opciones que el mantenimiento de la monarquía parlamentaria, o su
sustitución por una República mediante una reforma constitucional que
requeriría la aprobación de 2/3 en cada Cámara, en dos legislaturas sucesivas,
además de un referéndum. Algo que hoy parece poco probable. En todo caso, muy
mal haría el nuevo Rey si pensara solo en estos términos probabilísticos y
jurídicos-formales. Un monarca parlamentario tiene que mantener una actitud
ejemplar en todos los aspectos públicos e institucionales, tiene que trabajar
con rigor en todo momento, cumpliendo sus funciones pero jamás extralimitándose
de ellas; tiene que saber ganarse día a día la simpatía y el afecto de la
mayoría del pueblo y la sintonía con los representantes institucionales. La
legitimidad carismática no tiene ningún significado constitucional, pero de
alguna manera es importante obtenerla y conservarla, para sumarla a la que da
la Constitución. Deseo que Felipe VI sepa hacerlo y que hoy inauguremos un
reinado largo y exitoso, y sobre todo positivo para España.
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