jueves, 18 de abril de 2013

El principito


El principito

            En el mes de abril de hace ahora setenta años fue publicado en Nueva York el más famoso y leído de los libros de Antoine de Saint Exupéry, aviador de guerra y escritor que fallecería al año siguiente, y que será siempre recordado por escribir esta preciosa y pequeña obrita. “Le Petit Prince” fue traducido a más de 250 idiomas, y es hoy uno de los libros más vendidos de todos los tiempos. Tengo la sensación de que  sus páginas -que aparentan dirigirse a los más pequeños pero encierran una gran profundidad filosófica- marcaron la infancia de muchos niños de mi generación. Yo recuerdo leer el libro varias veces, en casa con mi madre, en el colegio, y luego he vuelto a él de mayor en no pocas ocasiones. Y puede que sea porque esas lecturas hechas en los primeros años de la vida se valoran después mucho más (dicho sea entre paréntesis, no sé si los niños de hoy leen este libro, en realidad no sé si leen algo que no aparezca en una pantalla de ordenador o en algún servicio de mensajería instantánea), pero la verdad es que no he vuelto a encontrar muchas páginas tan sencillas y tan llenas de significado en ningún otro libro. Puede que algunas obras de Paulo Coelho se aproximen de algún modo a ese enfoque a la vez simple y profundo, pero la verdad es que el autor brasileño (que también me gusta mucho) suele incorporar a sus obras un tono místico que al lado de “El principito” se me hace a veces algo empalagoso. 

            Y es que la narración de la historia del pequeño niño que viene de otro planeta y aparece de repente en el desierto (pero no es un marciano, ni hay naves extraterrestres, ni hay que preguntarse por qué…), y sobre todo la manera de hacernos comprender la forma que tiene de entender la vida, es simplemente sublime. Es, dejando a un lado la Biblia, una de las lecturas que más huella han dejado en mí. Ciertamente, demasiadas veces tiendo a olvidar que es más importante el tiempo que el dinero, y que desperdiciamos aquel dando importancia a lo que realmente no la tiene; que la amistad es un valioso tesoro, que merece la pena “domesticar” a alguien (y también dejarse domesticar”), que una rosa en un lejano y pequeñísimo planeta que solo tiene tres volcanes es la más valiosa posesión porque es frágil y única… A veces olvido, en fin, que hay que ser simple e intuitivo para ver el elefante dentro de la boa y no un sombrero. Pero cuando ese olvido amenaza con destruirlo todo, casi siempre aparece ese niño de cabellos rubios como el trigo para recordarme que me estoy equivocando.       

No hay comentarios:

Publicar un comentario