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rezando
Sí, por si alguien todavía no lo
sabe, el nuevo Papa es el primer Papa jesuita, y el primer Papa latinoamericano
de la Historia. Como español, me gusta que pertenezca a la gran orden fundada
por el santo de Loyola. Como latino-europeo, me siento hermano de todo
latinoamericano y me alegro de que el nuevo Jefe del Estado Vaticano proceda de
un país tan cercano en mis sentimientos, y en el que tengo tantos buenos
amigos, como Argentina. Pero creo que nada de esto es lo más importante. Del
perfil de Jorge Mario Bergoglio es más destacable su sencillez, su austeridad y
su humildad, su implicación contrastada con los pobres y con los más
necesitados, además de su formación. Y en su primera aparición pública como
nuevo Pontífice de la Iglesia católica, aun antes de conocer casi nada de su
pasado, fueron otros los aspectos que me llamaron la atención.
Por un lado, Bergoglio eligió el
nombre de Francisco de Asís, acaso el santo que mejor representa la idea de
pobreza y de sencillez; pero también el de Francisco Javier, nuestro gran santo
navarro, el más misionero, el que se propuso la ingente tarea de iniciar la
evangelización de vastas tierras e imperios orientales. Luego, con toda
sencillez y serenidad, saludó e hizo más o menos esta broma: “parece que mis
hermanos cardenales han ido casi al fin del mundo a elegir al obispo de Roma,
pero aquí estoy”. Pero sobre todo, tuvo el gesto novedoso (al menos yo no lo
recordaba a ninguno de los papas cuya primera comparecencia como tales he
podido vivir) de iniciar su alocución con una oración, rezando con los fieles
por el Papa emérito y por todo el mundo. Y, antes de dar la bendición urbi et orbi, rogó a los congregados que
pidieran a Dios la bendición para él, inclinando la cabeza. Este inédito gesto
de humildad logró unos instantes de extraordinaria comunión espiritual en los
que miles de creyentes en la Plaza de San Pedro y millones en todo el mundo
rezábamos juntos, y me parece la imagen más potente y el mejor augurio para el
nuevo papado. La Iglesia necesita renovación, pero creo que la misma no debe
encontrarse en una mera adaptación acrítica a todo lo que hoy se considera “dominante”,
ni en una huida hacia adelante, sino más bien en una vuelta a las esencias del
cristianismo. Si el nuevo Pontífice y todos los católicos juntos logramos una
Iglesia más pobre y austera (con el modelo de Francisco de Asís), más misionera
y evangelizadora (como Francisco Javier), y más orante (como nos mostró el Papa
Francisco), creo que habremos dado un paso verdaderamente revolucionario.
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