¿Politización
de la justicia constitucional?
El Tribunal Constitucional, según el
diseño que realiza la Constitución española, es un órgano plenamente
jurisdiccional, pero separado del poder judicial, y que actúa como supremo
intérprete de la Constitución. Desde que este tipo de tribunales existen en el
mundo, su relación con el poder político es inevitable, casi se podría decir
que consustancial. Por un lado, lo más habitual es que en el nombramiento de
sus magistrados intervengan los otros poderes el Estado, y como mínimo casi
siempre el poder legislativo, que en España tiene el protagonismo al nombrar,
por tres quintos, a 8 de 12 magistrados. Por otro lado, el Tribunal valora
cotidianamente la constitucionalidad de la más importante obra del legislador,
como es la ley. Además, conoce de conflictos de competencias y de conflictos
entre poderes del Estado. Es innegable que detrás de todo conflicto
constitucional hay un conflicto político, y por eso creo que era acertada la
idea de Leibholz de que corresponde al Tribunal Constitucional la solución o
respuesta jurídica de las controversias políticas. En este contexto, hay que
asumir esas relaciones “políticas” del Tribunal Constitucional, pero creo que
nunca debemos perder la aspiración de que su actuación se lleve a cabo, dentro
de parámetros de estricta independencia objetiva, con fundamentos estrictamente
jurídicos.
Pero cuando se habla de politización
de la justicia constitucional suele hacerse referencia a algo menos deseable, y
que, aunque es verdad que siempre puede tender a producirse, debería evitarse a
toda costa. El problema sería, más que politización, de “partidización” del
Tribunal, o al menos del intento por parte de los principales partidos de
conseguir un Tribunal afín a sus pretensiones políticas, por distintas vías,
entre las que cabe destacar el nombramiento de sus magistrados mediante una
dinámica que no deja de ser una perversión de lo que debería de ser el espíritu
del diseño constitucional. En lugar de buscar un consenso o acuerdo amplio
sobre cada uno de los magistrados nombrados, se lleva a cabo un “reparto de
plazas” entre los dos partidos mayoritarios. Y aun así, muchas veces el acuerdo
no es posible y la institución pasa largos períodos sin ver renovados a parte
de sus miembros. De todo esto, y de muchas otras cuestiones, han hablado
diversos expertos estos días en nuestra Facultad de Ciencias Jurídicas. Y
aunque ha habido cierta coincidencia en que, a pesar de estas perversiones, la
institución en general ha logrado preservar su independencia hasta ahora,
también se ha constatado que los problemas son graves y las soluciones, muy
difíciles.
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