viernes, 11 de enero de 2019

Radicalismos

Radicalismos



            “Radical” viene de raíz. Y está bien ir a la raíz de los problemas. Pero en la vida política, social o económica, diversos principios rectores, todos ellos positivos, entran habitualmente en conflicto: libertad e igualdad, libertad y seguridad, libertad de tránsito y seguridad nacional, igualdad y diferencia… Y además, cada uno de estos principios admite siempre diversas interpretaciones, todas ellas en principio legítimas en un Estado democrático y pluralista. Así, por ejemplo, para algunos la igualdad exige que la misma respuesta que se dé a lo supuestos de violencia de género se aplique a otros casos de violencia doméstica, mientras que, para otros, exige exactamente lo contrario: una respuesta específica, diferente y más contundente, para la violencia de género. Son solo algunos ejemplos de que, en mi humilde opinión, en política los extremos son siempre peligrosos. Y que el auge de opciones radicales y extremas, ya sea en la izquierda o en la derecha, aunque sea admisible en la medida en que responde a opciones legítimas de los ciudadanos, resulta bastante preocupante. En realidad, me permito opinar que ese auge es propio de sociedades que no han sabido llevar a cabo un debate social y político sano en determinados temas. De sociedades en las que, a golpe de tuit de 280 caracteres y de opiniones breves, contundentes y casi nunca suficientemente razonadas, se han perdido los matices. De sociedades en las que lo políticamente correcto se ha impuesto en algunos temas, hasta el punto de que dar otra opinión supone una osadía similar a la de aquella primera persona que, en la famosa fábula del rey desnudo, se atrevió a decir que aquellos ricos y elegantes vestidos que los sastres tramposos decían haber tejido para el monarca, en realidad no existían. Y esta es la base del extremismo, cargado de demagogia populista.


 

            Lo vivimos cada día en nuestra sociedad, aunque es evidente que esta característica, con los matices que sean, es, por desgracia, una seña de identidad de nuestro tiempo en casi todos los países occidentales. Tan demagógico y extremista es decir que las fronteras de un país tienen que estar abiertas, y que todo inmigrante ha de ser siempre acogido porque es un ser humano, como defender la construcción de un muro, o la necesidad de expulsar sin más a todos los inmigrantes, o incluso solo a los inmigrantes ilegales. Lo complejo es valorar que hay distintos principios en juego, y buscar una solución intermedia, moderada, razonada, y que pondere y afecte lo menos posible a esos principios. Tan demagógica es la solución políticamente correcta de un feminismo obligatorio que se trata de mostrar no como una ideología legítima, sino como la imposición totalitaria de una manera de ver las cosas, como el rechazo en bloque a cualquier medida tendente a conseguir la igualdad real entre mujeres y hombres. Tan demagógico, ya para España, es decir que el estado autonómico es la causa de todos los males y que hay que volver a un estado centralista, como considerar que nuestro modelo es intocable. La política está llena de principios, y estos están llenos de matices. Los debates deben ser abiertos y no eludir la complejidad de los problemas. La solución casi siempre viene por la ponderación, y esta suele conducir a soluciones moderadas, no radicales. Olvidar esto suele costar caro a cualquier sociedad.

(Fuente de las imágenes: https://mx.depositphotos.com/67372735/stock-illustration-stop-extremism-problems.html y https://zarkopinkas.wordpress.com/2013/12/01/el-extremismo/ )

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