jueves, 13 de abril de 2017

Sobre la amistad

Sobre la amistad


         
Dicen que “quien tiene un amigo, tiene un tesoro”, y es que sin duda la amistad es algo realmente valioso. Se atribuye a Elbert Hubbard la siguiente definición: “Un amigo es el que lo sabe todo de ti y a pesar de ello te quiere”. Y mucho antes, Demetrio de Falero afirmaba que “un hermano puede no ser un amigo, pero un amigo será siempre un hermano”. Hoy vivimos quizá una época en la que todo se mide en cantidad y casi nada en calidad, por eso algunos cuentan sus amigos de Facebook o de otras redes sociales, pero ¿a cuántos de ellos podríamos considerar realmente como hermanos? Está claro que la generalización conduce a la banalización del término, y así se termina por desvirtuar su significado y convertirlo en una palabra ambigua. Por eso en ciertos casos (en unos pocos casos) necesitamos adjetivos que lo especifiquen, como “amigo íntimo”, “verdadero” o “cercano”. En estos casos sí cabe aplicar la máxima del gran Cicerón: “¿qué cosa más grande que tener a alguien con quién te atrevas a hablar como contigo mismo?”. Aunque también nuestro gran filósofo estoico supo situar la amistad en el contexto de la adecuación y la prudencia: “la confidencia corrompe la amistad; el mucho contacto la consume; el respeto la conserva”.


            La amistad, además, es un valor que puede entrar en tensión con la imparcialidad o la ecuanimidad. Todos tenemos “debilidad” por nuestros amigos. Por eso la mayoría de nuestros ordenamientos reconocen la amistad íntima como causa de abstención y recusación en procedimientos administrativos, judiciales, o en los que impliquen  una valoración objetiva. Damos por hecho la dificultad para ser del todo justos con el amigo, al igual que con el familiar cercano. Aunque acaso a veces esa falta de imparcialidad no se traduzca en mayor laxitud, sino en mayor exigencia, si de verdad se quiere al amigo. En todo caso resulta difícil mantener la objetividad con los amigos. Pero la amistad ha de ser algo muy bueno, cuando Jesús de Nazaret, que para los cristianos es el mismo Dios hecho hombre, la cultivó ampliamente. Entre todos sus discípulos, eligió a doce apóstoles. Y no castigó al que le traicionó, sino que este encontró en el pecado su propia penitencia. Aun dentro de estos doce, nunca ocultó que tuvo tres “amigos favoritos”: Pedro, Santiago y Juan. Y por encima de todos, este último, quien fue el discípulo amado, a quien consideró auténticamente como su hermano, hasta el punto de encomendarle a su propia madre: “madre, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu madre”. Además, al menos en dos ocasiones, Jesús demostró que daba a la amistad tanto valor como para alterar –aparentemente “sobre la marcha”- el plan divino de la redención. En primer lugar, en las bodas de Caná, momento en el que se vio de algún modo constreñido a anticipar su primer milagro, no solo por amor a su madre, sino también por prestar a unos amigos uno de los mayores servicios que quepa imaginar: conseguirles un excelente vino para festejar su boda, cuando se les había acabado lo que tenían. Más tarde, y antes de su propia resurrección, lloró con sus grandes amigas Marta y María la muerte de su también amigo Lázaro, y decidió devolverle a la vida, porque en realidad ellas sabían que, pudiendo hacerlo, Jesús no les negaría eso a sus amigos. Son ejemplos de amistad verdadera, que podríamos tomar como modelo con nuestros amigos “auténticos” (valga el pleonasmo). Eso sí, absteniéndonos de conocer o resolver, cuando proceda…

(Fuente de la imagen: http://www.bellomagazine.com/es/familia/la-amistad-despues-de-los-30 )

1 comentario:

  1. Me ha encantado tu reflexión sobre la amistad, Javier. Estoy de acuerdo contigo: un buen amigo es como un hermano que nosotros hemos elegido. Un cordial saludo.

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