La
urna rota
Cinco años después del 15-M, y cuando la crisis económica
comienza a superarse, estamos en un momento en el que ya puede haber cierta
perspectiva para valorar lo que realmente ha significado toda la situación
vivida en los últimos años respecto a nuestro sistema democrático, aunque desde
luego estos fenómenos son comunes a muchas sociedades occidentales. Desde mi
punto de vista, yerran tanto aquellos que piensan que todo esto ha sido un
fenómeno pasajero y que todo volverá a ser como era, como quienes creen que
esto ha sido el inicio de una revolución total que conducirá a la implosión de
nuestro sistema (según ellos corrupto e inválido hasta la médula) y sus
sustitución por otro. Porque, en primer lugar, me parece que hay cosas que
están cambiando y tendrán que cambiar definitivamente. No se trata ya de si los
“partidos emergentes” han llegado para quedarse, o terminaremos volviendo a un
modelo bipartidista imperfecto. Esto es cuestión secundaria. Lo que ahora ha
cambiado y no creo que tenga retorno, son cuestiones más profundas vinculadas,
por un lado, al funcionamiento y a la democracia interna de los partidos, a la
relación entre electores y representantes, y a la necesidad de establecer controles
y mecanismos ágiles y eficaces para frenar la corrupción. Estos cambios, quizá
a ritmo diferente en los distintos partidos, se van a ir implantando, al igual que
nuevas formas de participación que den lugar a una democracia más abierta.
Pero, por otro lado, creo que los pilares de nuestro sistema constitucional
siguen siendo perfectamente válidos. La separación de poderes, la soberanía
popular y los derechos fundamentales constituyen una axiología irrenunciable.
Nuestro modelo de democracia es representativa. Nuestra Constitución de 1978,
que tiene plena actualidad en cuanto a sus principios esenciales, requiere sin
embargo de reformas profundas en muchos aspectos que afectan al desarrollo y
garantía del catálogo de los derechos, o a la conveniencia de remover ciertas
limitaciones y obstáculos a la participación, pero desde luego eso ha de
hacerse mediante una reforma en la que el “poder constituyente constituido”
actúe de acuerdo a los procedimientos constitucionalmente establecidos.
Algo quizá se ha roto en la relación
entre ciudadanos y representantes políticos (otros dirían entre la “gente” y la
casta”), pero esa relación puede y debe recuperarse y fortalecerse, pues ni el
mundo ni la historia conocen sistemas que hayan funcionado mejor que nuestras
democracias representativas. Todo esto,
que es algo que yo he venido pensando durante estos años, está bastante en la
línea de un libro muy interesante que he leído recientemente y quiero
recomendar a mis lectores, cuyo título he usado para encabezar esta columna. “La
urna rota” (Debate, 2014), una obra del colectivo que responde al nombre de
Politikon (www.politikon.es), realiza en
primer lugar un riguroso diagnóstico de los problemas fundamentales de nuestra
sociedad; para, en una segunda parte bastante completa, analizar con
objetividad las principales soluciones propuestas, en materia de democracia
interna de los partidos, reforma electoral, transparencia y control, fortalecimiento
de la sociedad civil, políticas públicas o participación directa. Analiza –sin magnificar
su valor- fórmulas conocidas en el derecho comparado o propuestas por la
doctrina, y en mi opinión, aunque no ofrece una solución en forma de “varita
mágica”, apunta las líneas y tendencias adecuadas para salir de esta profunda
crisis política e institucional. En suma, una propuesta reformista del mayor
interés.
(Imagen tomada de https://www.amazon.es/Urna-Rota-DEBATE-POLITIKON/dp/8499924042)
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