martes, 12 de agosto de 2014

Miguel Pajares

Miguel Pajares




            A pesar de que se sabe hace años que el ébola es un virus con un muy alto índice de mortandad, no parece que ello haya generado hasta ahora demasiada preocupación en el mundo occidental, más allá de la que pudiera provocar la película de tal nombre, que no deja de ser una mera ficción destinada a provocar miedo, y cuyo rigor científico es al menos cuestionable. Es probable que hace años se esté investigando sobre una vacuna o cura para la enfermedad, pero no estoy nada seguro de que se hayan empleado en la lucha contra la enfermedad los recursos que reclamaría la magnitud y gravedad de la misma. No dispongo de datos y no quisiera ser demasiado especulativo, pero más allá de cifras concretas de gastos, lo que sí parece claro es que ha tenido que llegar el momento en que la enfermedad haya tocado a Occidente,  aunque sea “de refilón”, para que se empiece a tomar colectivamente verdadera conciencia del problema. Aun así, el debate parece centrarse más en los pocos occidentales que han contraído la enfermedad en África y en los posibles riesgos de que la misma llegue a Europa o América, que en los miles de contagiados en África y en la gravedad de la situación en los países en los que se ubica el foco de la epidemia. Parece como si lo único importante es que “no nos afecte” a nosotros. Por lo demás, las instituciones, desde la OMS hasta los Gobiernos, han reaccionado con la pereza y los titubeos acostumbrados, y el debate producido en España sobre si el Gobierno debía asumir los costes de la repatriación de nuestros misioneros, si bien acaso generado en parte por la torpeza de algún cargo público hasta que fue zanjado con claridad por el presidente del Gobierno, produce incluso cierta vergüenza por lo que hubiera tenido de mezquindad, injusticia y agravio comparativo la solución contraria a la finalmente adoptada.


            No sé qué pensaría de todos estos temas Miguel Pajares, sacerdote toledano de la orden Hospitalaria de San Juan de Dios fallecido el mismo día en el que escribo estas líneas como consecuencia del ébola, enfermedad que contrajo en Liberia. En realidad, poco sabemos de su persona, y aun a día de hoy, cuando es muy fácil encontrar en internet mil y una noticias sobre su enfermedad y su fallecimiento, poco se encuentra sobre su vida. Probablemente ello se debe a que, como la de tantos otros misioneros, su labor fue callada, más centrada en hacer y hacer, que en hablar y hablar. Más dedicada a ayudar al prójimo, que a denunciar lo injusto que es el mundo y exigir que otros tomen medidas para que cambie radicalmente. Poniendo manos a la obra para intentar que el cambio empiece ya, y empiece por los que estaban a su lado. Una labor centrada en la preocupación por la salud física  y espiritual de quienes le rodean, imbuida de pleno espíritu cristiano. Puede que hoy nos parezca que la muerte de Miguel Pajares ha sido inútil. Pero no lo será si sirve para que tomemos conciencia de la gravedad de esta enfermedad que se suma a los muchos problemas de pobreza e injusticia que afectan mucho más a África que a ningún otro lugar. No lo será si nos ayuda a valorar la impagable labor que tantas personas hacen en el continente más pobre, para ayudar a nuestros semejantes. Si  sabemos tratar como héroes a quienes realmente lo son. No lo será si nos ayuda a implicarnos más con los problemas de nuestros hermanos.

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