Miguel
Pajares
A pesar de que se sabe hace años que
el ébola es un virus con un muy alto índice de mortandad, no parece que ello
haya generado hasta ahora demasiada preocupación en el mundo occidental, más
allá de la que pudiera provocar la película de tal nombre, que no deja de ser
una mera ficción destinada a provocar miedo, y cuyo rigor científico es al
menos cuestionable. Es probable que hace años se esté investigando sobre una
vacuna o cura para la enfermedad, pero no estoy nada seguro de que se hayan
empleado en la lucha contra la enfermedad los recursos que reclamaría la magnitud
y gravedad de la misma. No dispongo de datos y no quisiera ser demasiado
especulativo, pero más allá de cifras concretas de gastos, lo que sí parece
claro es que ha tenido que llegar el momento en que la enfermedad haya tocado a
Occidente, aunque sea “de refilón”, para
que se empiece a tomar colectivamente verdadera conciencia del problema. Aun
así, el debate parece centrarse más en los pocos occidentales que han contraído
la enfermedad en África y en los posibles riesgos de que la misma llegue a Europa
o América, que en los miles de contagiados en África y en la gravedad de la
situación en los países en los que se ubica el foco de la epidemia. Parece como
si lo único importante es que “no nos afecte” a nosotros. Por lo demás, las
instituciones, desde la OMS hasta los Gobiernos, han reaccionado con la pereza
y los titubeos acostumbrados, y el debate producido en España sobre si el
Gobierno debía asumir los costes de la repatriación de nuestros misioneros, si
bien acaso generado en parte por la torpeza de algún cargo público hasta que
fue zanjado con claridad por el presidente del Gobierno, produce incluso cierta
vergüenza por lo que hubiera tenido de mezquindad, injusticia y agravio
comparativo la solución contraria a la finalmente adoptada.
No sé qué pensaría de todos estos
temas Miguel Pajares, sacerdote toledano de la orden Hospitalaria de San Juan
de Dios fallecido el mismo día en el que escribo estas líneas como consecuencia
del ébola, enfermedad que contrajo en Liberia. En realidad, poco sabemos de su
persona, y aun a día de hoy, cuando es muy fácil encontrar en internet mil y
una noticias sobre su enfermedad y su fallecimiento, poco se encuentra sobre su
vida. Probablemente ello se debe a que, como la de tantos otros misioneros, su
labor fue callada, más centrada en hacer y hacer, que en hablar y hablar. Más
dedicada a ayudar al prójimo, que a denunciar lo injusto que es el mundo y
exigir que otros tomen medidas para que cambie radicalmente. Poniendo manos a
la obra para intentar que el cambio empiece ya, y empiece por los que estaban a
su lado. Una labor centrada en la preocupación por la salud física y espiritual de quienes le rodean, imbuida de
pleno espíritu cristiano. Puede que hoy nos parezca que la muerte de Miguel
Pajares ha sido inútil. Pero no lo será si sirve para que tomemos conciencia de
la gravedad de esta enfermedad que se suma a los muchos problemas de pobreza e injusticia
que afectan mucho más a África que a ningún otro lugar. No lo será si nos ayuda
a valorar la impagable labor que tantas personas hacen en el continente más
pobre, para ayudar a nuestros semejantes. Si sabemos tratar como héroes a quienes realmente
lo son. No lo será si nos ayuda a implicarnos más con los problemas de nuestros
hermanos.
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