miércoles, 19 de marzo de 2014

Antonio Machado

Antonio Machado

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        “Sobre el olivar,/ se vio a la lechuza/ volar y volar”. Hace ya casi un mes que conmemorábamos el septuagésimo quinto aniversario del fallecimiento del genial poeta sevillano, y no quiero perder la oportunidad de recordarle y rendirle mi personal tributo. Porque sin duda ha sido uno de los poetas favoritos de mi vida. Me atrevería a decir –y no creo equivocarme- que el verso con el que abro este comentario corresponde probablemente al primer poema que memoricé en mi vida, que nos habla de la catedral, de San Cristobalón y del velón de aceite de Santa María. Pero todavía estaba en el parvulario (luego preescolar, y hoy Educación Infantil) cuando aprendí también “Era un niño que soñaba” y “Al olmo viejo, hendido por el rayo/ y en su mitad podrido/ con las lluvias de abril y el sol de mayo/ algunas hojas verdes le han salido…”, aunque no sería hasta años después cuando entendí el profundo sentido de los versos finales de ese mismo poema, pensados sin duda para su joven esposa gravemente enferma: “Mi corazón espera/también, hacia la luz y hacia la vida,/ otro milagro de la primavera”. Y cuando Leonor Izquierdo, con quien contrajo matrimonio cuando ella tenía 15 años y Antonio 34, falleció finalmente de tuberculosis, nuestro poeta escribió acaso unos de los versos más dramáticos de toda su obra: “Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería./ Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar./ Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía./ Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar”. Aunque muchos años más tarde Machado tuvo una relación, probablemente platónica, con una mujer casada a la que en sus poemas alude como Guiomar, Leonor fue el gran amor de su vida, y su muerte le produjo una profunda depresión y motivó su traslado de Soria a Baeza.
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            Tengo la sensación de que hoy a los niños prácticamente no les hacen memorizar y recitar poesías en el colegio, y yo, que no soy nada dado a pensar que “cualquiera tiempo pasado fue mejor”, creo que es una verdadera pena que eso se pierda, porque yo en su día memorizaba, con no poco esfuerzo pero con mucho gusto, las que me mandaban y algunas más. En el caso de Machado, la verdad, también ayudó aquella cinta de música que Joan Manuel Serrat dedicó al poeta, que me ayudó a aprender el inolvidable “Caminante, no hay camino” y otros como el dedicado a las “moscas vulgares”. En fin, Sevilla, Madrid, París, Soria, Baeza, Segovia, Rocafort (Valencia), son ciudades unidas a su vida, hasta su breve y triste exilio tras la guerra civil en Colliure, donde hoy descansan sus restos mortales. Como pocos, Machado supo ver cómo España se precipitaba al enfrentamiento entre hermanos en la guerra, y como en una premonición había escrito “Españolito que vienes/ al mundo te guarde Dios/ una de las dos Españas/ ha de helarte el corazón”. Él fue una de las víctimas de esas dos Españas. Hoy, 75 años después, yo no puedo dejar de recordarle, pues compruebo cómo mi vida está trenzada con sus versos.       
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