El
legado de Suárez

Democracia, reconciliación,
consenso, moderación. A estas alturas, es tanto lo que se ha escrito estos días
sobre Adolfo Suárez, que resulta difícil añadir algo original. Podría hacerlo
si partiera de un enfoque personal, pero he de reconocer que mis impresiones
sobre lo sucedido en España entre 1976 y 1981 se limitan a los recuerdos de un
niño relativos a imágenes de televisión que luego hemos vuelto todos a ver mil
veces, y a comentarios familiares, en particular a mis padres valorando las
virtudes del centro político en aquella encrucijada histórica. Así que creo
que, aparte de aprovechar estas líneas para transmitir mis condolencias a la
familia y allegados (que en alguna medida somos la mayoría de los españoles),
lo que más sentido tiene es destacar las aportaciones que Suárez hizo a nuestra
sociedad, así como valorar en qué medida dichas aportaciones siguen vigentes. Por
una vez, acepto los inconvenientes de repetir acaso en cierta medida lo escrito
por muchos, después de todo eso significa simplemente que todavía hay algo en
lo que la mayoría de los españoles coincidimos.
Pues bien, tratando de sintetizar las
aportaciones fundamentales de Suarez a nuestra sociedad, no he encontrado mejores
palabras que las cuatro que abren este comentario: democracia, reconciliación,
consenso, y moderación. En efecto, parece innegable la contribución de Adolfo
Suárez (junto a la del rey, la inmensa mayoría de los partidos políticos y de
la sociedad española) para que la democracia fuese posible al fin en España. En
cuanto a la reconciliación, creo que su epitafio (“la concordia fue posible”)
define con claridad ese objetivo tan difícil tras la guerra civil y las casi
cuatro décadas de franquismo. De ese deseo nació el consenso. Y la moderación,
en términos políticos, fue quizá la seña de identidad más destacada de aquella
Unión de Centro Democrático. Pues bien, si trato de mirar con objetividad a
nuestra sociedad actual, compruebo con cierta tristeza que, de aquellos cuatro
valores, solo queda vivo el primero. En
efecto, con todas las carencias, límites y deficiencias que se quiera (que en
muchos casos ya existían en 1978, y lo que pasa es que nos hemos vuelto más
exigentes en calidad democrática, lo cual es positivo), nuestro sistema sigue hoy
siendo democrático. Pero a veces parece que el deseo de reconciliación se ha
sustituido por el revisionismo histórico y el ajuste de cuentas; el consenso ha
dejado de ser un objetivo real, hasta el punto de que parece imposible un
acuerdo ente la mayoría de los partidos, o entre los dos mayoritarios, ni
siquiera en las cuestiones más importantes. Y en fin, no solo es que hayan
desparecido los partidos nominalmente “de centro”, sino que a veces parece que
el centro político ha dejado de ser aquel “objeto de deseo” que otrora fue, y
los nuevos partidos a los que se pronostica cierto ascenso no están en el
centro, sino en los extremos. Suárez acaba de morir, pero quizá algunas de sus
aportaciones se habían ido tristemente muriendo poco a poco sin que casi nos
diéramos cuenta.