jueves, 14 de febrero de 2013

El Papa más humilde


El Papa más humilde

            Los comentarios e interpretaciones más frecuentes sobre la renuncia de Benedicto XVI han ido, bien en la línea de criticar esta actitud infrecuente en un Papa, comparándola especialmente con la de Juan Pablo II que quiso “morir en la Cruz”, o bien en la de buscar explicaciones más o menos imaginadas (tendrá alguna enfermedad que no sabemos, tal vez ha descubierto en el Vaticano cosas a las que no se siente capaz de hacer frente, etc.). Paradójicamente, otras opiniones ponen la renuncia del Papa como ejemplo o referencia de lo que supuestamente algunos tendrían que hacer en otros contextos, como el de la política o el de la Corona. Pero todas estas comparaciones están a mi juicio totalmente fuera de lugar. Como ser humano, y como pecador, sé que la Iglesia católica está regida por otros seres humanos igualmente pecadores, y que los errores no han sido infrecuentes en su Historia. No estoy totalmente de acuerdo con todo lo que hoy hace o preceptúa, pero lo acepto porque no me siento ni más cualificado ni más iluminado que quienes tienen la responsabilidad de establecer la doctrina. Además, pienso que no se puede pertenecer a una comunidad y luego elegir las normas, las decisiones o los “servicios” que a uno le interesan como si fuera un menú. Como católico, me basta saber que la decisión de Benedicto XVI está amparada por el Derecho Canónico, que prevé detalladamente los procedimientos que han de seguirse en tal caso. Como creyente, pido a Dios que ilumine a los cardenales que llevarán a cabo dentro de unas semanas una nueva elección. En suma, estoy totalmente tranquilo respecto a lo sucedido y a lo que tenga que suceder. No entiendo esas “quinielas”, ni esos adjetivos como “conservador”, “moderado”, “progresista”, cuando se aplican a Papas y cardenales que han de dedicarse a la doctrina de la fe.

            Creo que procede reconocer los grandes méritos de Benedicto XVI. Ha sido un Papa humilde, que aceptó una responsabilidad que no buscaba y que le llegaba ya con cierta edad, que ha sabido pedir perdón, que ha tenido que someterse casi siempre a una inadecuada comparación con su predecesor, y que tantas veces ha tenido que hacer frente a incomprensiones y tergiversaciones de sus textos. Estoy seguro de que con cierta perspectiva se ha de valorar la enorme talla intelectual de uno de los mejores teólogos de los últimos tiempos, capaz de guiar a los fieles y escribir libros al tiempo eruditos y sencillos, que tanto nos han ayudado a entender los misterios de nuestra fe.  

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