El
Papa más humilde
Los comentarios e interpretaciones
más frecuentes sobre la renuncia de Benedicto XVI han ido, bien en la línea de
criticar esta actitud infrecuente en un Papa, comparándola especialmente con la
de Juan Pablo II que quiso “morir en la Cruz”, o bien en la de buscar
explicaciones más o menos imaginadas (tendrá alguna enfermedad que no sabemos,
tal vez ha descubierto en el Vaticano cosas a las que no se siente capaz de
hacer frente, etc.). Paradójicamente, otras opiniones ponen la renuncia del
Papa como ejemplo o referencia de lo que supuestamente algunos tendrían que
hacer en otros contextos, como el de la política o el de la Corona. Pero todas
estas comparaciones están a mi juicio totalmente fuera de lugar. Como ser
humano, y como pecador, sé que la Iglesia católica está regida por otros seres
humanos igualmente pecadores, y que los errores no han sido infrecuentes en su
Historia. No estoy totalmente de acuerdo con todo lo que hoy hace o preceptúa,
pero lo acepto porque no me siento ni más cualificado ni más iluminado que
quienes tienen la responsabilidad de establecer la doctrina. Además, pienso que
no se puede pertenecer a una comunidad y luego elegir las normas, las
decisiones o los “servicios” que a uno le interesan como si fuera un menú. Como
católico, me basta saber que la decisión de Benedicto XVI está amparada por el
Derecho Canónico, que prevé detalladamente los procedimientos que han de
seguirse en tal caso. Como creyente, pido a Dios que ilumine a los cardenales
que llevarán a cabo dentro de unas semanas una nueva elección. En suma, estoy
totalmente tranquilo respecto a lo sucedido y a lo que tenga que suceder. No
entiendo esas “quinielas”, ni esos adjetivos como “conservador”, “moderado”,
“progresista”, cuando se aplican a Papas y cardenales que han de dedicarse a la
doctrina de la fe.
Creo que procede reconocer los
grandes méritos de Benedicto XVI. Ha sido un Papa humilde, que aceptó una
responsabilidad que no buscaba y que le llegaba ya con cierta edad, que ha
sabido pedir perdón, que ha tenido que someterse casi siempre a una inadecuada
comparación con su predecesor, y que tantas veces ha tenido que hacer frente a
incomprensiones y tergiversaciones de sus textos. Estoy seguro de que con
cierta perspectiva se ha de valorar la enorme talla intelectual de uno de los
mejores teólogos de los últimos tiempos, capaz de guiar a los fieles y escribir
libros al tiempo eruditos y sencillos, que tanto nos han ayudado a entender los
misterios de nuestra fe.
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