Independencia judicial y posverdad
Lo que diferencia la civilización de
la barbarie es fundamentalmente que en aquella se establecen reglas, y
mecanismos ordenados y equilibrados para sancionar a quienes las infringen, así
como para la solución pacífica de controversias. Se supera así la mera
venganza, el linchamiento o la pasional respuesta tribal. Más tarde se supera
también el “ojo por ojo”, y se va asentando la idea de que para preservar estos
mecanismos es necesario un poder judicial independiente de todos los demás
poderes, pero también de cualquier tipo de presión social o económica. Los
jueces han de operar solamente con criterios jurídicos, que incluyen no solo
las reglas explicitadas en las normas aplicables, sino también principios como
la presunción de inocencia (ya dijo Ulpiano “satius enim esse impunitum
relinqui facinus nocentis quam innocentem damnari”) o el más genérico del “in
dubio pro reo”. Sus decisiones son
siempre revisables con esos mismos criterios, y las leyes en las que se basan,
susceptibles de reforma por los procedimientos previstos.
Desde luego, la libertad de expresión
permite criticar las decisiones de todos los poderes públicos, incluido el
poder judicial. Pero no es igual criticar las sentencias que atacar a los
jueces. Y tampoco dejan de resultar llamativas (aunque lícitas) las críticas de
algunas personas que, en muchos casos sin conocer el derecho, antes de haber
leído la sentencia, y sin haber analizado las pruebas, exigen directamente la
inhabilitación de los jueces. Desde luego, en el caso de la ya famosa
“sentencia de la manada”, ha habido críticas de todo tipo, pero tengo la
sensación de que entre los juristas han sido mucho más frecuentes las
expresiones de respeto a los jueces, se acompañen o no de discrepancias sobre
el fondo. Por lo demás, siendo la prueba principal (además de la declaración de
la víctima, a la que los jueces han dado plena credibilidad) un vídeo que se
supone que nadie ha visto, excepto las partes y los propios jueces, creo que
las opiniones deberían ser muy cautelosas. Pero como alguien ha dicho, parece
que la posverdad ha llegado a la justicia, y muchas personas habían ya asumido
un relato, una interpretación, y una única solución justa. Esa construcción
resulta muy emotiva y es fácil que cale en muchas personas. Lo increíble e
injustificable es que a ello se apunte el propio ministro de Justicia, que se
permite además aleccionar al Consejo General del Poder Judicial, órgano que
existe precisamente para garantizar que un ministro no pueda dar indicaciones
sobre lo que ha de hacer este, o los propios jueces. La última palabra, por
suerte, la tendrá un tribunal superior, porque la única salida es siempre el
Estado de derecho.
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