miércoles, 7 de junio de 2017

Passengers

Passengers


            Decía Paul Auguez que “amor es el intercambio de dos fantasías y el contacto de dos egoísmos”. Y ya el Génesis nos cuenta que Dios pensó que “no es bueno que el hombre esté solo”, lo cual, no sé si en mayor, menor o igual medida, parece aplicable a la mujer. Lo que es seguro es que el amor es el único remedio realmente eficaz frente a la soledad. Estas y muchas otras ideas me han venido a la mente al ver la película “Passengers”, que hace algunos meses pasó por las salas de cine, y ahora es accesible en otras plataformas y soportes. Dirigida por Morten Tyldum y protagonizada por Chris Pratt y Jennifer Lawrence, es difícil de clasificar en un género determinado. No sería exactamente una película de ciencia-ficción, aunque es claro que parte de una situación y una historia solo imaginable en el futuro, como es la de un largo viaje espacial de 120 años, en el que los pasajeros han de ir en hibernación hasta unos meses antes de la llegada. Tampoco es una película especialmente interiorista, ni que profundice en los pensamientos o debates morales de los protagonistas, y sin embargo plantea un dilema moral de envergadura. En fin, no es propiamente una película romántica, pero hay desde luego una historia de amor, y sobre todo una reflexión sobre este concepto.


            Resulta un poco difícil profundizar en estos tres elementos sin destripar la película ni su final (o, como ahora dicen algunos, no sé muy bien por qué, sin “hacer spoiler”). Pero voy a intentarlo. Comenzando por el primero, este largometraje parte de la descrita situación de ciencia-ficción, y a partir de ella pone de relieve algunas cuestiones interesantes, aunque ya han sido tratadas en otras películas del género. Por un lado, que las máquinas tienen una nula capacidad de afrontar situaciones imprevistas o consideradas imposibles por quienes las programaron. No hace falta que las máquinas se rebelen, sino solamente que reaccionen tal y como prevé su programación, para que se conviertan más en un obstáculo que en una ayuda. Por lo demás, todavía en este terreno, las máquinas no son capaces de sentir, pero sí de imaginar lo que son los sentimientos humanos. Y probablemente por eso (esto es algo que yo pienso) tienen estereotipado -y un tanto sobrevalorado- el asunto de los sentimientos y las sensaciones humanas. La segunda cuestión que me ha interesado es la del dilema moral. Sin contar nada, me permito simplemente plantear la hipótesis de que la soledad extrema y permanente (que ninguna máquina puede aliviar) es en realidad un caso evidente de estado de necesidad, en el que puede ser lícito (o al menos disculpable) lo que habitualmente sería inmoral. Pero por encima de estos temas, va ganando protagonismo la cuestión del amor. Algo que de alguna manera buscamos con el fin egoísta de curar nuestra soledad, pero que puede convertirse en algo más importante que cualquier otra cosa que nos rodee. Por eso, cuando existe, pierde importancia la cuestión sobre de dónde venimos o adónde vamos, pues lo verdaderamente trascendente es dónde y con quién estamos. Y, aunque es verdad que, en muchas ocasiones, cuando creemos ser pilotos de nuestra vida nos damos cuenta de que somos solo pasajeros, también lo es que, si estamos bien acompañados, el propio trayecto, aun cuando no fuera el planeado, puede ser mejor que el mejor destino imaginado. No he contado nada más que lo que yo he pensado después de verla, así que –obvio es decirlo- les aconsejo que no se la pierdan.

(Fuente de la imagen: http://trilbee.com/reviews/passengers-2016-movie-review)

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