Confianza… y censuras
Es más fácil destruir que construir.
Incluso es más sencillo ponerse de acuerdo en contra de algo, que a favor de
algo (o de alguien). Cuesta menos sumar apoyos para rechazar una iniciativa,
que para apoyar una iniciativa alternativa. Y derribar a un gobierno, que
formar gobierno. Esto es algo que ha estado muy presente en la evolución del
sistema parlamentario de gobierno, una aportación inglesa que se extendió por
buena parte del continente europeo y que se ha ido formando a lo largo de la
historia. Este sistema fue la manera de legitimar (y controlar) a los gobiernos
en sistemas monárquicos, en los que el pueblo no elige directamente a la cabeza
del ejecutivo. Luego se extendió en modelos republicanos (o lo mantuvieron los
sistemas monárquicos que luego pasaron a ser repúblicas). El sistema tiene
indudables ventajas, como un mayor control y exigencia de responsabilidad
política de los gobiernos, y la mayor comunicación y sintonía entre estos y los
parlamentos. También se suponía que este sistema puede evitar mejor el
hiperpresidencialismo. Pero igualmente tiene inconvenientes, y entre ellos
siempre ha destacado uno: la tendencia a la inestabilidad gubernamental y a la
caída de los gobiernos. En Inglaterra, tradicionalmente este problema se
apreciaba menos, por su acusado bipartidismo (en un bipartidismo puro, mayoría
simple y absoluta coinciden). Pero en el resto de los países esto ha generado
no pocos problemas, a los que se han buscado distintas soluciones. Italia ha
hecho numerosas reformas en su sistema electoral y ha cambiado su mismo sistema
de partidos, ante la permanente inestabilidad de su antiguo “pentapartito”, y
nunca parece dar con la solución idónea. Francia tuvo una efímera IV República
que sustituyó por el actual modelo semipresidenialista, para solventar precisamente
este problema. Alemania optó (como hoy por hoy muchos países) por el llamado
“parlamentarismo racionalizado” que tiende al fortalecimiento del Gobierno,
facilitando su formación y dificultando su caída, el canalizar la exigencia de
responsabilidad política por vías tasadas y que tienden a dificultarse, y en
especial, por la moción de censura constructiva, que requiere un candidato
alternativo.
Y España… en esto, como en otras
cuestiones constitucionales, sigue muy de cerca a Alemania. La relación de
confianza está pensada para facilitar la formación del Gobierno, las vías de
exigencia de responsabilidad política se configuran para limitar las formas de
derribarlo. Y a esto hay que añadir la absoluta preeminencia del presidente
dentro del Gobierno, que en la actualidad es seña de casi todos los sistemas parlamentarios.
Así, el Congreso, en puridad, no otorga su confianza a un Gobierno, sino a un
candidato a presidente para formar Gobierno. Al otorgar esa confianza,
habitualmente ni se conoce quiénes serán los ministros. Por todas estas razones,
la posible exigencia de responsabilidad política solo se puede hacer mediante
el cese del Gobierno en su conjunto (en puridad, del presidente con su
Gobierno), mediante el rechazo a una cuestión de confianza, o la aprobación de
una moción de censura, que implica también el acuerdo sobre que ha de ser el
nuevo presidente (hace poco ha fracasado una). La aprobación de “censuras” a
ministros individuales, como hemos visto en las últimas semanas, suponen solo
un posicionamiento político de la cámara, sin duda legítimo, pero que no obliga
al ministro a dimitir ni al presidente a cesarlo. Si estas cosas no fueran así,
viviríamos en la más absoluta inestabilidad y en una acusada falta de gobierno.
(Fuente de las imágenes: http://www.antena3.com/noticias/espana/debate-mocion-censura-mariano-rajoy-minuto-minuto_20170612593ea5000cf22592e30e992d.html y http://politica.elpais.com/politica/2017/06/27/actualidad/1498547716_957635.html )
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