Cuarenta años de democracia
Los que vivimos la transición en
nuestra infancia y adolescencia, y luego nos hemos pasado toda la vida
recordándola casi en cada aniversario, podríamos llegar a estar un poco hartos
de hablar siempre de ello. Incluso un poco más quienes tenemos que explicarlo
cada año en clase. Así que tendría motivos para dejar pasar este aniversario de
las primeras elecciones democráticas, celebradas el 15 de junio de 1977. Pero
tengo más para recordarlas. En primer lugar, cuarenta años no es cualquier
cifra. En concreto, para España, supone probablemente el mayor período ininterrumpido
de democracia de nuestra historia contemporánea (y, por tanto, de nuestra historia
sin más). Podríamos discutir esto hablando de la superior vigencia de la
Constitución de 1876, incluso si acortamos este período hasta 1923, ya que
después de esta fecha, aun cuando no fue derogada, no puede considerarse que
fuera aplicada. Pero verdaderamente las
limitaciones en la aplicación de ese texto constitucional (ya de por sí
muy moderado y conservador, aun cuando básicamente democrático) hacen que sea
difícil adoptar esa época de turnismo y caciques como referencia plenamente
democrática. En cualquier caso, desde las elecciones de 1977 sí hemos vivido,
con todos los problemas que se quieran apuntar, una época de democracia
equiparable a las más avanzadas del mundo. Motivo suficiente para pararse un
momento a recordar y poner en valor este hito.
Pero hay, además, otro motivo que
justifica especialmente este recuerdo. Algunos parecen empeñados en cuestionar
el valor de nuestra transición política, y con él el de nuestra actual
democracia; y los más jóvenes, que no vivieron el momento, pueden llegar a
asumir ese enfoque erróneo. Es cierto que, formalmente, hubo una continuidad no
interrumpida entre el ordenamiento jurídico franquista y el actual, y entre las
siete leyes fundamentales y nuestra Constitución. Ello se consiguió gracias a
la citada Ley para la Reforma Política de 1976, formalmente la “octava ley
fundamental”, pero que materialmente supuso la ruptura con el régimen anterior,
al reconocer los derechos fundamentales y sentar las bases de un régimen
democrático, en especial estableciendo los parámetros para llevar a cabo unas
elecciones democráticas en un contexto de pluralismo político, que fueron
precisamente las que se celebraron en junio de 1977, dando paso a unas Cortes
materialmente constituyentes. Aquella continuidad formal fue la garantía de una
transición pacífica, y en modo alguno ha supuesto ningún hándicap, lastre o
cortapisa en nuestra democracia. Más bien al contrario, esta ha sido ejemplo
internacional, precisamente por esa transición sin ruptura formal (aunque sí,
obviamente, material, pues se pasó de la dictadura a la democracia). Ello
permitió además la reconciliación entre todos los españoles, en lugar de un
ajuste de cuentas que hubiera sido mucho peor. Como digo, algunas voces
intentan convertir eso, que fue una importante virtud, en un defecto o problema
que supuestamente viciaría lo que ha venido después. Por eso conviene recordar
lo que sucedió. Y lo que sucedió en junio de 1977 fue que los españoles
eligieron con libertad entre las muy diversas opciones políticas que
concurrieron a las elecciones, y aunque durante décadas eso no se había podido
hacer, lo hicieron dando un ejemplo de madurez y normalidad, que se ha
mantenido en elecciones posteriores hasta la actualidad. Y que permitió que la
mejor Constitución de nuestra historia, que es la vigente, no fuese “de
partido”, sino la de todos. Esa es la realidad.
(Fuente de la imagen: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2015/12/24/27335/)
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