Bloqueos
A
diferencia de los sistemas presidencialistas, en los cuales el presidente del
Gobierno (también Jefe de Estado) es elegido directamente por el pueblo y no
puede ser políticamente derribado por el Parlamento, en el modelo parlamentario
de Gobierno la dependencia del Gobierno respecto al Parlamento es total: el presidente
es elegido por el Parlamento y responde políticamente ante él, que lo puede
obligar a cesar, aunque como contrapartida puede darse la disolución anticipada
de las Cámaras. No se puede hablar de que un sistema sea mejor o peor que el
otro, pero sí hay que saber lo que cada uno de ellos tiende a generar: si el
presidencialismo garantiza gobiernos estables con independencia de los cambios
o vaivenes parlamentarios, también puede generar situaciones en las que la
acción de gobierno se dificulta u obstaculiza, al permitir una convivencia o
“cohabitación” entre un Gobierno de un signo político y una mayoría
parlamentaria de otro. En cambio, nuestro modelo parlamentario, que de uno u
otro modo tiende a garantizar una mayor afinidad entre el Gobierno y la mayoría
parlamentaria, provoca por otro lado Gobiernos menos estables, siempre
expuestos a ser derribados como consecuencia de cambios de posicionamiento en
los grupos parlamentarios. Es paradigmático el caso italiano: desde la
Constitución de 1947 han sido muy numerosos los cambios de Gobierno dentro de
la misma legislatura. Pero también es verdad que, a base de décadas de acusado
pluralismo partidista, los italianos se han hecho maestros en el arte de formar
gobiernos a pesar de que no exista una mayoría parlamentaria clara.
Los españoles, resulta obvio
decirlo, estamos bastante lejos de esa maestría, y por lo que se ve, a las
primeras de cambio (en el modelo de partidos) parecemos incapaces de formar
Gobierno. Y es así como se ponen de relieve situaciones de bloqueo, que pueden
afectar a la formación del Gobierno (caso
del Gobierno central desde hace ya nueve meses) o a las posibilidades de acción
de un Gobierno ya formado, caso que quizá vamos a presenciar en Castilla-La
Mancha, que parece entrar en una situación en la que el Gobierno se puede
quedar sin un apoyo parlamentario mayoritario. No son fallos del modelo. Este,
que es muy similar a los de la mayoría de las democracias parlamentarias europeas,
ofrece distintas posibilidades tanto para desbloquear estas últimas situaciones
(moción de censura, cuestión de confianza, disolución anticipada), como para formar
Gobierno: mayoría absoluta, mayoría simple, sucesivas propuestas… y una salida
si todo falla: la convocatoria electoral “automática”, que es una apelación al
pueblo para que arbitre, y que por cierto no existe en Castilla-La Mancha ni el
País Vasco. Si todo esto no ha funcionado hasta ahora, no es por un diseño
constitucional equivocado (ni mucho menos por una actuación errónea del rey,
que ha hecho lo que puede y debe hacer), sino más bien por la torpeza de
algunos en su aplicación. Y aunque queda muy bien echar la culpa a todos los
políticos, creo que en esta segunda ocasión objetivamente unos la tienen más
que otros. No porque nadie esté obligado a votar afirmativamente o a abstenerse
ante una concreta propuesta de Gobierno, sino porque si alguien supuestamente
comprometido con la Constitución, la estabilidad institucional y la
gobernabilidad rechaza un Gobierno del partido con muchos más votos y escaños, que
tiene además una combinación de apoyos casi mayoritaria y bastante acorde con
los resultados electorales… debería simplemente tener una “opción B” para no ir
a terceras elecciones.