jueves, 23 de julio de 2020

Y a pesar de todo, Europa

Y a pesar de todo… Europa

 



            Mis lectores más asiduos saben que son europeísta convencido, no solo porque siempre he creído en el proyecto europeo, sino también porque pienso que para España ha sido y es sumamente positivo. Acaso, como ya he escrito alguna vez, formar parte de Europa haya sido lo mejor que nos ha sucedido en toda la Edad Contemporánea, junto al sistema constitucional que nos dimos en 1978. Dicho lo anterior, tampoco he ocultado los “peros”, las decepciones y las desesperaciones que han acompañado y acompañan a este proceso, tan ilusionante como lento, a veces aburrido y casi siempre altamente burocratizado. Y en los últimos años no llevábamos muy buena racha. El proyecto parece estancado en muchos sentidos, desde el fracaso de la Constitución Europea, y desde el mucho más modesto Tratado de Lisboa no se aprecian pasos adelante significativos. Al contrario el Brexit no ha dejado de suponer una decepción, y tras una gran crisis económica, hemos tenido que afrontar la actual crisis múltiple provocada por el coronavirus, que desde el punto de vista del proyecto europeo estaba suponiendo un auténtico “sálvese quien pueda”, caracterizado por la falta de medidas comunes, y la vuelta al protagonismo de una soberanía estatal que siempre ha estado ahí, y que ha provocado la inmediata recuperación (aunque sea temporal) de todas las fronteras interiores, y la vuelta plena a cada Estado como centro de decisión, sin que se apreciase coordinación por ningún lado. 

 

            En este contexto, creo que en la reciente cumbre para planificar la recuperación económica y adoptar las medidas necesarias de financiación, la Unión Europea se la jugaba por completo. No se habría recuperado del golpe que habría supuesto la falta de acuerdo. Y en efecto, una vez más, Europa ha estado ahí. El acuerdo puede calificarse sin duda como histórico, y enormemente positivo desde el punto de vista de la cohesión y la solidaridad europea. Dicho esto, todo ha sucedido… como suele suceder en Europa. Reuniones extenuantes, negociaciones intensas, defensa acérrima inicial de posturas aparentemente irreconciliables, y finalmente… acuerdo in extremis, en el que nadie consigue exactamente lo que se proponía, pero con el que todos pueden estar razonablemente satisfechos. Para España, creo que podemos valorarlo en una posición intermedia entre el triunfalismo absoluto de unos, y las críticas a toda costa de otros. Resultan bastante aburridas esas posiciones extremas, y más valdría explicar con rigor y objetividad el acuerdo. Se consigue una financiación sin precedentes, pero desde luego hay que devolver una parte, hay condiciones, controles… y hay un sistema de posibles frenos siempre abierto. Así que, aunque el acuerdo es positivo, el verdadero éxito vendrá si se ejecuta bien y se emplean los fondos con rigor y con medidas creíbles y productivas. Creo honestamente que es el momento de dejar de lado la “tentación populista” tan presente en parte de este Gobierno y en alguno de sus socios, y gestionar estos fondos para una verdadera recuperación, desde el acuerdo entre los partidos constitucionalistas (que son, al tiempo, los más europeístas). Será la mejor fórmula para cumplir las exigencias y superar los controles que, sin duda, nos van a aplicar desde Europa, pero también para una salida real de esta crisis económica en España. 


(Fuente de la imagen: https://www.elperiodico.com/es/economia/20200423/cumbre-union-europea-acuerdo-creacion-fondo-reconstruccion-crisis-coronavirus-7938676 )

viernes, 17 de julio de 2020

Coherencia

Coherencia



 

            Ha pasado poco más de un mes desde que el Gobierno afirmaba solemnemente que no había plan B o alternativa posible al estado de alarma, y no solo en el confinamiento estricto que vivimos desde el 14 de marzo, sino incluso en las llamadas fases del “desconfinamiento”, que terminaron en algunos territorios con el levantamiento anticipado (diríamos que “de facto”) del estado de alarma, e incluso con la supresión de los límites provinciales en algunas Comunidades, quedando por tanto solo los propios límites autonómicos hasta el mismo día en el que entraba el verano. Pues bien, desde esa fecha, y sin estado de alarma alguno, hemos visto cómo algunos Gobiernos autonómicos han establecido verdaderos límites o fronteras territoriales, cercando zonas en las cuales viven cientos de miles de personas, y a las que con carácter general no se puede entrar ni salir. Incluso, más allá de eso, hemos llegado a ver cómo un Gobierno autonómico establece un confinamiento estricto en determinadas zonas, y viendo cómo un juez lo desautoriza, pretende imponerlo por decreto-ley. Tratándose del Gobierno de Cataluña, no sorprende en absoluto que actúe como si la Constitución y las leyes del Estado no estuvieran vigentes en ese territorio. Pero lo que no deja de llamar la atención es que sea el propio Gobierno del Estado el que dé por buenas estas actuaciones. Hace pocos días, el ministro de Sanidad afirmaba que la regulación de Cataluña no se extralimitaba, añadiendo expresamente que “lo importante es actuar para frenar el brote, y todo lo que no sea esto, desenfoca”. Al parecer, el Estado de Derecho se sustituye en caso de pandemia por un régimen maquiavélico en el que el fin justifica cualquier medio. Todo lo que esté encaminado a luchar contra el virus hay que darlo por bueno, con independencia de que respete nuestra legislación, el sistema de fuentes y los procedimientos establecidos. 

 

            No cabe ocultar que hay un debate jurídico muy interesante sobre el tipo de medidas restrictivas de derechos que requieren la declaración de un estado excepcional, y las que pueden adoptarse con apoyo en la legislación específica, y dentro de estas, sobre las que puede acordar el Estado y las que pueden ser aprobadas por las Comunidades Autónomas, o incluso municipios. Ahí se pude discrepar, y los tribunales tendrán seguramente la última palabra. Pero lo que no vale es precisamente el “todo vale”. Hay que ser un poco más coherentes. Yo he sostenido que el confinamiento estricto va más allá incluso de las previsiones legales sobre el estado de alarma, pero este estado es necesario si se van a establecer “fronteras” interiores o límites amplios y generales a la libertad de circulación. Fuera de estos casos, la legislación sectorial (que perfectamente se podría ya haber reformado para permitir una cobertura más clara) legitima actuaciones concretas sobre personas afectadas o sus contactos más estrechos, pero creo que poco más. Habrá casos dudosos (por ejemplo, el confinamiento de un edificio residencial o de un hotel) que también cabría entender incluidos, pero otra cosa es un límite territorial que afecta de forma generalizada a centeneras de miles de personas. Entiendo, en todo caso, que caben otros posicionamientos, pero al menos hay que exigir rigor, coherencia, y un mínimo criterio estable por parte de las autoridades. Lo que no valía ayer, no puede valer hoy. 


(Fuente de la imagen: https://www.eldia.es/nacional/2020/07/14/gobierno-avala-decreto-torra-confinar/1094279.html )

jueves, 9 de julio de 2020

¿Naturalizar el insulto?

¿Naturalizar el insulto?

 



            Si me tuviera que dedicar a aclarar, puntualizar o rectificar, todas las afirmaciones que nuestros responsables políticos hacen y que son cuestionables o incorrectas desde una perspectiva constitucional, no escribiría de otra cosa. Pero lo que dice un vicepresidente del Gobierno, en una comparecencia que hace en tal condición, y desde la Moncloa, tiene un carácter oficial y una relevancia especial. Y en los últimos días hemos escuchado afirmaciones que, basándose en medias verdades, vienen a tergiversar los derechos fundamentales, y que se enmarcan en una tendencia a desvirtuar su sentido. Estos nacieron como derechos del ciudadano frente al Estado, pero parece que ahora se invocan  exactamente al revés, como derechos de los poderes públicos ante los ciudadanos. Es verdad que esa configuración inicial de los derechos ha ido evolucionando, y hoy se reconoce de forma casi generalizada la posibilidad de ejercicio de los derechos frente a particulares; e incluso, en algún supuesto como la tutela judicial efectiva, la titularidad por parte de entidades públicas. Además, y por supuesto, como personas físicas, los titulares de los diversos poderes públicos tienen libertad de expresión. Pero para los poderes públicos (que lógicamente se “expresan” a través de personas físicas), esa libertad no puede invocarse como tal. Por ello, no me parece admisible reclamar el “derecho” de los miembros del Gobierno, como tales, a criticar duramente a ciudadanos con nombres y apellidos. Y decir, además, que esto es algo consustancial a la democracia. 

 

Ahí hay que decir rotundamente que no. Que, sin perjuicio de los derechos individuales de alguien cuando actúa como particular, lo que es un pilar de la democracia no es que los poderes públicos critiquen duramente, o incluso amenacen veladamente, a los medios de comunicación privados o a los periodistas independientes, sino exactamente lo contrario: que los medios puedan criticar al poder político. Utilizar la idea del “cuarto poder” para tratar de equiparar, en su posición jurídico-política, a la prensa con el Gobierno, o incluso para defender el supuesto “derecho” del Gobierno a arremeter contra la prensa independiente, es pervertir las reglas del juego democrático. Por supuesto, la cosa es mucho más grave si, además, se viene a defender un supuesto derecho a insultar a través de las redes sociales; o un deber de soportar el insulto que, además, habría que “naturalizar”. Si hay un ejemplo “de libro” de lo que no permite nunca a nadiela libertad de expresión, este es el insulto. Una afirmación de este tipo, realizada en acto y sede oficial por el vicepresidente, merecería una inequívoca rectificación del presidente, y no solo la expresión (loable) de expresa discrepancia por parte de una sola ministra.


(Fuente de la imagen: https://www.que.es/ultimas-noticias/iglesias-ve-legitima-la-critica-a-los-periodistas-y-defiende-naturalizar-el-insulto.html )

jueves, 2 de julio de 2020

El "codito"

El “codito”




 


            Con total sinceridad, he de decir que este saludo de “codito” que se ha popularizado en esta “nueva normalidad” como forma de llevar a cabo un mínimo contacto físico sin arriesgarse al contagio del coronavirus, me parece francamente ridículo. Se comprende perfectamente que no se pueden mantener los apretones de manos, besos y abrazos tan comunes en nuestra cultura. Pero el golpe de codo no me parece la fórmula ideal para sustituirlos. Para empezar, obliga a una especie de contorsión antinatural. Para seguir, requiere una pericia mayor que nuestros saludos tradicionales, pues hay que colocarse en una posición precisa, a una distancia adecuada, y luego propiciar el contacto con la intensidad idónea (ni muy fuerte, ni casi sin llegar a tocarse). Si falla alguno de estos aspectos, aparte de magnificarse el ridículo, puede llegar a ponerse en riesgo si no la salud, sí la integridad física, o a incluso moral. Que ya me ha pasado que el que saluda no mide las fuerzas, el codito se convierte en “codazo”, y eso ahí, en el mismo pico del codo, como “pille el punto”, te puede hacer ver las estrellas…

 

            Dicho lo anterior, y como ya puede suponer el lector, confieso que he practicado el saludo “de codo” en no pocas ocasiones. Primero de todo, los amigos son los amigos, y no se puede echar un “jarro de agua fría” a quien se aproxima con todo entusiasmo y alegría a saludarte. De hecho, a veces el codo ha sido un mal menor ante quien, contra todo pronóstico y contra todas las reglas, parecía abalanzarse hacia mí con inequívoca intención de darme un beso o la mano, como si nada hubiera pasado. A eso hay que añadir que, una vez que he visto que el rey lo utiliza con profusión, y con su habitual espontaneidad, he asumido que esto puede incorporarse al manual de estilo y de buen gusto sin mayores problemas (aunque me sigue pareciendo ridículo, si lo hace el rey será un ridículo protocolario). Con todo, sigo pensando que habría -y todavía hay- otras alternativas. Sin tocarse, que no sé por qué la gente tiene tanta manía con tocarse… Por ejemplo, decir “hola”, “¿cómo estás?” o incluso, si la situación lo requiere y para no parecer informal “buenos días tenga usted”. En suma, utilizar el lenguaje oral, que permite multitud de opciones, simples o refinadas. O incluso, para quienes tienen la manía de hacer un gesto o acompañar las palabras con gestos, me pareció ideal desde el inicio el “namasté”, con las palmas de las manos pegadas, que practican en la India y otras culturas orientales. Lo tiene todo. No me había atrevido a proponerlo, porque algunos lo considerarán exótico en nuestra cultura, pero ahora he visto que lo han practicado Merkel y Macron, así que todo es posible. Lo sugiero como alternativa simple y elegante...



(Fuente de las imágenes: https://www.hola.com/realeza/casa_espanola/20200521168377/rey-felipe-saludo-codo/ y https://cincodias.elpais.com/cincodias/2020/06/29/economia/1593450537_755030.html )