jueves, 26 de junio de 2014

Doña Sofía

Doña Sofía


         
   Ahora que todos los focos se centran en los “nuevos reyes”, sus encuentros y actividades, los “reyes mayores” van a ir perdiendo lógicamente protagonismo. Aun así, habrá que perfilar mejor cuál es la expresión más idónea para referirse conjuntamente a ellos, que conservan la consideración de reyes con carácter honorífico, y el tratamiento de Majestad, y a los que la prensa empieza a llamar “viejos reyes”, o “reyes eméritos”, entre otras formas a mi juicio poco afortunadas de referirse a Don Juan Carlos y Doña Sofía. En cualquier caso, ahora que pasará en cierto sentido a un segundo plano, creo que es el momento de un sincero reconocimiento a la Reina Doña Sofía. Porque siempre ha sabido ser discreta y ocupar el papel que le correspondía, lo cual tiene un enorme mérito. Ha sabido estar presente cuando ha hecho falta, pero nunca ha querido más protagonismo que el que le correspondía, sabiendo entender perfectamente su papel de Reina consorte, supeditado al Rey y totalmente carente en su caso de funciones constitucionales (art. 58 de la Constitución), pero siendo también plenamente consciente de que su presencia podía ser importante y útil en determinadas circunstancias. De este modo ha sabido siempre estar presente para apoyar las causas más nobles, y ha desempeñado un importante rol en el apoyo a la cultura y a los sectores sociales más necesitados, por ejemplo. Siempre con una labor discreta y callada.




            Es difícil mantenerse tantos años en ese “discreto primer plano”, y la Reina Sofía lo ha sabido hacer a la perfección. Prácticamente no se puede encontrar ni un solo “renuncio” significativo en su actuación pública. Sin entrar en aspectos privados, creo que puede decirse que ha sido una leal esposa, pero también ha sabido ser antes Reina que esposa. Igualmente creo que ha sido una excelente madre, pero incluso ha sabido, cuando ha tocado, ser Reina antes que madre. Dicen que es una gran profesional, es cierto, pero eso me suena un poco frío si no le añadimos el evidente factor vocacional y sentimental. Una referencia para todos, y también, indudablemente, para la Reina Leticia. El día de la coronación de Don Felipe, Doña Sofía volvió a ocupar exactamente el papel que correspondía: estuvo en el Congreso, pero no en la tribuna principal habilitada, y apareció después en la escena familiar en el Palacio Real. Pero me quedo con dos besos: el que lanzó al aire en el recinto parlamentario en dirección a su hijo Felipe, como agradecimiento a las cariñosas palabras que este le acababa de dedicar, y el que dio a Don Juan Carlos en el balcón del palacio. Dos besos sinceros y muy expresivos. Madre, esposa… y siempre Reina. Los servicios a la Corona y a España de esta mujer que nació griega y llegó a ser la primera de las españolas, han sido inmensos y a mi juicio impagables. Los primeros deben ser agradecidos por todos los que nos sentimos monárquicos, o por lo menos simpatizantes de esta monarquía parlamentaria española, que somos a día de hoy la mayoría de los españoles. Los segundos, prestados a esta gran nación, en mi opinión deberían ser justamente reconocidos por todos, monárquicos o republicanos. Muchas gracias, Majestad. 


jueves, 19 de junio de 2014

¿Qué le espera a Felipe VI?

¿Qué le espera a Felipe VI?



            Desde cierta perspectiva, podríamos pensar que el nuevo Rey Felipe VI lo tiene todo a favor para reinar mucho tiempo con éxito. Por un lado, la legalidad de su reinado no parte de las leyes vigentes en una dictadura, como le sucedió a su padre, sino que tiene su origen en la propia Constitución, al igual que su legitimidad (que se añade a su legitimidad dinástica, aunque este no sea el factor relevante en democracia). Hay, además, una mayoría de personas partidarias de esta monarquía en España. Y por otro lado, su preparación en cuanto a conocimiento, titulación, idiomas, y experiencia, supera probablemente a la que nunca haya tenido un Príncipe de Asturias en la Historia de España. Sin embargo, si nos fijamos en otros aspectos, podría afirmarse que su posición es difícil y su futuro, incierto. Asume la Corona cuando la crisis económica aún no ha terminado de superarse, y sus consecuencias en la población son notorias. El número de simpatizantes con la República, aun siendo minoría según todos los estudios, alcanza cifras nunca conocidas en las últimas décadas. Y en cualquier caso es incuestionable que la imagen de la Corona se ha deteriorado por diversas razones en los últimos años. Por lo demás, el reto abiertamente secesionista que han planteado las instituciones catalanas no es el mejor contexto para España, ni para el papel de la Corona. Esta, a decir verdad, bien poco puede hacer para resolver el problema, pero parece que tanto algunos “constitucionalistas” como otros “soberanistas” quisieran que de algún modo medie o intervenga para desbloquear la situación.   


            Por todo lo anterior, se comprende que algunos auguren un reinado largo y exitoso, y otros corto y espinoso. Además, demasiadas veces tienden a mezclarse los análisis objetivos con los deseos. En cualquier caso, aunque en España pocas veces los cambios de régimen han sido consecuencia de una reforma del sistema jurídico –constitucional y han encontrado base en la legalidad anterior, como constitucionalista que cree en la democracia y en el Estado de Derecho, yo no debería siquiera considerar otras opciones que el mantenimiento de la monarquía parlamentaria, o su sustitución por una República mediante una reforma constitucional que requeriría la aprobación de 2/3 en cada Cámara, en dos legislaturas sucesivas, además de un referéndum. Algo que hoy parece poco probable. En todo caso, muy mal haría el nuevo Rey si pensara solo en estos términos probabilísticos y jurídicos-formales. Un monarca parlamentario tiene que mantener una actitud ejemplar en todos los aspectos públicos e institucionales, tiene que trabajar con rigor en todo momento, cumpliendo sus funciones pero jamás extralimitándose de ellas; tiene que saber ganarse día a día la simpatía y el afecto de la mayoría del pueblo y la sintonía con los representantes institucionales. La legitimidad carismática no tiene ningún significado constitucional, pero de alguna manera es importante obtenerla y conservarla, para sumarla a la que da la Constitución. Deseo que Felipe VI sepa hacerlo y que hoy inauguremos un reinado largo y exitoso, y sobre todo positivo para España.  

viernes, 13 de junio de 2014

Los graduados

Los graduados




         Los actos de graduación son casi siempre solemnes y emotivos. Yo he vivido varios en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de Toledo, como Vicedecano que fui en su día, y como profesor. Este año, los alumnos que obtienen el Grado en Derecho me han pedido que sea yo quien les llame y les dirija unas palabras. Eso es algo que me ilusiona enormemente, porque sé lo que significa para ellos, que han planeado el acto con detalle a lo largo de casi todo el curso. Queridos alumnos, la participación en vuestro acto también es importante para mí, ya que ser vuestro profesor contribuyó a mi formación como docente y como persona. A la mayoría os conozco y os aprecio sinceramente. En algunos casos hemos mantenido el contacto (ya con mis asignaturas aprobadas) a través de las redes sociales, pero vosotros siempre me habéis tratado como profesor y yo como mis alumnos, que es lo que corresponde. Ahora termináis el Grado, y si en el futuro en algún caso puede hablarse de amistad, sería muy bonito, pero en todo caso me gustará conservar la comunicación con la mayoría de vosotros.



Quisiera deciros muchas cosas, y como jamás he mentido a mis alumnos (ni a mis hijos), todas serán verdad. Sé que es difícil valorar colectivamente a un grupo, cuando en realidad cada persona que lo compone es única, diferente, exclusiva; pero todos los profesores sabemos que, por razones que a veces no se alcanzan a comprender, en términos generales hay grupos con los que nos sentimos más compenetrados, con los que trabajamos más a gusto, con los que se produce un mayor “feeling”. Si os digo que sois la mejor promoción de alumnos que he tenido, alguien podría decir que ya lo dije alguna vez, pero yo alegaría que siempre que lo dije fue cierto. Como también es cierto que, lamentablemente, no puedo ahora decir que el futuro vaya a ser fácil para vosotros. Entre otras cosas porque todos sabéis que no es así. Sin embargo, creo que no hay que ser demasiado pesimistas. Durante años habéis trabajado duramente para alcanzar este momento, afrontando las más variadas dificultades, preparándoos para mil y una formas de evaluación. Probablemente lo que profesores y autoridades universitarias os anunciábamos al presentarnos en el primer curso no se haya correspondido del todo con la realidad, pero ello es porque nunca hemos desistido de intentar cambiar dicha realidad para mejorarla. Y si bien casi nunca los objetivos llegan alcanzarse en plenitud, nunca hay que desistir. En cualquier caso, creo que los profesores hemos hecho lo que hemos podido, pero de lo que no tengo duda es de que ha sido vuestro esfuerzo el que os ha conducido a este acto de graduación. Y aunque quizá hoy no sea el día más idóneo para decirlo, es conveniente tener presente que este momento no debe considerarse un punto y final, sino un punto y aparte. Quiere eso decir que hay que seguir formándose, que hay que seguir esforzándose, que en el contexto actual hay que darlo todo. Lo primero esfuerzo, lo segundo esfuerzo, lo tercero esfuerzo, y luego todo lo demás que os digan. El camino que ahora se inicia no acabará nunca (como no ha acabado el que otros emprendimos en su día), y se presenta difícil y tortuoso. Pero la buena noticia es que, si bien lo pensáis, el futuro esta por conquistar, y no hay nada que no esté a vuestro alcance. 


miércoles, 4 de junio de 2014

Constitución, monarquía, sucesión

Constitución, monarquía, sucesión




La república es la forma de gobierno más racional. Sin embargo, la monarquía, cuando es parlamentaria, es una forma de gobierno igualmente democrática, en la medida en que el rey carece de todo poder político efectivo, aunque desempeñe una importante función representativa y simbólica. Por eso es habitual que los Estados decidan entre monarquía y república en función de cual de los dos sistemas identifica mejor a una nación y su Historia. En España, y a mi juicio con buen criterio, el poder constituyente (es decir, el pueblo soberano) decidió en 1978 establecer como forma de gobierno la monarquía parlamentaria. El reconocimiento del peso de la Historia en la Constitución es notorio en diversos aspectos, por ejemplo al reconocer al Rey Juan Carlos como “legítimo heredero de la dinastía histórica”. Pero no hay que confundirse: lo que legitima y justifica la monarquía en España es la Constitución, no la Historia. El rey no esta por encima de la Constitución, ni por supuesto puede estar por encima del pueblo soberano. Si alguna vez la mayoría de este, expresada a través del procedimiento previsto en el artículo 168 de la norma fundamental, desea la república, vendrá la república. Ese momento no parece en mi opinión muy próximo, y mientras tanto, España sigue siendo una monarquía parlamentaria.

            



La abdicación de Su Majestad el Rey Don Juan Carlos debe inscribirse, por tanto, dentro de la normalidad institucional. Llegado a cierta edad, en buen estado de salud y en pleno uso de sus facultades mentales, ha decidido abdicar la Corona. Lo que preceptúa la Constitución en este momento es que la abdicación “se resuelva” por una ley orgánica (art. 57.5 CE), es decir, que el Congreso y el Senado, siguiendo el procedimiento previsto para la tramitación de este tipo de normas, se pronuncien sobre dicha abdicación, previsiblemente aceptándola teniendo en cuenta lo ya anunciado, y que no hay motivo alguno para no hacerlo. La posibilidad de desarrollar legalmente el título II de la Constitución (e incluso de reformarlo en aspectos significativos, entre los cuales hay coincidencia en la conveniencia de suprimir la preferencia del varón sobre la mujer en la sucesión) está siempre abierta, pero ninguna ley era necesaria previamente a la abdicación ni a las (hoy inexistentes) dudas de hecho o de derecho sobre la sucesión. Por tanto está en mi opinión fuera de lugar “rasgarse las vestiduras” por el hecho de que las Cortes Generales no hayan procedido hasta ahora a esta regulación, ya que lo que parece pedir el artículo 57.5 es una intervención singular. Es decir, aunque ya hubiera un desarrollo legal de la Corona, la ley orgánica para resolver esta abdicación sería necesaria. En fin, estas son nuestras reglas del juego, constitucional, democrático y, a día de hoy, monárquico. El que no esté de acuerdo tiene a su disposición los derechos fundamentales para ponerlo de manifiesto, y los procedimientos de reforma para intentar cambiarlas. Hoy creo que lo más honesto es que los ciudadanos españoles, monárquicos o republicanos, reconozcamos de forma agradecida lo mucho que Don Juan Carlos ha aportado para que tengamos el régimen democrático y constitucional mas estable de nuestra Historia. Creo que la mayoría sabemos que, puestos en un platillo de la balanza los errores del Rey, y en otro lo positivo, la balanza se vencerá inmediatamente hacia este último lado.