jueves, 23 de abril de 2020

Morir con dignidad

Morir con dignidad



            Hace tiempo que se debate sobre si nuestro ordenamiento constitucional ampara, y sobre si se debe reconocer legislativamente, un derecho a “morir con dignidad” o “a vivir con dignidad el proceso de la muerte”. Es una expresión tan ambigua que requiere de una delimitación previa. En su día, el Tribunal Constitucional entendió -dicho en términos muy simples- que su proclamación en un Estatuto de autonomía no vulneraba la Constitución, siempre que se interpretase en el sentido de que no añade ni quita nada a lo que deriva de esta… así que seguimos más o menos como estábamos. Pero lo que hoy me interesa destacar es que el debate sobre este derecho se ha centrado, hasta ahora, en la cuestión de si se deben permitir determinadas formas de eutanasia, sobre todo en casos de especial sufrimiento o de severas limitaciones en la calidad de vida del paciente. En cuanto al dolor, es humano que nos preocupe, pero hay que asumir que forma parte de la propia vida. Por diversas razones, he tenido la oportunidad de leer no pocos documentos de voluntades anticipadas, y casi todos se centran en esa idea de evitar el dolor y preferir, llegado el caso, morir sin sufrimiento. Pero eso es algo que normalmente procurarán los médicos, aunque lamentablemente no siempre es posible. 

            Me parece importante que se dé prioridad a la voluntad del paciente, pero me quiero centrar en que existen otras manifestaciones de ese derecho, que no necesitan una regulación legal específica. La terrible pandemia que estamos afrontando nos ha llevado a ver cómo, en demasiadas ocasiones, las personas mueren solas, sin el acompañamiento de los familiares y sin asistencia espiritual. Por ello me parece tan interesante como oportuna la Declaración del Comité Español de Bioética aprobada el pasado 15 de abril, y que se centra precisamente en la importancia de reconocer esta posibilidad a todos los pacientes. El Comité (que por cierto semanas antes ya se había pronunciado en el mismo sentido que aquí apuntamos sobre lo cuestionable de criterios de priorización centrados en la esperanza de vida sin discapacidad y en el valor social https://www.bioeticaweb.com/wp-content/uploads/Informe-coronavirus-CBE-1.pdf, sobre todo puntos 9.6 y 9.7) pone ahora el énfasis en esta cuestión, y a mi juicio lo hace con una acertada perspectiva que ofrece una adecuada ponderación de los derechos constitucionales en juego: “no hay duda de que procurar el oportuno acompañamiento de un ser querido en el momento de la muerte, así como el apoyo espiritual o religioso cuando lo soliciten, es un esfuerzo a todas luces justificado y un acto superior de humanización”, y añade que, respecto a estos derechos de acompañamiento y asistencia religiosa, “debe procurarse siempre que su limitación no solo esté justificada ética y legalmente, sino que, además, no sea de tal intensidad que acabe, de facto, por convertirse en una absoluta privación. A este respecto, tanto la Constitución en su artículo 53.1 como la doctrina consolidada del Tribunal Constitucional establecen que todos los derechos deben conservar, al menos, un contenido mínimo esencial, lo que en estos tiempos no parece que se esté respetando” (el texto completo de la declaración en https://www.bioeticaweb.com/informe-del-cbe-sobre-el-derecho-al-acompanamiento-y-asistencia-espiritual-pacientes-con-covid-19/?fbclid=IwAR2ZYDdByfZ0xWSHmDSNh9aiwcMoBMG4sXK4MkQWwtZ9GJn5vnyqzpaGjpE).  Me parece que poco más hay que añadir, salvo que cabe esperar que la práctica se adecue definitivamente a estos criterios, que encuentran a mi juicio sólida base constitucional en los preceptos que reconocen la dignidad de la persona (en relación con el propio artículo 15), el libre desarrollo de la personalidad o la libertad religiosa. 

(Fuente de la imagen: http://www.cronica.com.mx/notas/2017/1050807.html )

jueves, 16 de abril de 2020

Educar en tiempos revueltos

Educar en tiempos revueltos



            Esta maldita pandemia nos ha obligado, sin duda, a adoptar nuestros métodos y prácticas docentes, dando un protagonismo mayor a lo que genéricamente solemos denominar “nuevas tecnologías”. Pero ni estas acaban de llegar, ni creo que vayan a esfumarse después de esta crisis. Hace bastante tiempo que algunos (yo creo que bastantes) profesores las hemos incorporado de forma habitual a nuestra docencia. En mi caso, muy modestamente, inspirado de forma remota y adaptando de forma muy libre metodologías basadas en lo que se llama “aula invertida” utilizo hace años grabaciones de mis exposiciones como herramienta previa a la clase, lo que permite dedicar esta a otros enfoques y actividades. Leo y me inspiro ideas basadas en principios como eso que han dado en denominar con la horrorosa palabra de “gamificación”, pero mi mejor guía es y ha sido siempre la práctica docente cotidiana. Esta me enseña que es imprescindible motivar e incentivar al alumno; y esto, que se debe hacer en “tiempos normales” es especialmente importante en estas complejas circunstancias. Pero creo que lo más importante es que siempre, siempre, he tratado de no confundir medios y fines. Me parece bien utilizar cualquier metodología útil al alcance, pero sin perder nunca de vista que todas ellas deben dirigirse al fin último que es educar (aunque ahora muchos gustan de decir “formar”): transmitir conocimientos, desde luego, pero también instrumentos para razonar, interpretar la realidad y fomentar un espíritu creativo, crítico, pero también práctico a la hora de dar respuesta a los problemas. Está bien usar métodos que incentiven al alumno, pero no hay que olvidar, por ejemplo, que la memoria también es útil; o que una persona que inicia una carrera universitaria debería tener capacidad para concentrar su atención en una exposición oral durante al menos una hora, con o sin power point, y sea más o menos aburrida (además, un buen maestro sabe exponer de forma atractiva).

            En estas críticas circunstancias, creo que la previsión y el sentido común serán los mejores consejeros. Primero, alumnos y profesores no estamos enfrentados (tengo la firma convicción de que no podemos ni debemos estarlo nunca) sino en el mismo barco, bajo la dirección de los responsables académicos. Segundo, lamentablemente sabemos que esta situación no se puede equiparar a la que tendríamos en circunstancias normales, pero todos debemos hacer lo posible para que ello “se note” lo menos posible, adaptando nuestros medios para mantener los mismos objetivos y cumplir el calendario. Sin regalar nada, lo cual sería injusto; pero con la flexibilidad necesaria para adaptarnos y, sobre todo, apoyar a los que ahora sufran una mayor carencia de medios en sus casas.   

(Fuente de la imagen: https://www.deia.eus/vivir-on/cine-y-tv/2020/03/28/educacion-on-line/1027679.html )

jueves, 9 de abril de 2020

A dónde irán los besos

A dónde irán los besos


       
  Lamentablemente, vivimos una situación tan trágica que, en cierto sentido, resulta un tanto ridículo que todos los que tenemos vida y salud nos quejemos del confinamiento en el hogar, mientras algunos se dejan la piel cada día, otros ven amenazada gravemente su salud, y vemos irse en soledad a centenares de compatriotas cada día. No nos podemos quejar, y espero que esto se entienda solo en sentido figurado… Yo, la verdad, no sé si veo muy oportuno ese “Resistiré” un tanto pretencioso que escuchamos todas las tardes como fondo de nuestros aplausos, y que no parece estar dedicado a los profesionales de la sanidad, sino más bien a nosotros mismos por demostrar el enorme valor de “quedarnos en casa”. Si pudiera elegir, me quedaría con aquella letra de Víctor Manuel que decía “no soy un héroe, lo sé, es fácil como pueden ver…”. Pero bueno, yo no soy el que pone la música a las 20:00 horas en mi urbanización, y si lo fuera correría el riesgo de llevarme yo la cacerolada ese día, y sin esperar siquiera a las 21:00. 

            Dicho lo anterior, es imposible negar que a veces… sueño, dormido o despierto, que estoy en otro lugar, acaso remoto y exótico, o “simplemente” entre el mar y la montaña en mi querida Asturias. A veces me despierto y, aunque sea por un breve instante, me parece que toda esta horrible realidad es un sueño, y que no estamos confinados, y que puedo salir normalmente a dar un paseo o a hacer bicicleta o el camino de Santiago. Pero también, y lo digo con sinceridad, he soñado que saludo a amigos y amigas con abrazos y besos. Por ejemplo, esos saludos mexicanos de apretón de manos, palmada seca en la espalda y nuevo apretón de manos. Esos abrazos y besos de familiares y amigos. Incluso, a decir verdad, añoro el darle la mano a alguien por compromiso y sin ningún entusiasmo. Compruebo ahora que incluso ese contacto es parte esencial de nuestras vidas. Cómo no añorar, mucho más, el beso a mis hermanos o, por supuesto, ese beso a mi madre, ahora que cada vez que voy un rato a cuidarla he de recordarle por qué no se lo puedo dar… Y entonces me viene a la mente esa pregunta de otra preciosa canción de Víctor Manuel: “¿A dónde irán los besos que guardamos, que no damos? ¿Dónde se va ese abrazo, si no llegas nunca a darlo?”. Siempre me he considerado frío y austero en el trato, en cuanto a esas expresiones de efusividad. Claro que todo es relativo, y el carácter castellano será distante al lado del caribeño, pero quizá efusivo al lado del nórdico. El caso es que a veces, más que el ir y venir de un lugar a otro, lo que echo de menos es ese contacto que de alguna manera nos acerca y nos une a todos los seres humanos, nos iguala y nos permite expresarlo todo sin decir nada.

(Fuente de la imagen: http://joya937.mx/blogs/medicos-recomiendan-menos-whatsapp-y-mas-abrazos.html)

miércoles, 1 de abril de 2020

Obedecer, cumplir, criticar

Obedecer, cumplir, criticar… 



            La declaración del estado de alarma, y algunas de las normas que posteriormente se han aprobado, han supuesto las mayores restricciones de derechos que se conocen en nuestro período democrático, hasta el punto de que, en algún caso, algunos creemos que se llega a la suspensión. Pero como es evidente, esto lo ha acordado un Gobierno legítimo, y autorizado (en su prórroga) el Congreso de los Diputados. Y además, a pesar de todos los matices y discrepancias, todos entendemos que se busca un fin muy importante, como es salvar vidas y proteger la salud. Por todo ello, estamos obligados a obedecer y a cumplir todas y cada una de sus prescripciones. Y la inmensa mayoría de los españoles lo estamos haciendo así desde el primer día. Eso es, por encima de todo, lo que nos une: el cumplimiento colectivo de nuestras obligaciones, así como la solidaridad y el apoyo expresados cada tarde en el aplauso que, si va explícitamente dirigido a los profesionales de la sanidad, también expresa nuestra unidad como nación que sufre con los compatriotas que peor lo están pasando, y que en todo caso sacrifica una parte importante de sus derechos. 

            A partir de ahí, carecen de todo sentido, en mi opinión, las imputaciones de deslealtad o de falta de unidad que parten del Gobierno y de personas afines, y se dirigen precisamente a quienes criticamos sus actuaciones. Por no decir las críticas que hacen a la oposición por el mero hecho de no mostrar un total acuerdo con todo, a pesar de que, en contra de algunos de los socios del Gobierno, ha votado hasta ahora a favor de las medidas del Gobierno. Motivos para criticar hay demasiados: además de los estrictamente jurídicos que aquí he ido expresando, parece evidente la demora en actuar, que provocó una incidencia mucho mayor de la epidemia. Es verdad, el Gobierno no tiene la culpa de la epidemia y esta afecta a todo el mundo, pero no todos están en el segundo lugar mundial en este trágico ranking de fallecimientos, y esto no habla de una buena gestión. A ello cabe añadir el ridículo fracaso inicial en la compra de tests, que como mínimo va a suponer mucho más retraso en su difusión. Y la falta de coordinación y centralización de la gestión, que es para lo que declaró el estado de alarma, y que ha provocado que cada Comunidad Autónoma sobreviva como puede. Por no hablar de la manipulación del derecho a recibir información y de la libertad de expresión que se lleva a cabo en las permanentes intervenciones públicas de los ministros y responsables, con preguntas previamente “filtradas” a las que además no hay ninguna necesidad de responder, y sin derecho de réplica. ¿Hablan de deslealtad? Desleal sería, en mi opinión y por mantener el símil bélico tan frecuente estos días, ver cómo nuestros generales mandan a los soldados a la guerra sin armas y callar ante eso. Hay que ser leales al Estado, y también a los compatriotas que se dejan la piel y que tratan de transmitir a duras penas la lamentable situación en la que se encuentran. En este caso, criticar es incluso un deber para todo el que ve lo que está sucediendo. Y eso sin descartar el legítimo derecho a impugnar aquellas decisiones que puedan lesionar injustificadamente derechos. Pedir unidad con un Gobierno que no está gestionando bien no es pedir lealtad, sino una ciega y acrítica adhesión a esa misma mala gestión. Y eso es algo incompatible con la misma idea de democracia. De momento, parece que nos queda al menos algo de nuestra libertad de expresión. Que no nos pidan además que no la ejerzamos. 

(Fuente de la imagen: https://confilegal.com/20200317-analisis-del-real-decreto-dos-realidades-distintas-del-estado-de-alarma/)