sábado, 4 de noviembre de 2023

Elucidaciones del Evangelio

Elucidaciones del Evangelio




            No sé si es una afición personal, cosa de unos pocos friquis, o una tendencia más generalizada; pero la verdad es que de siempre me ha dado por interpretar la Biblia, y en especial los Evangelios, y cuestionar las enseñanzas derivadas de las visiones más dogmáticas o tradicionales. Así, por ejemplo, siempre me gustó la interpretación que mi profesor de economía hacía de la parábola en la que el propietario de la tierra pagaba lo mismo al que llevaba trabajando todo el día, que al que contrataba a última hora, lo cual, lejos de ser injusto, sería la consecuencia lógica de la aplicación de la ley de rendimientos decrecientes del trabajo, si es que la curva de esta ley estaba todavía en su fase ascendente. El caso es que, cuando vi que Ángel Carrasco Perera había publicado un libro titulado Elucidaciones del Evangelio (Círculo Rojo, 2022), lo compré y leí, despacio y volviendo a veces a algunos pasajes, a la primera oportunidad. Desde luego, el interés por el libro no solo derivaba de la temática y el enfoque, sino también del conocimiento de su autor. Ángel Carrasco fue primero mi profesor, y luego mi compañero en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de Toledo, y aunque mis temas de interés no suelen aproximarme demasiado al Derecho Civil (área en la que él es catedrático), he leído y hablado lo suficiente con él como para considerarle uno de los profesores más inteligentes y sagaces con los que cuenta nuestra comunidad académica. 

            El librito (apenas 102 páginas, que condensan conocimientos y reflexiones muy profundas), no me decepcionó en absoluto. Está estructurado en varios capítulos (Advocación, Milagros, Misión, Palabra, Redención, Justicia…), cada uno de los cuales contiene a su vez breves pensamientos o reflexiones, apenas unos párrafos sobre cada una de las ideas, frases o temas que el autor toma de los Evangelios. Carrasco resume muy bien su sentido cuando nos dice que “(s)egún el lector, esta obra será valorada como apologética, irreverente, devota o debeladora, ensañada o sublimada por quien no llegó a creer o descreer lo suficiente”. Y aunque no sea fácil resumir la idea central o hilo conductor del mensaje del autor, yo percibo en este una profunda admiración por el Jesús de Nazareth, pero al tiempo un cuestionamiento de muchos de sus aspectos y comportamientos, y sobre todo de muchas de las interpretaciones habituales del Evangelio. Su visión, interesantemente subjetiva, es demasiado humana; acaso la de una persona que, negándose a admitir que algo pueda escaparse a su capacidad de entendimiento o que algo pueda ser aprehendido por la fe, trata de encontrar siempre un sentido, original y heterodoxo. No cabe aquí el acuerdo ni el desacuerdo, y en todo caso, la obra no puede ser más sugerente, y por tanto no puede ser más recomendable.     


(Fuente de la imagen: https://www.amazon.es/Elucidaciones-Evangelio-%C3%81ngel-Carrasco-Perera/dp/8411591859 ) 

 

La belleza de un símbolo

La belleza de un símbolo




 

            Símbolo, según el Diccionario, es un “elemento u objeto material que, por convención o asociación, se considera representativo de una entidad, de una idea, de una cierta condición, etc.”. Cuando esa entidad o idea encarna valores positivos o bien algo que debe generar un sentimiento colectivo de empatía o identificación, estamos ante los símbolos políticos, que resultan imprescindibles para mantener esa identificación, ese sentimiento colectivo, y en definitiva para que cualquier comunidad se preserve, identifique y sienta como tal. García Pelayo escribió el que probablemente siga siendo uno de los mejores ensayos sobre mitos y símbolos políticos, y destacada esa imprescindible función de expresión de una identidad colectiva. Por supuesto, si lo representado es positivo, o al menos se considera como tal por una comunidad determinada, el símbolo adecuado debe ser atractivo, hermoso, estéticamente agradable, o al menos ser percibido como tal por la mayoría que se sienta representada o identificada con dicho símbolo. Y aunque es evidente que la identificación se genera tanto o más por el significado que por el significante, nunca cabe ignorar ni soslayar la importancia de símbolos agradables o bellos. 

 

            De entre todos los símbolos nacionales, la Constitución se refiere solo a la bandera, aunque no dice expresamente que esta sea un símbolo; y al rey, al que sí denomina expresamente “símbolo de la unidad y permanencia” del Estado, del que es jefe. La misma norma fundamental se refiere también en varias ocasiones al príncipe heredero, que “tendrá la dignidad de príncipe de Asturias”, y que al cumplir la mayoría de edad prestará un juramento, que es de tanta importancia que la Constitución le dedica un artículo para indicar que será igual que el que presta el rey al ser proclamado ante las Cortes Generales, añadiendo eso sí el juramento de fidelidad al rey. En las últimas semanas, tanto en la fiesta nacional como en la entrega de los premios Princesa de Asturias, la princesa Leonor ha tenido un papel importante, que anticipa el solemne juramento que prestará el día 31 de octubre. Por su presencia y saber estar cumple a la perfección ese papel simbólico que desempeñará plenamente cuando sea reina. Bello es lo que “por la perfección de sus formas, complace a la vista o al oído y, por ext., al espíritu”, pero también aquello “bueno, excelente”. Desde luego, los republicanos racionales seguirán siéndolo a pesar de todo esto; pero los republicanos razonables creo que no dejarán de reconocer que quien hoy encarna la Corona y quien lo hará en el futuro desempeñan de forma difícilmente superable esa función de símbolo excelente.


(Fuente de la imagen:https://www.elcorreo.com/politica/desfile-dia-fiesta-nacional-imagenes-20231012112013-garc.html#imagen3 )

Deseo, consentimiento, voluntad libre

Deseo, consentimiento, voluntad libre


 



            En el interesantísimo curso de verano que la UCLM ha ofrecido en Cuenca sobre “Pornografía y derechos” hemos debatido sobre muchas cuestiones, y entre otras sobre el papel del deseo y su relación con el consentimiento. No cabe duda de que el deseo es una fuerza cuya importancia es enorme, hasta el punto de que muchas veces tiene gran protagonismo protagonismo en nuestra toma de decisiones. Y acaso por ello hay quien tiende a entender que difícilmente puede consentirse “de verdad” algo que no se desea, y por tanto ese consentimiento formal no sería realmente libre, o no formaría parte de la voluntad, cuando lo que se consiente es algo que no se desea. Pero ni siquiera desde esa perspectiva de qué es lo que realmente queremos (o el menos qué es lo que realmente consentimos) me parece que el deseo tenga tanta relevancia. Y, por supuesto, no creo que deba tenerla en términos jurídicos. Es perfectamente posible desear algo (o a alguien) y sin embargo no consentir (ni siquiera querer) tener relaciones sexuales con esa persona, de la misma manera que es perfectamente posible consentir, aceptar, incluso querer esas relaciones, a pesar de no sentir deseo alguno. También se puede desear cualquier tipo de relación, pero no quererla por no considerarla conveniente, adecuada, o incluso moralmente aceptable, igual que se puede desear un dulce, pero no quererlo. Claro que puede haber supuestos dudosos o fronterizos, que plantearían si se puede consentir válidamente algo que objetivamente causa daño o dolor… 

            Al hilo de esto volví a reflexionar sobre el concepto de libertad, ya que obviamente la clave de qué tipo de consentimiento o de voluntad debe resultar protegida por el derecho tiene que ver con la cuestión de si la decisión adoptada puede considerarse libre. Y es verdad que durante mucho tiempo el derecho ha formalizado excesivamente la idea de la voluntad libre, dando por bueno por ejemplo todo lo que alguien acepta mediante contrato o ante un notario, a pesar de que no siempre fuera lo realmente querido. Así, las leyes de horarios máximos o salarios mínimos fueron durante un tiempo, hace un siglo, declaradas inconstitucionales porque supuestamente atentaban contra la libertad. Hoy eso nos parecería cínico, pero estamos en riesgo de pasar el extremo opuesto, según el cual toda decisión que se ha adoptado de forma más o menos condicionada por circunstancias, como el pago o remuneración económica u otros factores sociales o de poder que la afectan no podría considerarse libre. Pero si así fuera, prácticamente nada de lo que haceos cada día, desde levantarnos en horas tempranas cuando suena nuestro despertador hasta el propio trabajo, sería un acto realmente libre.