jueves, 30 de agosto de 2018

De saludos

De saludos


            Saludarse es algo imprescindible en cualquier sociedad, pero como bien sabemos, las formas del saludo son muy diferentes en distintos lugares del mundo, y en distintos contextos. Así, en muchos países orientales el saludo tradicional es la inclinación de cabeza con las palmas de las manos juntas (el llamado “namasté”), y siempre se pone como ejemplo exótico el de los esquimales, que aproximan sus narices como gesto para olerse. Incluso dentro del más extendido apretón de manos, hay muchas modalidades que enfatizan más o menos el gesto, hasta el punto de que puede implicar un contacto breve y rápido, o ser más contundente, al punto de ir acompañado de un abrazo (así, en México, entre hombres y para expresar cierta cercanía, se da la mano, seguida de abrazo con un par de palmadas firmes en la espalda, y de nuevo la mano). Se trata de maneras de “formalizar” la expresión de respeto o de cariño. La forma de dar la mano puede ser diferente en cada persona, hasta el punto de que nos puede decir bastante del carácter de esa persona. Y luego está el asunto del beso, que permite mil y una formas, pero también puede estar proscrito o descartado en ciertos contextos. Aunque nosotros no estamos acostumbrados a dar dos besos entre hombres, en Italia es frecuente verlo. En este tema, lo mejor es adaptarse a cada caso, que es la mejor manera de empezar una comunicación. Y, de paso, si la situación implica cierto protocolo, adaptarse a la cultura de la persona saludada es siempre un detalle elegante y generoso. Yo, por ello, no tengo problema alguno en dar dos besos a algún amigo italiano cuando procede, pero jamás lo haría con la esposa de un amigo islámico, a la que, como es sabido, no se debe tocar.

            Más allá del cómo, en esto de los saludos llama la atención también el cuándo. En ciertos ámbitos rurales, en los caminos o en la montaña, es habitual saludar a todo el que pasa, aunque no se le conozca. En cambio, en la ciudad, a duras penas se saluda al vecino en el ascensor, y a nadie que no sea conocido en la calle. Siempre me he preguntado la causa de esta diferencia; alguien me dio una vez una explicación que parece convincente: en la ciudad, muchas personas compartimos un espacio reducido, y “el otro” tiende a ser visto como un competidor o una posible amenaza (muy especialmente, cuando vamos manos al volante…). En cambio, en el camino o en la montaña (salvo en ciertas rutas senderistas que se saturan en el verano) nos sentimos aislados en la inmensidad, y por ello tendemos a ver a las demás personas con una perspectiva mucho más solidaria -o incluso “utilitaria”-: pueden ser nuestro apoyo en una situación de necesidad. En la duda, saludar siempre es un signo de respeto y de educación.

(Fuente de la imagen: http://www.acn.cu/especiales-acn/25945-el-saludo-carta-de-presentacion-entre-los-seres-humanos) 


miércoles, 22 de agosto de 2018

Ciudades de España: Málaga

Ciudades de España: Málaga





            Sol y playa. Puede que muchas personas asocien Málaga, ciudad y provincia, a esta idea. Y es indudable que las playas y el buen clima son habitualmente un atractivo de esta zona que no en vano es llamada “Costa del Sol”. Pero esto, que no está mal, para mí es lo de menos a la hora de dedicarle este artículo a esta gran ciudad española, la sexta por su población. Porque, mucho más allá de esta imagen, Málaga es fenicia y romana, árabe y cristiana. Profundamente tradicional y profundamente moderna, es una ciudad orgullosa de su Semana Santa y su Cristo de la Buena Muerte, tan vinculado a la Legión; o de su Virgen de la Victoria; pero también una ciudad moderna, abierta y tolerante. Profundamente española, y profundamente cosmopolita. Una ciudad llena de lugares emblemáticos que no hay que perderse. Entre ellos, y por supuesto, destaco en primer lugar la tradicional y concurrida calle del marqués de Larios (o simplemente calle Larios). También la catedral y las calles del centro de la ciudad, siempre animadas y agradables. Y, cómo no, la zona del puerto deportivo, llena de lugares ideales para cenar o tomar una copa. Sin olvidar, desde luego, que es absolutamente imprescindible subir al parador de Gibralfaro para contemplar una espectacular vista de conjunto de toda la ciudad.


            En el aspecto monumental, además de lo ya citado, hay que destacar las importantes huellas de su pasado romano y árabe, como son el teatro romano y, por supuesto, la alcazaba, cuya visita es obligada, y que además ofrece vistas muy hermosas desde la zona del puerto, sobre todo por la noche con su agradable iluminación. Y siguiendo en el ámbito cultural, es imposible omitir la visita a la casa natal de Picasso. Pero por supuesto, y dado que esta serie de artículos nunca ha pretendido ser una guía turística de lugares, sino más bien lo que en su día llamé una “guía de sensaciones y sentimientos”, hay que destacar que Málaga es una ciudad agradable como pocas, ideal para descubrir y pasear tranquilamente, sin el ansia del turista. Hay que disfrutar del carácter y la gracia de los lugareños, del ambiente siempre animado. Y, claro está, de la gastronomía, variadísima, muy adecuada para el “tapeo”, algo que siempre hay que disfrutar en el sur de España, y en la que los pescados ocupan un importante protagonismo, aunque yo no puedo dejar de destacar la porra antequerana, una de mis grandes debilidades. Y claro, desde que fenicios y griegos introdujeron el viñedo, no se puede hablar de Málaga sin destacar sus excelentes vinos, en especial los dulces. En fin, una ciudad maravillosa, para disfrutar con todos los sentidos. ¡Ah! Lo olvidaba: por si alguien no lo sabía, hay excelentes playas, como la Caleta y la Malagueta…

miércoles, 15 de agosto de 2018

Caminando hacia Santiago

Caminando hacia Santiago



            El camino es, casi siempre, más importante que el destino. Pero no tiene sentido caminar sin un destino. Esa es, entre otras, la diferencia entre el caminante y el peregrino, ya que este último va a un lugar concreto y con un propósito determinado. En realidad, más que de un destino, habría que hablar de una meta, que puede ser un lugar, pero también un reto físico, mental, psicológico o espiritual. A veces, ni el propio caminante conoce esa meta, o bien surge en el propio camino. Dicen que todos los caminos llegan a Roma, pero en España (y también en buena parte de Europa) muchos caminos llegan a Santiago. Desde Cádiz o Huelva, desde Valencia o Barcelona, desde Irún, Roncesvalles o La Junquera, se puede “hacer el camino” a Santiago; y también, desde luego, desde París, Milán o Ginebra. Por supuesto, el camino de Santiago, en su variante de Levante, atraviesa nuestra ciudad de Toledo, y no sé si todos los que pasean por la llamada “senda ecológica” saben que están haciendo un tramo. Todo ello nos ofrece una oportunidad excepcional de caminar con una meta. No importa si se va a llegar a Santiago, no importa tampoco la motivación concreta de cada caminante: seguir la flecha amarilla (si puede ser en etapas que nos exijan cierto esfuerzo y nos hagan conocer el cansancio) nos hace partícipes de una historia multisecular, compartida por millones de personas desde que el rey Alfonso II, primer peregrino a Santiago, iniciara desde Oviedo lo que hoy conocemos como “camino primitivo”. Caminar y caminar siguiendo el símbolo de la vieira nos da nuestra pequeña cuota de protagonismo en la historia de España, de Europa y de eso que algunos llaman “Occidente”.


            Seguir el camino nos permite comprender que, como en la vida, vamos avanzando paso a paso. Que no debemos tener prisa, pero sí perseverancia, constancia, y una voluntad firme de alcanzar nuestros objetivos. Que, solo por seguir ese objetivo, vamos a poder conocer pueblos a los que, de otro modo, jamás habríamos ido; tratar con personas con las que jamás habríamos hablado; visitar iglesias y ermitas que nos descubren el inmenso patrimonio cultural y espiritual de nuestra tierra, y de algún modo nos van recordando nuestro propósito último; disfrutar de espectaculares paisajes que nos hacen valorar la belleza de la naturaleza, que no nos pertenece, sino a la que nosotros pertenecemos. El verdadero peregrino comprenderá además que el camino, como la vida, tiene también otros momentos menos gratos, monótonos y más duros. Y los asumirá como parte del todo, como medio para alcanzar ese objetivo representado en el Apóstol, pero que en realidad es la luz que queremos que ilumine nuestra vida.