De saludos
Saludarse es algo imprescindible en
cualquier sociedad, pero como bien sabemos, las formas del saludo son muy
diferentes en distintos lugares del mundo, y en distintos contextos. Así, en
muchos países orientales el saludo tradicional es la inclinación de cabeza con
las palmas de las manos juntas (el llamado “namasté”), y siempre se pone como
ejemplo exótico el de los esquimales, que aproximan sus narices como gesto para
olerse. Incluso dentro del más extendido apretón de manos, hay muchas
modalidades que enfatizan más o menos el gesto, hasta el punto de que puede
implicar un contacto breve y rápido, o ser más contundente, al punto de ir
acompañado de un abrazo (así, en México, entre hombres y para expresar cierta
cercanía, se da la mano, seguida de abrazo con un par de palmadas firmes en la
espalda, y de nuevo la mano). Se trata de maneras de “formalizar” la expresión
de respeto o de cariño. La forma de dar la mano puede ser diferente en cada
persona, hasta el punto de que nos puede decir bastante del carácter de esa
persona. Y luego está el asunto del beso, que permite mil y una formas, pero
también puede estar proscrito o descartado en ciertos contextos. Aunque
nosotros no estamos acostumbrados a dar dos besos entre hombres, en Italia es
frecuente verlo. En este tema, lo mejor es adaptarse a cada caso, que es la
mejor manera de empezar una comunicación. Y, de paso, si la situación implica
cierto protocolo, adaptarse a la cultura de la persona saludada es siempre un
detalle elegante y generoso. Yo, por ello, no tengo problema alguno en dar dos
besos a algún amigo italiano cuando procede, pero jamás lo haría con la esposa
de un amigo islámico, a la que, como es sabido, no se debe tocar.
Más allá del cómo, en esto de los
saludos llama la atención también el cuándo. En ciertos ámbitos rurales, en los
caminos o en la montaña, es habitual saludar a todo el que pasa, aunque no se
le conozca. En cambio, en la ciudad, a duras penas se saluda al vecino en el
ascensor, y a nadie que no sea conocido en la calle. Siempre me he preguntado
la causa de esta diferencia; alguien me dio una vez una explicación que parece
convincente: en la ciudad, muchas personas compartimos un espacio reducido, y
“el otro” tiende a ser visto como un competidor o una posible amenaza (muy
especialmente, cuando vamos manos al volante…). En cambio, en el camino o en la
montaña (salvo en ciertas rutas senderistas que se saturan en el verano) nos
sentimos aislados en la inmensidad, y por ello tendemos a ver a las demás
personas con una perspectiva mucho más solidaria -o incluso “utilitaria”-:
pueden ser nuestro apoyo en una situación de necesidad. En la duda, saludar
siempre es un signo de respeto y de educación.
(Fuente de la imagen: http://www.acn.cu/especiales-acn/25945-el-saludo-carta-de-presentacion-entre-los-seres-humanos)