viernes, 26 de junio de 2020

El momento de la "brocha fina"

El momento de la “brocha fina”

 



            Casi no acabamos de salir del estado de alarma, cuando la aparición de los temidos “rebrotes” de la epidemia vuelve a poner sobre la mesa el debate sobre la cobertura jurídica adecuada para posibles medidas que haya que ir adoptando, si la situación lo requiere (que parece que lo va a requerir). A la pregunta de si haría falta de nuevo el estado de alarma para afrontar esta situación, la respuesta una vez más será “depende del tipo de medidas que se quieran implantar”. Desde que se viene diciendo, ya habría habido tiempo para introducir algunas reformas en la legislación sobre protección a la salud, que den una cobertura más clara a concretas medidas, ya que hasta ahora las habilitaciones son demasiado genéricas, e interpretadas de conformidad con la Constitución y el resto del ordenamiento, creo que no permitirían la adopción de medidas restrictivas generales. Con todo, creo que ni con esas reformas podría considerarse lícita una limitación tan general como la “recuperación” de las fronteras provinciales, o incluso la prohibición generalizada de entrar o salir en comarcas o zonas más concretas. Eso requeriría (aunque la cuestión es controvertida, expreso mi opinión) una nueva declaración del estado de alarma, que no necesariamente tiene que abarcar todo el territorio de la nación, ni de una comunidad autónoma o provincia, sino que puede ser -de hecho, debe ser, según el principio de necesidad, y el carácter excepcional de este estado- aplicado solamente a las zonas que lo requirieran, y en la medida que así fuera. Por eso creo que ha hecho bien Aragón en imponer algunas restricciones, dentro de su ámbito competencial, pero en limitarse a “desaconsejar” la entrada y salida en las zonas afectadas. Es sabido que Cataluña ya procedió anteriormente al establecimiento de fronteras internas en algún lugar determinado, pero parece que Cataluña va por libre…

 

            En todo caso, creo que en este momento la necesaria lucha contra un virus que en modo alguno nos ha abandonado debe requerir, con carácter general, medidas más selectivas, centradas sobre todo en las personas contagiadas y en sus contactos. Ello supone, obviamente, la aplicación amplia de medios de los que hasta ahora carecíamos, pero que se supone que hoy sí tenemos, empezando, desde luego, por la aplicación de pruebas o test fiables, y de métodos de “rastreo” del virus y su contagio. Las medidas del confinamiento, e incluso de la desescalada, aunque fueran razonables y no arbitrarias, generaron múltiples situaciones concretas absurdas e injustificadas. Eran medidas motivadas por la premura, y aplicadas con “brocha gorda”. Llega ahora, si verdaderamente hemos aprendido y avanzado algo, el momento de la “brocha fina”. 


(Fuente de la imagen: https://fotos01.levante-emv.com/mmp/2020/06/25/1024x341/nueva-normalidad-buenas-noticias.jpg )

jueves, 18 de junio de 2020

“Trata de arrancarlo”

“Trata de arrancarlo”




 

            El jurado de los premios Princesa de Asturias ha decidido otorgar a Carlos Sainz el premio del presente año en la categoría de Deporte, y no solo me parece merecido, sino que es de esas alegrías que de alguna manera (por supuesto totalmente injustificada) siento como propia. Ahora todo el mundo va a recordar, con justicia, la proeza que supone haber ganado dos mundiales de rallies, y luego de ser campeón tres veces del Dakar, cada una con un coche de una marca distinta, y la última no precisamente en edad joven. Pero lo más importante son los valores que un deportista debe transmitir. Por ello el jurado ha destacado con acierto, además de su espléndida carrera como piloto, su “gran espíritu de superación y competitivo combinado con el esfuerzo, la disciplina y la solidaridad”. Y por eso yo, si tengo que elegir un momento en el que estos valores, y algunos otros, se pusieron de manifiesto, es el que representan esos minutos fatales del rally de Inglaterra en 1998, en los que, teniendo prácticamente ganado el mundial, su coche se paró a unos centenares de metros de la meta, y no hubo manera de arrancarlo, perdiendo la pareja Sainz-Moya el título mundial por este infortunio, totalmente ajeno a su voluntad.

 



     Es verdad que Sainz ha perdido otros rallies que lideraba por culpa también de circunstancias desafortunadas o accidentes. Es cierto, desde luego, que hemos vivido otras circunstancias deportivas de derrotas fatales, inmerecidas y difícilmente explicables, como cuando, por no salir del mundo del motor, Fernando Alonso perdió en la última carrera un mundial de Fórmula 1 por un claro error de estrategia de Ferrari. Y vaya, soy del Atleti, así que sé de minutos 93, y de finales de Champions perdidas en prórrogas, en penaltis, o en la repetición del partido (pero no de ninguna, por cierto, perdida en los 90 minutos reglamentarios…). Pero aquella escena de 1998 me sigue pareciendo una de las mayores fatalidades deportivas que puedan producirse. Ahora, volviendo a verla, creo que transmite, acaso mejor que los momentos de gloria, algunos de los valores que encarna Sainz. Luis Moya gritaba una y otra vez “trata de arrancarlo”, entre otras imprecaciones y “lindezas” que es mejor no transcribir, poco antes de arrojar con fuerza su casco contra el propio Toyota Corolla que les había jugado esa mala pasada.  Nada que objetar, de hecho creo que yo habría reaccionado más o menos así. Pero mientras, Sainz, visiblemente contrariado, estaba en silencio “digiriendo” la amarga situación. Pero más que cómo encaró ese momento, lo valioso es cómo se sobrepuso a él, y a tantos otros tragos amargos que le ha dado el deporte. Esa actitud, la de levantarse una y mil veces sin rendirse, es el mejor ejemplo que puede dar un deportista. Sigue siempre así, Carlos. 


(Fuente de las imágenes: https://elcorreoweb.es/el-decano-deportivo/polideportivo/carlos-sainz-premio-princesa-de-asturias-de-los-deportes-2020-NI6684906 y https://www.marca.com/deporte/100-momentos/trata-arrancarlo-carlos-rally.html )

jueves, 11 de junio de 2020

Hay Corpus

Hay Corpus




 

            Este año, los toldos no han dado sombra a las calles por las que transcurre el recorrido procesional, pero como ha mostrado una viñeta de Toni Reollo, nuestro toldo ha sido la Vía Láctea que cubre el cielo toledano. Los valiosos tapices no han cubierto las paredes de la catedral, pero muchos toledanos han adornado sus ventanas y balcones con una bandera, un pequeño detalle, una flor, que simboliza que ahí está el Corpus. La tarasca no ha recorrido las calles del casco histórico, pero se ha hecho presente a través del recuerdo de muchos toledanos. El tomillo y el romero no han generado ese aroma que, desde la madrugada de este día, habitualmente despierta nuestros sentidos, agita nuestros corazones, y provoca esa sensación inconfundible que no podemos describir con palabras, pero que conocemos perfectamente todos los que la hemos vivido: la sensación de que “es” el momento, el día del Corpus. Pero hoy también es Corpus, porque aunque las circunstancias impidan gran parte de las habituales celebraciones, no pueden alterar una fecha, ni el fervor, el sentimiento y la voluntad de los que amamos esta fiesta.

 

Mientras escribo estas líneas, la custodia debería procesionar por las calles de la ciudad, acompañada por las cofradías, las autoridades, y arropada por tantos ciudadanos. No sucede eso. Pero hay Corpus, para todos los que compartimos la fe, o para quienes, con independencia de sus creencias, quieren mantener su significado. Porque muchos han compartido las imágenes, los recuerdos, las vivencias de esta fiesta, que también de este modo se ha hecho presente. Y sobre todo, hay Corpus porque veo en la televisión la solemne misa y la procesión dentro de la catedral, y me conmuevo (seguro que al igual que muchos otros) en ese emotivo momento en el que la custodia ha salido a la puerta de la catedral, y el silencio se ha roto con una cerrada ovación. Y me estremezco y me emociono, que es lo que me pasa siempre en esos momentos sublimes, esté presente de forma física o virtualmente, que es otra forma de presencia. Y desde mi casa canto y me uno espiritualmente a todos los que, desde cualquier lugar del mundo, han gozado alguna vez en nuestra ciudad de esta fiesta única, o anhelan hacerlo en algún momento de su vida. Hay Corpus, y podemos vivirlo con especial intensidad, porque este año, tan diferente, hemos sabido conservar su verdadera esencia, que es la que nos une a todos. Y porque esta forma, más intimista, nos permite recordar -hoy y siempre- a los que, por culpa de esta desgraciada pandemia, ya no pueden acompañarnos. Este año todo es muy diferente, y así será recordado en la historia de nuestra fiesta más especial. Pero si conservamos su esencia y mantenemos nuestra ilusión, hay Corpus.


jueves, 4 de junio de 2020

Contar los muertos

Contar los muertos



            Lo sé. Los fallecidos son mucho más que una estadística. Detrás de cada fallecimiento por coronavirus hay una tragedia humana, una familia desolada, y un país entristecido. Pero por eso mismo es importante que esa cuenta se lleve bien. Precisamente porque cada persona importa, y porque no tenemos otra forma de valorar las dimensiones reales de este drama. Puedo entender, perfectamente, que el cómputo no es tan fácil como podría parecer, y que para contar que un fallecimiento se ha producido con certeza debido a esta enfermedad, hay que asegurarse con las pruebas adecuadas. Pero no podré entender nunca la paradoja de que cuantas menos pruebas rigurosas se hagan, más baja será la estadística oficial, la que quedará y será utilizada en los cómputos internacionales (aunque ya hay quien ha sacado a España por su falta de fiabilidad). Ni tampoco que, a lo largo de todo el proceso, el Gobierno cambie varias veces el criterio para el recuento, resultando ya imposible tener datos mínimamente homogéneos de todo el proceso. Ni que a raíz de uno de esos cambios las cifras prácticamente se frenen en seco, y hasta en ocasiones bajen. O que dejen de coincidir con las facilitadas por las Comunidades Autónomas. Me resulta incomprensible -y si lo entiendo me parece tremendamente injusto- que las cifras oficiales y supuestamente más precisas y rigurosas, hayan pasado a ser las menos ajustadas a la realidad; mientras que cifras fundamentadas como las de los registros civiles, las funerarias, y más recientemente el propio Instituto Nacional de Estadística, sean acaso menos precisas (porque no sea posible afirmar con absoluta certeza en todos y cada uno de los casos la causa), pero sin duda muchos más aproximadas a la realidad, a ojos de cualquier observante imparcial y desapasionado. En torno a 27.000 para el Gobierno, cerca de 48.000 para el INE. Desde luego importa esta tremenda diferencia. 

Importa que, cuando todo esto pase, queden cifras manifiestamente alejadas de la realidad. Quizá no todos los que han fallecido de más, respecto a los últimos años, lo hayan sido por Covid-19; tal vez haya habido un enorme accidente, como apuntó Simón; o, ya puestos, algunos alienígenas se han llevado a unos miles de españoles. El caso es que creo que este es el hecho que ha causado más muertes en menos tiempo desde la guerra civil, pero hoy deberíamos poder contarlos con rigor y con justicia. Es muy triste, pero ni siquiera el luto oficial puede servir de consuelo mientras haya miles de familias que saben con certeza que sus seres queridos se han ido por culpa de esta epidemia, y que no obstante nunca serán tenidos en cuenta. Sí, los fallecidos son mucho más que una estadística. Pero por eso mismo es un imperativo de justicia contarlos correctamente. Al menos, mi homenaje y mi recuerdo, y seguro que los de muchos compatriotas, se extienden también a esas decenas de miles de personas, y a sus apenadas familias, que han perdido a un ser querido que nunca entrará en la estadística “oficial”. 

(Fuente de la imagen: https://www.elmundo.es/opinion/editorial/2020/04/08/5e8cb550fc6c8304698b45f1.html )