jueves, 21 de abril de 2022

La Conquista de la Transición


La conquista de la transición


 

        Utilizo como título de este “Miradero” el de un reciente libro de Óscar Alzaga Villamil, que añade unas fechas (1960-1978) y un interesante y revelador subtítulo (“Memorias documentadas”), que con pocas palabras da una idea bastante precisa de lo que es esta obra: un repaso, desde la trayectoria y el conocimiento personal de su autor, de esa largo período de actividad política desde la oposición, que tras la muerte de Franco condujo al proceso de transición en sentido estricto, el cual, como sabemos, concluyó con la aprobación de la Constitución de 1978. Pero sin dejar de ser esa visión personal de quien ha tenido una larga trayectoria universitaria y académica, pero también política (siempre desde la democracia cristiana), la obra pretende y consigue ofrecer siempre una visión rigurosa y documentada, en la cual los recuerdos y las experiencias personales vienen siempre acompañados de documentos y referencias bibliográficas que sirven como “pruebas” (se nota que el autor es también abogado) de todo lo que se afirma. Y este enfoque permite apuntar una tesis que está presente de forma clara en toda la obra: frente a los planteamientos que sugieren que la transición fue obra principalmente de la iniciativa de algunas fuerzas políticas del régimen que, muerto Franco o incluso desde antes, habrían decidido impulsar ese proceso para traer la democracia, Alzaga sostiene que la transición, sin perjuicio de ser una obra claramente colectiva, se debió sobre todo al esfuerzo de muchos años de la oposición democrática (de la que formaron parte importante determinados movimientos demócrata-cristianos), frente a la tendencia al inmovilismo o a meras reformas aparentes que tuvieron las fuerzas del régimen.

 

            Por ello, aunque este libro es fundamentalmente histórico, su lectura sugiere, especialmente para quienes nos dedicamos al estudio de la transición desde la perspectiva constitucional, algunas reflexiones sobre el significado y las aportaciones de este proceso. Después de décadas explicándolo en las aulas, creo que cabe distinguir algunas fases en cuanto a su enseñanza como parte del Derecho Constitucional: primero, centrados como estábamos en el derecho positivo, prácticamente se prescindía de su estudio; segundo -aunque en parte se pudo solapar con lo anterior- se mitificó para considerarlo un proceso modélico y cuasi perfecto (la “Santa Transición”, como han ironizado algunos); pero luego, al menos desde algunos sectores, se pasó a una fase hipercrítica que ha pretendido verlo como un proceso de mera continuidad y supervivencia del régimen anterior, lo que se manifestaría sobre todo en la pervivencia de la monarquía encarnada en la persona elegida por Franco. La tesis de Alzaga es rotundamente incompatible con esta última visión (si el peso lo llevó la oposición, en modo alguno puede considerarse una obra del régimen anterior); pero por otro lado, su visión también desmonta aquella visión “idílica”, ya que también muestra, sin ningún tapujo, sus evidentes “sombras”. 





 

jueves, 7 de abril de 2022

Vuelven las procesiones

Vuelven las procesiones




            El profesor y ex magistrado constitucional Andrés Ollero, en su voto particular a la sentencia sobre el primer estado de alarma, venía a argumentar que las procesiones de Semana Santa jamás se habían suspendido en ninguno de los estados de excepción que él había conocido en su ciudad de Sevilla; puesto que, como todos sabemos, se suspendieron en aquella difícil y ya casi lejana primavera del año 2020, según él “aquello” no debía ser un estado de excepción. Con independencia de mi conocida discrepancia respecto al fondo, el ejemplo no me deja de resultar llamativo sobre algo que me parece cierto: hemos vivido demasiado tiempo en la excepcionalidad. Hasta tal punto que la excepcionalidad se llegó a convertir en “normalidad”, y a la inversa, ahora esta paulatina vuelta a la normalidad nos resulta ya casi una experiencia excepcional. Así que estoy bastante seguro de que este año, si Dios quiere, muchos viviremos y disfrutaremos las fiestas de forma especialmente intensa, a pesar de que, por desgracia y como bien sabemos, el contexto no ayuda en absoluto. El caso es que estamos a punto de vivir una Semana Santa que volverá a ser bastante “normal”, y esa normalidad, cuando se trata de una reiteración de los mismos actos, de las mismas costumbres y rituales, es la base de la tradición.

            Y, desde luego, en muchas de nuestras ciudades, la tradición más propia de la Semana Santa son las procesiones. He escrito varias veces respecto al recurrente debate sobre en qué medida los poderes públicos pueden de alguna manera intervenir en estos actos o apoyar su realización. En mi opinión, el debate no tiene demasiado sentido, porque así como es innegable que una procesión tiene un sentido religioso, no lo es menos que, en nuestra cultura, muchos de estos actos están tan arraigados que su faceta de tradición, costumbre, acto social e incluso folclórico es inescindible de aquella dimensión religiosa. Y aunque es evidente que para algunas personas esa vertiente religiosa es la más importante, o acaso la única importante, para otras esa dimensión puede estar incluso ausente, y no por ello tienen menos interés en seguir y participar en tales actos. Para que no falte de nada, y como es propio de las sociedades plurales, otras personas “pasarán” por completo de las procesiones, sin que les genere interés ninguno. Pero como también es propio de las sociedades democráticas el respeto, nadie puede pretender que su dimensión o forma de ver el acto sea la única o excluyente de otras. Y los poderes públicos deben contemplar estas manifestaciones en su integridad, y por ello cuando su trascendencia o interés social, cultural o tradicional lo justifique, se entiende que como tales puedan participar, eso sí respetando la libertad religiosa individual de cada persona. No es tan difícil… Disfruten de la Semana Santa, cada quien a su manera.


(Fuente de la imagen: https://www.abc.es/espana/castilla-la-mancha/toledo/ciudad/abci-arzobispado-hace-oficial-suspension-procesiones-semana-santa-toledo-2021-202101271330_noticia.html )

 

domingo, 3 de abril de 2022

Conocer la Historia

 

Conocer la Historia

 


            Como profesor de Derecho, cada año echo más de menos, en algunos alumnos de primer curso, bases mínimamente sólidas de Historia y también de Filosofía o Historia del pensamiento político. Es difícil hablar de Constitución sin entender los orígenes del constitucionalismo, sin saber lo que supuso la Revolución Francesa o la independencia de las trece colonias, sin tener idea del pensamiento de Locke, Rousseau o Montesquieu, entre tantos otros. Por supuesto, todavía algunos alumnos conocen, aunque sea de manera muy básica o rudimentaria, estos acontecimientos y a estos pensadores. Pero cada vez menos, y me temo que esto va a empeorar mucho más con los nuevos currículos de los distintos niveles preuniversitarios. Y el problema es que estas bases no son solo necesarias para estudiar Derecho, sino que debían serlo para cualquier estudio universitario, como también lo es saber lo que es la tabla periódica, los principios elementales de la Física, lo que es una magnitud, una regla de tres o una fracción. Pero en cada nueva reforma… las Humanidades y las Ciencias Sociales suelen ser siempre las más perjudicadas.

            El problema ahora no es solo que vaya a haber menores bases, sino que algunas disciplinas prácticamente desaparecen, otras arrinconan los parámetros más elementales de enseñanza, y todo ello se produce en el contexto de un indisimulado propósito de adecuar los principios rectores de la enseñanza al programa del Gobierno, y eso se llama lisa y llanamente adoctrinar. Desde luego, si alguien llega a la Universidad sin un conocimiento mínimo de la Revolución Francesa, hay algo que está funcionando muy mal en el sistema educativo. Y eso, que ya estamos viendo en algunos casos, tiene todo el riesgo de generalizarse con un programa de Historia en el que esta cuestión deja de ser obligatoria y común. Pero no solo esta, sino el mismo estudio de la Historia dividido en períodos, o cualquier acontecimiento relevante. Eso desaparece para no incurrir en “enfoques academicistas”. Eso sí, ahora tendremos bloques temáticos como “marginación,  segregación, control y sumisión en la historia de la humanidad”. La Filosofía, directamente desaparece. Ahora ya no es que los alumnos vayan a llegar a la Universidad sin haber leído a Locke o a Rousseau, es que ni sabrán quiénes son. Pero no se preocupen, tendremos “Matemáticas inclusivas” y en Física y Química se contribuirá a construir una sociedad “más justa, equitativa e igualitaria”. Y gracias a la memoria democrática los alumnos sabrán que el único momento de democracia real y pura en la Historia fue la II República… aunque ni siquiera sean capaces de ubicarlo.


(Fuente de la imagen: https://www.ui1.es/blog-ui1/la-importancia-de-aprender-historia-para-la-sociedad)