jueves, 21 de febrero de 2019

Mis poetas: Antonio Machado

Mis poetas: Antonio Machado



            No podía encontrar un mejor momento ni un mejor pretexto para iniciar esta serie (que será discontinua y alternada, como todas) dedicada a los poetas de mi vida. Hoy, 22 de febrero, hace exactamente 80 años de la muerte de Antonio Machado, en el exilio de Colliure, apenas un mes después de haber cruzado para siempre la frontera entre España y Francia, tres días antes de que falleciera su propia madre. Machado es sin duda uno de los poetas que más claramente ha marcado mi vida y mi afición por la poesía. Resulta que antes se hacía aprender a los alumnos poemas en la escuela (me temo que hoy esa costumbre se ha ido perdiendo), y ya en el preescolar (hoy Educación Infantil, para los más jóvenes) recuerdo haber memorizado “Sobre el olivar,/ se vio a la lechuza/ volar y volar…”. Luego, a lo largo de mi vida, he leído buena parte de sus poemas, y he memorizado no pocos, lo cual tiene la ventaja de que se pueden recordar, repasar y disfrutar en cualquier momento. Algunos nos los enseñaban en el colegio; otros, los aprendí por mi cuenta por gusto. Despedí la educación preuniversitaria realizando un trabajo extenso sobre el poeta, su biografía y su obra, junto a un compañero, en COU (el segundo de bachillerato de ahora). Y, desde luego, entonces y ahora, he cantado y canto con Serrat los poemas incluidos en ese álbum “Dedicado a Antonio Machado”.


            De un modo u otro, la biografía de Machado me ha acompañado, y más que aprenderla, he podido entenderla, y de algún modo sentirla a través de su poesía. Por poner solo un ejemplo, una cosa es saber que perdió a su jovencísima esposa Leonor Izquierdo, y otra cosa sentir el dolor de los versos “Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería/ oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar…”. A veces incluso me identifico en parte con algunos de los versos, como los de ese “Retrato”: “Ni un seductor Mañara,/ ni un Bradomín he sido/ -ya conocéis mi torpe aliño indumentario-/ mas recibí la flecha que me asignó Cupido/ y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario”. Por otro lado, siempre me ha gustado de Machado su manera de hacer poesía de lo intrascendente, para darle luego un toque profundo, como cuando canta a las “moscas vulgares”, o “Al olmo viejo”, pero termina con esos versos que claman por la salvación de su amada enferma: “Mi corazón espera/ también, hacia la luz y hacia la vida,/ otro milagro de la primavera”. En fin, cómo no destacar su carácter crítico y regeneracionista; confieso que a veces no puedo dejar de pensar que mantienen hoy actualidad sus versos sobre “las dos Españas”, o sobre la apatía o la ignorancia: “- Nuestro español bosteza./ ¿Es hambre? ¿sueño? ¿hastío?/ Doctor, ¿tendrá el estómago vacío?/ - El vacío es más bien en la cabeza”.

(Fuente de la imagen: “Antonio Machado retratado por Joaquín Sorolla (1918). Hispanic Society of America (Nueva York). Imagen tomada de https://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Machado )

jueves, 14 de febrero de 2019

Mil y pico apuntes sobre el amor

Mil y pico apuntes sobre el amor



            No sé hoy en día, pero cuando yo era “más joven” algunos teníamos la costumbre de anotar citas. Yo, en particular, apuntaba las que me gustaban en una carpeta, que todavía conservo. Pero lo que tiene mucho más mérito es que una persona de mi edad -imposible ocultarlo, porque estudiamos juntos- mantuviera esa afición durante muchos años; y no solo eso, sino que se haya dado a la tarea mucho más compleja de seleccionar, ordenar, sistematizar y clasificar muchas de esas citas, en concreto las que abordan el siempre apasionante e inagotable tema del amor. Pues bien, eso es exactamente lo que ha hecho Gema López del Pozo, logrando un libro delicioso e imprescindible, cuyo título es el que utilizo esta semana para este comentario. Es un libro publicado en régimen de impresión bajo demanda, y de él hay una edición especial que conmemora los 25 años de la primera promoción de licenciados en Derecho por la Universidad de Castilla-La Mancha en Toledo, evento al que en su día dediqué un “miradero”, del cual Gema ha tenida la idea -que agradezco- de tomar una cita para esa edición. He tenido, como a veces sucede, el libro en mi mesa unos meses hasta que he encontrado el momento de arrancar a leerlo, y desde ese momento lo he hecho en dos ratos, que sin duda han resultado muy agradables, sobre todo porque esta lectura me ha conducido, como cabe imaginar, a reflexionar sobre el amor en todas sus dimensiones, al tiempo que, inconscientemente, rebuscaba en el baúl de los recuerdos y revisaba mi vida entera hasta el momento actual, llegando a la conclusión de que no podría entender esa vida sin el amor. 

            En realidad, esos “mil y pico apuntes” son exactamente 1754 citas, de una gran cantidad de autores, desde San Pablo a Rabindranath Tagore, desde Ramón de Campoamor a Séneca, desde Bécquer a Kant, desde San Juan de la Cruz a… Gema López, que cuenta también con algunas hermosas participaciones. Todos estos textos se clasifican en 40 capítulos, que repasan la mayor parte de las dimensiones del amor, y por tanto incluyen el desamor, el odio, el dolor, la felicidad, la pasión, el placer, el amor a la patria, el amor platónico, el amor a Dios, el amor entre padres e hijos, la amistad… y un largo etcétera. No tendría sentido intentar aquí una selección; pero para no dejar al lector “con la miel en los labios” no me resisto a dar unas pocas muestras, como esta de Detouche: “La vida es un mal, pero el amor y la amistad son potentes anestésicos”, o esta de Gema López: “Si crees que ya no puedes dar más amor del que ofreces, es que ya no amas lo suficiente”. Porque, en palabras de Anne Morrow, “Solo el amor puede dividirse una y otra vez sin disminuir”; o, dicho por Tagore: “Quien camina una legua sin amor, se dirige a su propio funeral”. Puedo decir que, tras la lectura de este libro, me he sentido dichoso pensando en que indudablemente el privilegio de amar es lo mejor de esta vida. 

lunes, 4 de febrero de 2019

Amigo Hugo

Amigo Hugo


            A lo largo de algún proceso seguramente largo que hoy no es posible conocer en detalle, en los albores de nuestra civilización, el ser humano creó la primera especie doméstica: el perro. Desde entonces, hay una historia de milenios de compañía, de colaboración, de complicidad. De rival en la caza, al aliado más fiel. Del “canis lupus” al “canis familiaris”. Porque para el perro es esencial su pertenencia a una familia humana, que sustituye a aquella manada de tiempos remotos. Siempre he pensado que el “invento” solo tenía un fallo: la poca longevidad media del perro, comparado con el humano. Y eso es algo que se siente especialmente en momentos como este, en el que acabo de despedir a mi fiel amigo Hugo, un verdadero “canis familiaris”. Pero queda un consuelo: por mucha que sea la pena del humano cuando pierde a su can, estoy seguro de que es poca cosa comparada con la del can cuando pierde a su humano. Así que, después de todo, no está mal que, por regla natural, sea a nosotros a quienes toque quedarse solos. Porque, en efecto, soledad es la sensación cuando desaparece el compañero; cuando de repente no está ese pequeño ser que, sin embargo, de alguna forma se hacía omnipresente. Pocos silencios más intensos que el del hogar del que acaba de irse para siempre un perro; pocas casas más rotundamente vacías que las que han perdido ese ladrido, ese alegre corretear.

            Hugo era pequeño, listo, de suave cabello blanco. Como buen caniche, no soltaba pelo, sino que este crecía hasta que adquiría un aspecto un tanto “heavy” (y tocaba volver a cortárselo), porque nunca quisimos que lo llevase como una mascota de exposición o de concurso. Pero era el caniche más bueno del mundo. Noble e inocente con las personas mayores, con los niños, con otros perros. Siempre fiel, siempre leal, siempre dócil. Durante quince años, fue, desde luego, mi mejor amigo, y el de toda mi familia. En realidad, un miembro más de esta. Nos dio siempre todo, y nunca pidió nada, aunque sabía agradecer el cariño y la compañía. Muy al final, creo que con poca vista, poco oído, y la cabeza algo perdida, quizá dejó de conocernos como antes, pero nunca dejó de agradecer nuestro contacto y nuestras caricias. Tal vez fue eso, el dejar de conocernos, lo que le hizo perder interés por la vida. Y se fue consumiendo en paz hasta desaparecer, o acaso hasta cambiar de lugar, de estado o de presencia. Escribí una vez que no sé si hay algo parecido al Cielo de los perros. No puedo, en verdad, saberlo. Pero sé que una vez dijo Jesús que, aunque se vendan dos pájaros por un as, a Dios no le resulta indiferente ninguna de esas vidas aparentemente insignificantes. Y sé también que quien queda en nuestro recuerdo, permanece y vive mientras nosotros vivamos. Así que, quien estuvo en el plan de Dios y permanece en su memoria eterna y absoluta, de algún modo existe también eternamente. Hasta siempre Hugo.