jueves, 26 de enero de 2023

La alumna

La alumna



 

            La alumna de cuyo nombre no quiero acordarme, aunque gracias a su discurso impropio esté estos días en todos los medios, tiene, desde luego, derecho a decir lo que dijo. La alumna cuyo nombre todos olvidaremos tan rápidamente como lo hemos conocido (aunque sinceramente, tampoco descarto que dentro de no mucho la veamos como candidata a algo por algún partido político, o incluso como secretaria de Estado o ministra), puede hacer un discurso plagado de incorrecciones, lugares comunes, vulgaridades repetidas hasta la saciedad (“¿vale?”), y sobre todo, incoherencias descomunales. Por ejemplo, la de insistir en la crítica a la “titulitis” y a las calificaciones, pero al tiempo insinuar que ella debería ser más conocida que la presidenta de la Comunidad de Madrid, simplemente porque tiene el mejor expediente de su promoción y eso, obviamente, parece suponer, a su juicio, que su importancia es mayor que la de presidir una región. O, cómo no, la de afirmar que, en coherencia con su forma de ver las cosas, rompería su título o su expediente brillante, pero, por supuesto, no hacerlo, porque supuestamente le entran, de repente, dudas sobre la legalidad de tal acción. Incluso tiene derecho a entender muy erróneamente la idea de “representatividad” para aprovechar la oportunidad que ese mismo expediente le da para intervenir en ese acto con la finalidad de exponer, supuestamente en representación de los alumnos, un alegato sectario, subjetivo y probablemente minoritario contra la persona a la cual se rendía homenaje en ese acto (no hace falta ser experto en teoría política para comprender que la posibilidad que se da a determinados alumnos no elegidos democráticamente para intervenir en ciertos actos institucionales debería tener precisamente un sentido institucional). 

 

En realidad, esa alumna tendría también derecho a ser coherente y, en consecuencia, no utilizar su título para el acceso a ninguna profesión ni para nada, ya que el título no tiene -según ella- valor ninguno, como tampoco el haber obtenido el mejor expediente. O incluso podría declinar la invitación a intervenir en un acto de este tipo, dado que dicha invitación se hace por unos méritos objetivados en los que ella realmente no cree. Afortunadamente, vivimos en democracia, y por ello las minorías tienen derecho a expresar su punto de vista crítico, incluso aunque se aproveche para ello un acto que en modo alguno tenía esa finalidad. Pero también porque vivimos en democracia, esa misma crítica debería siempre estar acompañada por el respeto institucional, que implica también un mínimo respeto por la persona que democráticamente encarna una institución, aunque no nos guste. Algo que olvidó por completo esta alumna prescindible y pasajera.


(Fuente de la imagen:https://www.elmundo.es/madrid/2023/01/25/63d154e621efa0372d8b459f.html )

jueves, 19 de enero de 2023

Sobre debates y dobles raseros

De debates y dobles raseros

 




            Me parece que es un síntoma de pobreza argumental la cada vez más frecuente costumbre de producir amplios y prolongados debates sobre medidas o cuestiones que, en realidad, no se conocen. Primero surgió la costumbre, en parte propiciada por el propio Tribunal Constitucional al anunciar sus decisiones de más trascendencia antes de publicar su fundamentación, de debatir sobre anuncios de decisiones cuyo contenido y argumentación todavía se desconoce. El fenómeno no se da solo en nuestro país, pues basta recordar las grandes polémicas -con manifestaciones multitudinarias incluidas- que se produjeron el pasado año en Estados Unidos por la filtración de la sentencia en el caso Dobbs vs. Jackson, sobre el aborto. Pero lo de estos últimos días en España sobrepasa todo lo que habíamos visto antes: la mayoría de los representantes políticos se enzarzan duramente en un agrio debate sobre un no-anuncio de no se sabe muy bien qué en relación con la posibilidad que (tal vez) se va a ofrecer en las embarazadas en Castilla y León, de escuchar los latidos del feto. Este vago anuncio, no se sabe si confirmado o desmentido, ha servido para que muchos desplieguen toda su artillería a favor (o en contra) del aborto. 

 

            Simplemente, lo que ha sucedido estos días no merece siquiera el calificativo de debate, ni social, ni político, sobre una medida que tal vez podremos valorar si se llega a hacer efectiva. Entiendo que la política de hoy tiene este tipo de extrañas reglas, que para nada propician el debate sereno, sino más bien el seguimiento o rechazo de consignas previas, “palabras colgadas de un árbol”, como alguien ha dicho, con las que aparentemente solo cabe comulgar a ciegas y por completo, pues de lo contrario saltarán todas las alarmas. Pero lo peor de todo es que a este juego infantil y ridículo se apuntan (o incluso lo provocan) los responsables de las instituciones, y especialmente del Gobierno. Si ya me parecieron sobreactuaciones efectistas las comparecencias de los presidentes del Congreso y del Senado, a media noche, para criticar duramente la adopción de medidas cautelares por el TC (tratando de defender la separación de poderes frente a este, pero no, al parecer, frente al propio Gobierno), peor me parece la comparecencia formal para anunciar todo tipo de amenazas a Castilla y León por algo que, de momento, ni se ha producido ni anunciado oficialmente. Y no deja de ser un doble rasero para medir, porque al parecer aquí anunciar que se volverá a declarar la independencia en abierta ruptura con la Constitución, no merece siquiera un comentario del Gobierno. En cambio, se diría que esa inconcreta medida de la comunidad castellanoleonesa supondría un gravísimo atentado a todos los valores constitucionales…


(Fuente de la imagen: https://www.antena3.com/programas/espejo-publico/noticias/isabel-rodriguez-maternidad-protege-nuevo-protocolo-aborto-que-quiere-aplicar-castilla-leon_2023011663c5145b8a598d0001ccfe33.html )

lunes, 16 de enero de 2023

Cenar en París

Cenar en París



 

            Nadie duda de que la gastronomía francesa ha sido y es una de las principales referencias del mundo. Por supuesto, sea cual sea el ranquin a seguir, siempre aparece también en los puestos más elevados la española, la italiana, y otras mediterráneas, pero… carece de sentido ponerse a comparar. Lo mejor es, en cada caso, aprovechar y disfrutar de lo que cada ocasión depara. Por lo demás, saben mis lectores más asiduos que en estos ámbitos nunca pretendo escribir como experto (y en realidad tampoco en ningún otro), aunque uno aprovecha siempre las posibilidades de “experimentar”. En todo caso, no es mi intención ofrecer una guía de productos ni de lugares, para la que me faltarían conocimientos, pero sí una pequeña guía de mis personales y siempre subjetivas sensaciones. Así que, con estos parámetros, trataré de expresar no las virtudes de la gastronomía francesa, sino por qué es especial una cena en París, adecuadamente elegida. 


 

            Claro que el primer elemento, como en cualquier cena… es la compañía, y eso siempre dependerá de cada circunstancia. Pero no cabe dejar pasar la recomendación de que convendría, por supuesto, elegirla adecuadamente. Y el segundo… los ingredientes de lo que se va a comer, y en este aspecto, las posibilidades en París son casi infinitas, pero cómo no destacar la opción del foie, o las crepes variadísimas, además, claro está, de tantas opciones de excelentes carnes y pescados. Y por supuesto, todo esto ha de venir acompañado con un vino adecuado, de cualquiera de las excelentes denominaciones francesas. Porque aunque hoy hay cada vez más alternativas de excelentes caldos en todo el mundo… París merece y requiere un vino adecuado, en calidad y cantidad. Además de todo esto, y este es uno de mis elementos favoritos, es muy común acabar la cena con queso, tal vez acompañado de mantequilla o mermelada, y para mí el ser humano no ha inventado nunca algo más maravilloso que en buen queso. Soy mitad castellanomanchego, mitad asturiano, así que no podría dejar de ser un apasionado del queso, pero cómo negar que Francia también ofrece en este aspecto una variedad casi ilimitada, y me encanta esa costumbre de tomarlo de postre. Pero lo que más identifica una cena en París es el lugar, y para ello cualquiera de esas calles del centro cercanas al Sena, coquetas, en esos restaurantes con sus escaparates o terrazas, elegantemente iluminadas, hacen que la experiencia sea exclusiva e inolvidable, y más si va acompañada de un delicioso paseo. Al lado de todo esto, la costumbre de cenar exageradamente pronto, o el frío que puede hacer cerca del Sena, son minucias que nunca empañarán esa maravillosa cena en la ciudad de la luz…