jueves, 24 de septiembre de 2020

De la reconciliación al odio

De la reconciliación al odio



            Que nadie se engañe, el verdadero objetivo de muchas de las medidas y propuestas que estamos viendo es el descrédito la transición política, que no solo permitió jurídicamente la aprobación de nuestra norma fundamental, sino que creó el clima necesario para que un nuevo sistema fuera posible. Con todos los defectos que se quieran señalar, la transición fue un proceso que consiguió al fin superar nuestros arraigados enfrentamientos cainitas, sustituyéndolos por un espíritu de reconciliación que, desde luego, necesitaba del perdón y del olvido. Algunos quieren ahora superar ese “régimen”, y para eso necesitan ir erosionando sus pilares hasta devastarlos, estableciendo las bases de un nuevo régimen que, basado en el odio y el espíritu revanchista, sustituya al actual. Quienes así piensan, lógicamente, creen que el odio y el revanchismo les resultarán favorables, no solo en términos de votos, sino a través de la movilización social y de la erosión de las instituciones actuales, que permita su superación.

 

            Las muestras de lo que digo son ya tan sumamente numerosas que no cabrían aquí. Como meros ejemplos, podemos hablar de esa llamada “memoria democrática” que trata de imponer una historia “oficial” sin alternativa y que, frente a lo que parece, tiene como objetivo central la propia transición. Así se entiende que la fiscalía haya modificado el criterio anterior, facilitando la investigación que una juez argentina lleva a cabo y que rompe con tantos principios jurídicos elementales. Y por supuesto, el anteproyecto de ley de memoria democrática que, con grave quebranto del principio de seguridad jurídica,  supone entre otras tantas medidas cuestionables la demolición de uno de los pilares de la transición, como fue la ley de amnistía (de la que se beneficiaron personas de todo signo), para revisar delitos cuyos autores, en la inmensa mayoría de los casos, ya están muertos, salvo acaso… algún responsable político de la transición. Y así se entiende el constante acoso a la monarquía, que es el mejor símbolo de nuestro mejor sistema político, y que ha tenido como manifestación más reciente y vergonzosa la no explicada prohibición de la tradicional presencia del monarca en el acto de entrega de los despachos judiciales en Barcelona. Y así, también, el fomento del odio social que subyace a las protestas por las medidas adoptadas en algunos barrios de Madrid que, con independencia de su mayor o menor acierto, es claro que no tratan de discriminar a los “más humildes”… Se entiende casi todo, especialmente en el partido que lleva desde siempre en su programa la idea de esa superación del “régimen del 78”, que en definitiva se muestra como mera continuidad del “régimen del 39”. Lo que pasa es que ese partido es solamente la cuarta fuerza política. Y lo que no se entiende es que el partido con más votos y escaños, que siempre se ha presentado como defensor de nuestro sistema constitucional de monarquía parlamentaria, y que nunca ha llevado en su programa ese plan de “demolición”, no solo participe, sino que lidere actualmente ese proyecto, que no fue presentado, ni por tanto avalado, por sus votantes.

(Fuente de la imagen: http://gentedigital.es/comunidad/rafagas/tag/fraga/ )

jueves, 17 de septiembre de 2020

No somos héroes, tenemos vocación

 

No somos héroes, tenemos vocación



 

            En los momentos más duros de la primera oleada de esta pandemia, mientras los profesionales de la sanidad arriesgaban su salud y su propia vida cada día, los docentes desarrollamos nuestra labor desde casa. En realidad, durante el período más estricto del confinamiento, mientras la mayoría estábamos en casa (y con mucha suerte los que seguíamos trabajando), a colectivos como el personal sanitario, las fuerzas y cuerpos de seguridad, los militares, los transportistas, los empleados de los supermercados y tiendas de alimentación, a los repartidores, y algunos otros, les tocó la parte más difícil y sacrificada. Les correspondió, en definitiva, mantener una actitud muchas veces heroica, y seguramente nunca buscada, para mantener “vivo” el país. Dicho esto, y aunque toda generalización es injusta, creo que también muchos docentes tuvimos que afrontar un reto bastante difícil, como es el de adaptarnos, sin previa preparación ni aviso, a una metodología totalmente diferente, acabar el curso y evaluar de la forma más justa y completa que se podía. Y para ser honesto, con todas las dificultades y déficits que se quieran apuntar, me parece que salvamos bastante dignamente la situación. Simplemente por poner un ejemplo, yo salí un día de clase tarde creyendo que al día siguiente volvería al aula, y sin haber entrado en la plataforma Teams en mi vida. Al día siguiente estaba impartiendo mi clase a través de esa plataforma. Luego, gracias al esfuerzo y los medios y pautas que aportó mi Universidad, traté de formarme lo más posible para aprovechar todos esos recursos disponibles y dar lo mejor de mí, y creo que eso es lo que hicimos la mayoría. El agradecimiento de los alumnos es nuestro mayor premio.

 

            Ahora afrontamos el inicio de un nuevo curso lleno de incertidumbres. Nadie está seguro de lo que va a suceder. Algunos tenemos también dudas de que las decisiones y pautas de los responsables políticos hayan sido suficientemente idóneas y completas, dicho esto sutilmente. Pero ninguno de estos factores debe desanimarnos, ni hacernos regatear ningún esfuerzo. Al contrario, creo que es el momento de dar lo máximo para que este nuevo curso pueda desarrollarse de la forma más satisfactoria. Desde el aula, desde la pantalla del ordenador, con los alumnos en clase, en casa, o mitad y mitad. Como toque en cada momento, muchos así lo haremos. No solo porque es nuestro deber, sino porque es nuestra vocación. Pase lo que pase, este curso será tan idóneo como cualquier otro para transmitir a nuestros alumnos la ilusión por el aprendizaje y el conocimiento. 


(Fuente de la imagen: https://www.educaciontrespuntocero.com/opinion/ser-docente-online-covid/ )

jueves, 10 de septiembre de 2020

Buscando el eufemismo perfecto



 

            Es curioso cómo algunos términos son reemplazados periódicamente por otros que se consideran más respetuosos, pero que, tras un tiempo de uso, vuelven a considerarse poco idóneos y se sustituyen a su vez por otros, casi siempre más alambicados y perifrásticos. La evolución no terminaría nunca, salvo si se llega a un punto en el que la expresión resulta tan sutil y genérica que, en puridad, deja ya de servir para denominar específicamente al fenómeno o colectivo al que supuestamente se refiere. Los ejemplos son numerosos. Hace tiempo que dejamos de llamar viejos a los viejos, para referirnos a “personas de la tercera edad”, pero muchos prefieren aludir a las “personas adultas mayores”, que, claro, realmente somos muchos más. Yo no me considero viejo, pero no puedo negar que soy una persona adulta mayor. 

 

            Otro ejemplo lo tenemos con la expresión “disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos”, contenida en el artículo 49 de la Constitución, y cuya reforma parece que ahora va a reemprenderse. En realidad, en 1978 se trataba de un eufemismo, o al menos de un tipo de lenguaje que pulcramente trataba de evitar otros términos coloquiales rechazables (“tullidos”, “subnormales” o “retrasados” son solo algunos de los ejemplos más peyorativos, que muchos podemos recordar aún, y por supuesto otros como "ciegos" o "sordos", hoy totalmente erradicados del lenguaje oficial). Pero pronto se apreció una connotación peyorativa en el calificativo “disminuidos”. Otras alternativas, como “minusválidos” tuvieron también poco recorrido por la misma razón, aunque en el lenguaje coloquial no han desaparecido del todo en ciertos contextos (es habitual decir “no aparques en la plaza de minusválidos”, mientras que no he oído a nadie pedir que no se estacione en la plaza reservada a personas con discapacidad). Pronto pareció imponerse el término “discapacitados” aunque, si bien se mira, este no deja del todo claro que los discapacitados son también personas, y además no es suficientemente perifrástico, así que ha sido sustituido por “personas con discapacidad” que, de paso, solventa el problema del supuesto sexismo del masculino incluyente, sin necesidad de recurrir al siempre tedioso desdoblamiento. Esta parece ser la opción de la reforma que ahora se anuncia, pero como la idea de “discapacidad” alude literalmente a una falta o déficit de capacidad, actualmente muchos prefieren una expresión todavía más perifrástica, pero sobre todo, tan genérica que no “señala” a nadie, como es la de “personas con capacidades diferentes”. El hecho de que esta expresión sirva, en cierto sentido, para referirse a cualquier ser humano, no parece un obstáculo, sino justo lo contrario. Así que puestos a reformar, que elijan bien la expresión, a ver si es posible que dure un tiempecito…


(Fuente de la imagen: https://periodistas-es.com/discapacidad-el-termino-disminuido-sera-retirado-de-la-constitucion-111371) 

jueves, 3 de septiembre de 2020

Verdad y libertad

Verdad y libertad




 

            Dijo Jesucristo que la verdad nos haría libres, pero lo cierto es que no deja de apreciarse cierta tensión conflictiva entre ambos conceptos. Si la verdad se impone, no habría libertad para expresarse en contra de ella; y si es la libertad la que maximizamos, habría un derecho a mentir. No creo que este derecho pueda proclamarse con carácter general; salvo, desde cierta perspectiva, el de quien está imputado por hechos que realmente ha cometido y tiene derecho a no autoincriminarse… Más allá de este supuesto, resulta difícil afirmar ese derecho a mentir, teniendo en cuenta que la información constitucionalmente protegida es solo la veraz. Sin embargo, la conclusión contraria tampoco puede asumirse en un Estado democrático, liberal y pluralista. Para empezar, el propio concepto de verdad no es siempre (de hecho, no es casi nunca) evidente o incuestionable. Para seguir, si hay algo parecido a una “verdad científica” o, más allá de este ámbito, una supuesta “verdad oficial”, estas han de ser siempre cuestionables. En realidad, la propia jurisprudencia ha aclarado que el requisito de la veracidad no conlleva una exigencia de total exactitud o correlación de la información con hechos o “verdades”, sino más bien la de contrastación diligente y razonable. Y es verdad que este requisito era mucho más fácil de materializar en la llamada “Galaxia Gutemberg”, cuando la información estaba principalmente en manos de medios y profesionales, que en la “Galaxia Internet”, donde cualquiera es un medio de comunicación. Pero eso no se resuelve impidiendo a los usuarios expresarse o comunicar lo que creen cierto, sino formando a transmisores y receptores en parámetros que ayuden, al menos, a buscar esa “verdad”, filtrando las falsedades y distinguiendo la información de las especulaciones.

 

            Por lo demás, el conocimiento científico nunca habría progresado si no se hubiera permitido el cuestionamiento de esa “verdad oficial”. Sin hipótesis ni teorías previas (casi siempre más o menos especulativas, y desde luego inicialmente no contrastadas) es imposible la ciencia. Hoy nadie mínimamente sensato e informado puede defender que la Tierra sea plana. Pero si basándonos en eso, justificamos que se prohíba realizar esa afirmación, para ser coherentes deberíamos valorar positivamente que se impidiera en su día a Galileo defender la forma esférica de nuestro planeta y su movimiento alrededor del Sol. Esta maldita pandemia parece estar sirviendo a algunos para justificar la censura o la prohibición de ciertas afirmaciones. En nombre de la verdad se ha defendido el filtrado de todo tipo de afirmaciones en redes sociales, y parece que se está llevando a cabo eficazmente por sus administradores (sin reparar en que, aparte de lo cuestionable de esta labor, la misma sí puede convertirles en responsables de la veracidad de todo lo que se afirme en las redes, lo cual no creo que puedan ni estén dispuestos a asumir…). Alguna agencia llegó a cuestionar un artículo periodístico que se limitaba a ofrecer datos contrastados sobre la falta de seguridad en el laboratorio de Wuhan (otras especulaciones podría hacerlas el lector…).  Y muchos parecen ver bien que se prohíba o censure lo que se ha dado en llamar “negacionismo”, que muchas veces no va más allá de cuestionar la eficacia de las mascarillas y otros remedios (parece ser  que la cuenta de Miguel Bosé ha sido cerrada por este motivo). Y aunque yo esté en abierto desacuerdo con esas afirmaciones, ese desacuerdo tiene en realidad como base solo mi creencia de que la información más fiable es la que afirma la eficacia de esos mecanismos en la lucha contra el contagio del virus. En todo caso, jamás postularía que no se pueda defender lo contrario. Es verdad que hay una enorme confusión social sobre el coronavirus, pero tampoco se puede echar toda la culpa a la transmisión más o menos intencionada de especulaciones o bulos, ya que la información “oficial” ha sido también confusa, cambiante y bastante insegura. La petición casi desesperada de los responsables gubernamentales a los “influencers” para que apoyen la difusión de ciertas “verdades” es el reconocimiento más clamoroso de la ineficacia de la gran cantidad de canales y vías más o menos “oficiales” para transmitir con rigor mensajes claros sobre las medidas a adoptar para luchar contra el coronavirus. 

 

En fin, por supuesto todos deben cumplir la ley, pero igualmente pueden cuestionar el fundamento científico en el que esta se basa. En la historia, la verdad científica jamás ha sido el resultado de la censura o la prohibición, sino de la libre exposición de teorías y de su contraste. Así que creo que tan correcto como que la verdad (el conocimiento) nos hará libres lo es que la libertad, en un Estado democrático, ha de ser el único camino hacia la verdad.


(Fuente de la imagen: https://www.pinterest.es/pin/307652218291398686/ )