Passengers
Decía Paul Auguez que “amor es el
intercambio de dos fantasías y el contacto de dos egoísmos”. Y ya el Génesis
nos cuenta que Dios pensó que “no es bueno que el hombre esté solo”, lo cual,
no sé si en mayor, menor o igual medida, parece aplicable a la mujer. Lo que es
seguro es que el amor es el único remedio realmente eficaz frente a la soledad.
Estas y muchas otras ideas me han venido a la mente al ver la película “Passengers”,
que hace algunos meses pasó por las salas de cine, y ahora es accesible en
otras plataformas y soportes. Dirigida por Morten Tyldum y protagonizada por
Chris Pratt y Jennifer Lawrence, es difícil de clasificar en un género
determinado. No sería exactamente una película de ciencia-ficción, aunque es
claro que parte de una situación y una historia solo imaginable en el futuro,
como es la de un largo viaje espacial de 120 años, en el que los pasajeros han
de ir en hibernación hasta unos meses antes de la llegada. Tampoco es una
película especialmente interiorista, ni que profundice en los pensamientos o
debates morales de los protagonistas, y sin embargo plantea un dilema moral de
envergadura. En fin, no es propiamente una película romántica, pero hay desde
luego una historia de amor, y sobre todo una reflexión sobre este concepto.
Resulta un poco difícil profundizar
en estos tres elementos sin destripar la película ni su final (o, como ahora
dicen algunos, no sé muy bien por qué, sin “hacer spoiler”). Pero voy a
intentarlo. Comenzando por el primero, este largometraje parte de la descrita
situación de ciencia-ficción, y a partir de ella pone de relieve algunas
cuestiones interesantes, aunque ya han sido tratadas en otras películas del
género. Por un lado, que las máquinas tienen una nula capacidad de afrontar
situaciones imprevistas o consideradas imposibles por quienes las programaron.
No hace falta que las máquinas se rebelen, sino solamente que reaccionen tal y
como prevé su programación, para que se conviertan más en un obstáculo que en
una ayuda. Por lo demás, todavía en este terreno, las máquinas no son capaces
de sentir, pero sí de imaginar lo que son los sentimientos humanos. Y
probablemente por eso (esto es algo que yo pienso) tienen estereotipado -y un
tanto sobrevalorado- el asunto de los sentimientos y las sensaciones humanas.
La segunda cuestión que me ha interesado es la del dilema moral. Sin contar
nada, me permito simplemente plantear la hipótesis de que la soledad extrema y
permanente (que ninguna máquina puede aliviar) es en realidad un caso evidente
de estado de necesidad, en el que puede ser lícito (o al menos disculpable) lo
que habitualmente sería inmoral. Pero por encima de estos temas, va ganando
protagonismo la cuestión del amor. Algo que de alguna manera buscamos con el
fin egoísta de curar nuestra soledad, pero que puede convertirse en algo más
importante que cualquier otra cosa que nos rodee. Por eso, cuando existe,
pierde importancia la cuestión sobre de dónde venimos o adónde vamos, pues lo
verdaderamente trascendente es dónde y con quién estamos. Y, aunque es verdad
que, en muchas ocasiones, cuando creemos ser pilotos de nuestra vida nos damos
cuenta de que somos solo pasajeros, también lo es que, si estamos bien
acompañados, el propio trayecto, aun cuando no fuera el planeado, puede ser mejor
que el mejor destino imaginado. No he contado nada más que lo que yo he pensado
después de verla, así que –obvio es decirlo- les aconsejo que no se la pierdan.
(Fuente de la imagen: http://trilbee.com/reviews/passengers-2016-movie-review)
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