El “desgobierno”
Por decirlo sutilmente, hace ya años
que España no vive precisamente su mayor etapa de estabilidad política. Simplificando
mucho, se diría que primero estuvimos casi un año sin Gobierno, pero al menos
teníamos presupuestos; luego hemos estado más de medio año sin presupuestos,
pero con Gobierno. Desde hace más o menos una semana, tenemos Gobierno y
presupuestos, lo cual ya es, por tanto, una noticia realmente sorprendente. Pero
tal y como está la situación, me parece que esta legislatura no se va a
caracterizar por la gran cantidad y trascendencia de las leyes que se van a
aprobar. Con ir sacando los presupuestos adelante, sobreviviríamos. La verdad
sea dicha, la tentación de encontrarle a todo esto facetas positivas es grande.
Por un lado, todo lo que ha decaído la función legislativa, lo ha ganado en
intensidad la función de control y responsabilidad política: moción de censura,
reprobaciones, comisiones de investigación… el control al Gobierno vive buenos
momentos, y además no nos aburrimos. Siempre hay información política (eso sin
hablar del reto abiertamente rupturista que plantea una Comunidad Autónoma). Por
otro lado, probablemente los ciudadanos no hayan notado demasiado, ni la
ausencia de gobierno, ni la de presupuestos, ni la de leyes. Su vida será poco
más o menos como antes, en aquellos tiempos en los que había gobiernos
estables, presupuestos puntuales, y frecuentes novedades legislativas. Para los
juristas, qué decir: acostumbrados a un frenesí legislativo rayano con la
diarrea, un período en el que la producción de normas con rango de ley se
ralentiza supone un pequeño respiro que hace más asumible la obligación de
estar permanentemente al día en las novedades normativas. En fin, no sé si será
que todos tenemos una vena un poco anarquista, pero se comprende que a este “desgobierno”
se le encuentren algunas ventajas.
Sin embargo, si analizamos el asunto
con algo más de seriedad y profundidad, creo que las cosas no son tan
sencillas. Para empezar, no es plenamente cierta la premisa que yo mismo he
apuntado antes; en realidad, nunca hemos estado sin gobierno ni sin
presupuestos. Afortunadamente, nuestra Constitución y nuestras leyes prevén las
medidas necesarias para evitar posibles vacíos en uno u otro terreno. Cuando
“no hay Gobierno”, en realidad hay Gobierno en funciones, que tiene limitadas
sus competencias (diríamos que se dice “en funciones”, pero es el período en el
que menos funciones puede ejercer). Cuando decimos que “no hay presupuestos”,
en realidad se prorrogan los del año anterior, lo que sin duda agradecemos
todos los que tenemos un sueldo o ingresos dependientes de los poderes públicos,
que de lo contrario habrían desaparecido, con lo cual la situación hubiera sido
bastante caótica e insostenible. Aun así, no hay que engañarse: con un Gobierno
en funciones, con un país con presupuestos prorrogados, o con un parlamento
incapaz de aprobar leyes, es imposible progresar. Se puede aguantar un tiempo,
pero no largos períodos. Hay objetivos
que cumplir, hay reformas pendientes, y ya están, a la vuelta de la esquina,
los presupuestos de 2018 (previamente a ellos hay que aprobar el techo de gasto).
Se comprende que tiene que haber Gobierno y oposición, pero si los ciudadanos
hemos querido un parlamento mucho más fragmentado políticamente (o, si lo
queremos ver por el lado positivo, mucho más plural), nuestros representantes
deberían mantener una actitud responsable y ponerse de acuerdo en aquello que
sea posible, y sobre todo en los grandes retos comunes, manteniendo una actitud
constructiva.
(Fuente de la imagen: http://www.lavozlibre.com/noticias/blog_opiniones/14/1193561/dos-meses-de-desgobierno-en-espana/1)
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