De la edad y otros tabúes
Los eufemismos se convierten a veces en palabras tabú, y hay que buscar
entonces un nuevo eufemismo. Probablemente eso sucede porque hay algunas
realidades que no nos gustan, o al menos nos incomodan, y para referirnos a
ellas tratamos de usar un lenguaje que no moleste, o quizá más bien un lenguaje
que no nos moleste a nosotros mismos. Por supuesto, el eufemismo tiende a ser,
en estos casos, una expresión lo más larga posible, quizá porque el lenguaje
políticamente correcto tiene tendencia a la perífrasis y al circunloquio, o porque
subyace la idea de que tal vez dando un rodeo evitamos esa incomodidad que nos
produce la realidad, o al menos resultamos algo más distantes, elusivos y por ello
más diplomáticos. El caso es que así, por ejemplo, aunque hace casi cuarenta
años nuestra Constitución hablaba (y técnicamente, lo sigue haciendo hoy) de
“disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos”, actualmente esta expresión nos
resulta horrorosa, porque pronto fue erradicada y sustituida por “minusválidos”
que tampoco nos parece adecuada porque a su vez fue reemplazada por
“discapacitados”, y así hasta que se encontró la perífrasis más enrevesada de
“personas con discapacidad”, aunque ahora muchos sustituyen esta expresión por
la de “personas con capacidades diferentes”. Podríamos poner muchos ejemplos de
fenómenos similares, pero me quiero centrar en el relativo a la edad, aspecto
en el que la palabra “viejos” fue sustituida por “ancianos”, pero este término
tampoco gusta y se dice más diplomáticamente “personas de la tercera edad”; y
aun así, como nadie parece querer apuntarse con demasiado entusiasmo a ese
colectivo, se usa a veces la expresión “personas mayores”. Sin embargo, como es
notorio, la palabra “joven” no ha necesitado ninguna sustitución, y se usa casi
siempre en un contexto elogioso. Decirle a alguien “joven” es siempre positivo,
y cuando es obvio que no puede utilizarse porque resultaría necesariamente
irónico, se usan expresiones como “joven de espíritu” o similares.
Pero la verdad es que nadie se libra del inexorable paso del tiempo y de
sus efectos. Tal vez decimos “tercera edad” porque así sentimos que ese momento
puede resultar más o menos lejano para nosotros. Pero la realidad es que no hay
tres edades. Empezamos a morir desde que nacemos, y nadie puede detener el
tiempo. Cada momento que vivimos nos hace a la vez mayores y más expertos, y
sin duda alguna un poco más sabios. A lo sumo, podría pensarse que hay una
transición, más o menos acelerada según los casos, entre un período de la vida
en el que suelen pesar más las esperanzas, los sueños y las ambiciones, y otro
en el que ganan terreno las experiencias, los conocimientos adquiridos, las
vivencias experimentadas, los recuerdos. Algunos afirman (o presuponen) que
sentirse joven, o actuar como un joven, es siempre un activo, pero yo creo que
lo deseable sería ese punto de equilibrio entre la alegría por lo que se espera
y la satisfacción por lo que ya se tiene. Quizá nadie nos pueda quitar la
ilusión por el futuro, pero lo único que es seguro es que nadie nos usurpará
nuestro pasado. Tal vez la única idea de la juventud que conviene mantener
siempre es la de que lo mejor ha de estar por llegar. Pero sería ingenuo y
torpe pensar así, y al tiempo ignorar que ello solo será posible gracias a la
experiencia, los conocimientos, la madurez y la tranquilidad que solo el tiempo
nos puede otorgar.
(Fuente de la imagen: https://es.dreamstime.com/imagenes-de-archivo-todas-las-categor%C3%ADas-de-la-edad-image28160714)
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