Cádiz
Hay algunas ciudades que, más que
tener un tramo de costa, están envueltas por el mar, como La Coruña, Santander,
Las Palmas de Gran Canaria, La Habana o Cartagena de Indias. Cádiz es sin duda
una de ellas, y además ese mar no solo forma parte de su geografía y de su fisonomía,
sino de su historia, diríamos incluso de su biografía. En un extremo de Europa,
pero a un paso de África y mirando a América, era también punto de llegada de
barcos procedentes de Asia, así que es una especie de lugar de encuentro de
cuatro continentes. En el Atlántico, pero al lado del Mediterráneo, el mar
trajo a sus fundadores fenicios para convertirla en la primera ciudad de la
Península Ibérica, y milenios más tarde (junto a la inaccesibilidad que le daba
su estrecho e inestable itsmo) la preservó de las bombas francesas en la Guerra
de la Independencia. Es el mismo mar que la ha unido durante siglos al Nuevo
Mundo, convirtiéndola en uno de los más evidentes símbolos de la vocación
atlántica de nuestra península. Y por esta vocación, y no por pura casualidad,
fue una de las ciudades en las que más floreció el espíritu liberal, unido al
comercio ultramarino durante todo el último siglo de la Edad Moderna.
De alguna manera, paseando hoy por
Cádiz se respira toda esa historia, todo ese carácter que combina lo
mediterráneo y lo atlántico, lo profundamente local y lo cosmopolita (es
inevitable la asociación con algunas ciudades hispanoamericanas, como las ya
citadas). Pero, desde luego, se disfruta además de sus agradables calles, de su
clima casi siempre suave a pesar del viento, y desde luego de la inconfundible
gracia y salero de sus habitantes, siempre dispuestos a la chanza (precisamente
sobre los mares y los vientos de Cádiz he oído aquello de “la mare que parió al
Levante, la mare que parió al Poniente”). Y, cómo no, de los pescaítos fritos y
de la abundantísima gastronomía, centrada desde luego en el mar. Pocos placeres
hay como cenar de raciones y cervezas (sin descartar la opción de decantarse
por algunos de los excelentes vinos de la zona) en el casco histórico de la
ciudad. Huelga decir que, como buena ciudad marinera, tiene excelentes playas,
desde la Caleta en el centro histórico, hasta las que ocupan casi
ininterrumpidamente sus kilómetros de costa atlántica (y eso sin contar con
otros magníficos arenales con que cuenta la provincia). Y dejo para el final lo
que acaso sea lo más importante para un constitucionalista: Cádiz fue la sede
en la que se debatió y aprobó la primera de nuestras Constituciones, en aquel
momento crítico en el que nuestro país estaba sin rey y ocupado por los
franceses, las Cortes, herederas de nuestras antiguas asambleas representativas
medievales –algunas de las cuales se habían reunido en Toledo-, pero con nuevos
criterios que abrían nuestra historia contemporánea, recuperaron la
representación de la nación, dando origen a la conocida desde entonces como “la
Pepa”. Que fue obra de diputados peninsulares y ultramarinos, reuniendo en su
elaboración a los “españoles de ambos hemisferios”, y configurándose como una
especie de “Constitución global”, vigente en cuatro continentes. Hoy
encontramos en la ciudad numerosos testimonios de todo ello, desde las
numerosas placas que recuerdan a diversos diputados de aquel momento, hasta el
famoso monumento a la Constitución de 1812 en la Plaza de España y, desde
luego, el propio oratorio de San Felipe Neri, que fue el lugar en el que se
reunieron las Cortes, y puede visitarse junto al museo adyacente. Demasiados
motivos para no perderse esta ciudad única.
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