¡Viva Europa!
Sí, lo sé. En estas fechas no parece
que haya demasiado que celebrar. La Unión Europea es el fruto de un largo,
lentísimo e inacabado proceso de integración. Siendo optimistas, dos pasos
adelante y uno atrás. Mucha burocracia y todo muy aburrido. Y demasiadas
crisis. Primero la “nonnata” Constitución europea, ahora el Brexit o la crisis
de los refugiados. Demasiadas veces ha faltado una voz única en el ámbito
internacional, y han sobrado voces individuales y divergentes. Demasiadas veces
los Estados miembros, más que como un grupo de amigos, o al menos de socios
leales, se han comportado como una mera agrupación estratégica y coyuntural de
intereses, y a veces los foros han parecido más esas reuniones de mafiosos que
vemos en las películas, en las que aparentemente todos son amigos y familia,
pero en realidad nadie se fía de nadie. Y bueno, lo que dice ser una unión
política basada en valores comunes, ha parecido demasiado tiempo esa “Europa de
los mercaderes” en la que siempre parecían primar los intereses económicos, hasta
el punto de que hasta el año 2000 “se olvidó” que no teníamos declaración de
derechos propia, y hasta el año 2007 dicha declaración careció del valor
jurídico propio de los tratados. Y, sin embargo…
Sin embargo, no cabe duda de que
este proceso de integración europea se ha asentado siempre en esas “tradiciones
constitucionales comunes” de las que hace ya décadas habló el Tribunal de
Justicia, y que no son sino los derechos, la separación de poderes, el Estado
de Derecho y la democracia. Es un hecho que se ha logrado aprobar uno de los
textos más avanzados del mundo en materia de derechos fundamentales. Que se
trata del proceso de integración política supranacional más sólido e intenso
que se haya producido jamás en el mundo. Que a pesar del siempre reiterado
“déficit democrático”, hemos logrado el Parlamento supraestatal elegido por el
pueblo que más poderes efectivos asume en la aprobación de las normas que rigen
nuestra convivencia. Que toda esa burocracia muchas veces es el resultado de
formas de colaboración y participación más intensas que las que a veces vemos
en el interior de Estados como España. Que la Europa siempre acusada de
insolidaria ha destinado inmensas cantidades de fondos a mejorar el nivel de
vida, y ha favorecido el desarrollo social y económico de países como el
nuestro. Que, aun con esa lentitud y pereza a veces desesperantes, se ha
preocupado más que ninguna otra organización supranacional por los derechos de
los que aquí habitamos, y de los muchos que de uno u otro modo han llegado.
Que, al menos en el ámbito de la cooperación reforzada, Europa ha dejado de ser
esa realidad alejada de la vida cotidiana de los ciudadanos que cobramos y
pagamos en euros y circulamos con libertad dentro de la zona Schengen.
Precisamente viajar por cualquier ciudad europea es la mejor manera de darse
cuenta de que uno no puede sentirse allí extranjero, porque compartimos una cultura
común. Esa sensación que, de algún modo, los españoles solo sentimos en Europa
o en Hispanoamérica, pero conviene tener presente que España significa mucho
más para estos países hermanos del otro lado del Atlántico, gracias a su
pertenencia a Europa. No podemos estar orgullosos de todo lo que ha hecho la
Unión o cada uno de los Estados miembros, pero en este año clave, en el 60º
aniversario del Tratado de la Comunidad Económica Europea (y 25º del Tratado de
la Unión Europea), sí podemos estar orgullosos de ser y sentirnos ciudadanos
europeos, y pertenecer a uno de los espacios más prósperos y más avanzados del
mundo en materia de derechos y democracia.
(Fuente de la imagen: https://blogeuropeo.eu/2013/03/12/los-estados-unidos-de-europa/ )
(Fuente de la imagen: https://blogeuropeo.eu/2013/03/12/los-estados-unidos-de-europa/ )
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