Sobre la amistad
Dicen que “quien
tiene un amigo, tiene un tesoro”, y es que sin duda la amistad es algo
realmente valioso. Se atribuye a Elbert Hubbard la siguiente definición: “Un
amigo es el que lo sabe todo de ti y a pesar de ello te quiere”. Y mucho antes,
Demetrio de Falero afirmaba que “un hermano puede no ser un amigo, pero un
amigo será siempre un hermano”. Hoy vivimos quizá una época en la que todo se
mide en cantidad y casi nada en calidad, por eso algunos cuentan sus amigos de Facebook
o de otras redes sociales, pero ¿a cuántos de ellos podríamos considerar
realmente como hermanos? Está claro que la generalización conduce a la banalización
del término, y así se termina por desvirtuar su significado y convertirlo en
una palabra ambigua. Por eso en ciertos casos (en unos pocos casos) necesitamos
adjetivos que lo especifiquen, como “amigo íntimo”, “verdadero” o “cercano”. En
estos casos sí cabe aplicar la máxima del gran Cicerón: “¿qué cosa más grande
que tener a alguien con quién te atrevas a hablar como contigo mismo?”. Aunque
también nuestro gran filósofo estoico supo situar la amistad en el contexto de
la adecuación y la prudencia: “la confidencia corrompe la amistad; el mucho
contacto la consume; el respeto la conserva”.
La amistad, además, es un valor que
puede entrar en tensión con la imparcialidad o la ecuanimidad. Todos tenemos “debilidad”
por nuestros amigos. Por eso la mayoría de nuestros ordenamientos reconocen la
amistad íntima como causa de abstención y recusación en procedimientos
administrativos, judiciales, o en los que impliquen una valoración objetiva. Damos por hecho la
dificultad para ser del todo justos con el amigo, al igual que con el familiar
cercano. Aunque acaso a veces esa falta de imparcialidad no se traduzca en
mayor laxitud, sino en mayor exigencia, si de verdad se quiere al amigo. En
todo caso resulta difícil mantener la objetividad con los amigos. Pero la
amistad ha de ser algo muy bueno, cuando Jesús de Nazaret, que para los
cristianos es el mismo Dios hecho hombre, la cultivó ampliamente. Entre todos
sus discípulos, eligió a doce apóstoles. Y no castigó al que le traicionó, sino
que este encontró en el pecado su propia penitencia. Aun dentro de estos doce,
nunca ocultó que tuvo tres “amigos favoritos”: Pedro, Santiago y Juan. Y por
encima de todos, este último, quien fue el discípulo amado, a quien consideró
auténticamente como su hermano, hasta el punto de encomendarle a su propia
madre: “madre, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu madre”. Además, al
menos en dos ocasiones, Jesús demostró que daba a la amistad tanto valor como
para alterar –aparentemente “sobre la marcha”- el plan divino de la redención. En
primer lugar, en las bodas de Caná, momento en el que se vio de algún modo constreñido
a anticipar su primer milagro, no solo por amor a su madre, sino también por
prestar a unos amigos uno de los mayores servicios que quepa imaginar: conseguirles
un excelente vino para festejar su boda, cuando se les había acabado lo que
tenían. Más tarde, y antes de su propia resurrección, lloró con sus grandes amigas
Marta y María la muerte de su también amigo Lázaro, y decidió devolverle a la
vida, porque en realidad ellas sabían que, pudiendo hacerlo, Jesús no les
negaría eso a sus amigos. Son ejemplos de amistad verdadera, que podríamos tomar
como modelo con nuestros amigos “auténticos” (valga el pleonasmo). Eso sí,
absteniéndonos de conocer o resolver, cuando proceda…
(Fuente de la imagen: http://www.bellomagazine.com/es/familia/la-amistad-despues-de-los-30 )
Me ha encantado tu reflexión sobre la amistad, Javier. Estoy de acuerdo contigo: un buen amigo es como un hermano que nosotros hemos elegido. Un cordial saludo.
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