Sobre
símbolos
Los símbolos tienen una enorme
importancia política. Como ya pusiera de manifiesto el excelente ensayo de
Manuel García Pelayo titulado “Mitos y símbolos políticos”, juegan un papel
esencial en el proceso integrador que trata de convertir una pluralidad social
en una unidad de poder. A ese proceso, nos decía García Pelayo, contribuyen
tanto una vía racional, como una irracional, a la que pertenecen los símbolos. Por
eso los símbolos políticos nos remiten a emociones, sentimientos e impulsos.
Con todo, las Constituciones, que representan claramente un intento de racionalización del poder, no han dejado de
incorporar algunos símbolos, probablemente para tratar de generar, más allá de
la obligación de acatamiento, un “sentimiento constitucional” que implique una
identificación de la comunidad política. En cualquier caso, como los
sentimientos pueden ser más o menos compartidos, en la medida en que son
individuales, libres y no siempre controlables, aunque cabe exigir siempre
respeto a todos los símbolos que la Constitución reconoce como oficiales de un
Estado, su efecto realmente integrador dependerá de muchos otros factores
sociales, políticos e históricos. La propia Constitución tiene un efecto
simbólico en la medida en que puede generar un apego que se identifica con el
que muchos ciudadanos sienten por su nación o su historia. En Estados Unidos
esta identificación resulta evidente para la mayoría. Por ello allí no fue
necesario elaborar un concepto como el de “patriotismo constitucional”, ya que
todo patriotismo suele ser constitucional, y el apego por la Constitución se
confunde con un sentimiento patriótico y de identificación con su historia. Fue
en Alemania donde se trabajó esa idea del patriotismo constitucional, para destacar
que, tras el régimen democrático de la Ley Fundamental de Bonn, el sentimiento patriótico
se desvinculaba del vergonzoso y reciente pasado nazi para unirse estrechamente
con los valores de democracia, dignidad humana y derechos fundamentales
consagrados en esa norma suprema.
Creo que en España ese concepto
también sigue resultando necesario, cuando ya casi han pasado cuatro décadas de
la Constitución de 1978. Algunos, desde unas u otras posturas, parecen querer
insistir en la identificación de los símbolos constitucionales con un pasado
histórico cada vez menos reciente y más felizmente superado, y otros no se
atreven a exhibirlos por complejos variados, o para evitar esa identificación.
Por cierto, los únicos símbolos constitucionales son el rey (símbolo de la
unidad y permanencia del Estado) y la bandera, que, con breves excepciones,
identifica a nuestra nación desde hace casi tres siglos, cuando Carlos III la aprobó
buscando un pabellón que destacase. Dicen que la elección de los colores rojo y
amarillo tuvo algo que ver con ser predominantes en los símbolos de los
antiguos reinos, sobre todo en la Corona de Aragón. Pero aquí a algunos parece
que les gustan las “guerras de banderas”. Creo que ya conté que me tocó vivir
nuestro único título mundial de fútbol en Ciudad de México, y en la celebración
posterior, que fue multitudinaria, me llamó la atención la convivencia (no tan
frecuente en nuestro suelo) entre nuestra bandera constitucional, la
republicana, y varias propias de algunas Comunidades Autónomas. Comprendí que
todos celebrábamos lo mismo, y cada uno mostraba el símbolo que mejor definía
su manera de ser y sentirse español.
(fuente de la imagen: http://fotorecurso.com/image/lt)
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