Referéndum y democracia
Para Rousseau, la representación es
la muerte de la democracia. Cuando el pueblo elige representantes, ya no es
libre, ya no existe. Pero en nuestras sociedades, bastante amplias y complejas,
parece impracticable un modelo de democracia directa. Ello no es óbice para
que, dentro de nuestros sistemas representativos, puedan introducirse
mecanismos que posibiliten la participación directa de los ciudadanos. Ahí
aparece el referéndum, que cuando es vinculante permite apelar de forma directa
a la soberanía popular para la adopción de decisiones políticas (plebiscito) o
la aprobación de normas. Es innegable que el referéndum es un instrumento
importante de democracia directa, y que su utilización prudente en determinadas
circunstancias puede resultar muy positiva y adecuada. Dicho esto, no creo que
se pueda afirmar categóricamente que, por sistema y en todo caso, la adopción
de decisiones por referéndum implica un mayor nivel de democracia que su
aprobación por otras vías, como pueden ser los representantes populares
(además, esas otras vías también pueden y deben permitir la participación
ciudadana en el proceso). La historia y el análisis comparado ponen de relieve
que, en ciertos contextos, el recurso al referéndum no refleja mayor calidad
democrática, sino que ha sido a veces un instrumento, más o menos condicionado,
para la mera ratificación y relegitimación de decisiones previamente adoptadas
por el poder. Para valorar este instrumento participativo, hay que tener en
cuenta factores como el contexto político y social, el sistema de comunicación
y difusión de la consulta, y elementos como la claridad de la pregunta, la
sencillez de las alternativas, la complejidad de la cuestión a resolver. Baste
pensar que el pronunciamiento popular sobre un texto constitucional o legal de
muchos artículos requiere un esfuerzo de simplificación y síntesis para ofrecer
una respuesta global a lo que normalmente será un conjunto de acuerdos y
desacuerdos. Igualmente, intentar resolver cuestiones complejas y que pueden
permitir diversas alternativas, con un “sí” o un “no”, no siempre es la fórmula
más adecuada.
En los últimos meses hemos
encontrado varios ejemplos de referéndums cuyos resultados pueden resultar
“llamativos”, y desde luego no eran los esperados por la autoridad legítima que
los convocó. Me refiero al referéndum del “Brexit”, y al más reciente sobre los
acuerdos de paz en Colombia. Algunos han venido a afirmar que “los referéndums
los carga el diablo”, pero yo desde luego no comparto esa afirmación. Lo que sí
parece cierto es que se trata de procesos cuya respuesta puede ser más compleja
o susceptible de una interpretación y análisis matizado. Yo no sé si la exigua
mayoría que en el Reino Unido votó por el Brexit realmente hubiera hecho lo
mismo si una de las opciones hubiera contemplado la permanencia en la Unión, en
condiciones diferentes. Ni, desde luego, creo que la mayoría de colombianos que
han rechazado los acuerdos de paz, estén en contra de la paz, sino de las
condiciones de la misma. En suma, conviene insistir mucho más en las
condiciones para que la adopción de decisiones sea más deliberativa y
participativa en nuestras sociedades, que en la necesidad de que esas decisiones
se ratifiquen necesaria y directamente por un pueblo que quizá no participó en absoluto
en su gestación, no fue suficientemente informado, o no puede elegir terceras
opciones.
(fuente de la imagen: http://www.gerardoperez.es/2014/02/)
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