jueves, 22 de diciembre de 2016

¿Navidades laicas?

¿Navidades laicas?


            En las sociedades occidentales, la separación entre el Estado y las confesiones religiosas es uno de los pilares básicos del sistema, como también lo es el reconocimiento de la libertad religiosa de los ciudadanos y de las comunidades. La cosa, por tanto, en principio estaría bastante clara: los particulares son libres de practicar sus creencias religiosas, vivir de acuerdo con ellas, y mostrarlas en sociedad (no solo en privado, como algunos dicen con absoluta carencia de fundamento, ya que sería un absurdo que, entre todos los derechos y libertades, fuera la libertad religiosa la única que no se pueda ejercer en público); en cambio, los poderes públicos deben regirse en este terreno por un criterio de neutralidad, que es compatible en algunos sistemas como el español con un deber de colaborar con las confesiones más representativas de las creencias religiosas de la sociedad. El asunto, sin embargo, es algo más complejo, porque también existe el deber de preservar y fomentar la cultura. Y muchas de las manifestaciones culturales de nuestras sociedades tienen, como mínimo, un origen religioso. Se quiera o no, es un hecho que las creencias religiosas, así como sus manifestaciones sociales, artísticas, literarias, entre otras, tienen un peso específico en nuestra cultura. Religión y cultura van muchas veces unidas. Basta pensar que gran parte de nuestro patrimonio histórico y arquitectónico está formado por iglesias y catedrales, muchas de las cuales mantienen su culto; o que la cruz está presente en gran cantidad de símbolos, por muy oficiales y laicos que estos sean, como las banderas de Suiza o Asturias, o el mismo escudo español (situada sobre la Corona). Por poner otro ejemplo, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos afirmó que, en Italia, la presencia de un crucifijo en las aulas de las escuelas públicas es una manifestación cultural tradicional, que no vulnera la libertad religiosa.     

            La Navidad es un ejemplo bastante evidente de lo que vengo contando. En nuestras sociedades, libres y plurales, para los particulares tendrá un sentido diferente en cada caso: religioso, tradicional, familiar, o tal vez para algunos carecerá de todo sentido. Sin embargo, la práctica totalidad de los estados occidentales de tradición cristiana celebran oficialmente ese día, y las sociedades muestran desde semanas antes símbolos externos de fiesta, con ciertos ecos de fraternidad y buenos sentimientos. Incluso un régimen tan laicista como el cubano reincorporó hace años la celebración de este día. Por supuesto, eso es compatible con el deber de neutralidad del Estado, pero también con el de colaboración. Algunos creen que para mantener el carácter laico del Estado, esta celebración ha de estar, al menos en sus manifestaciones públicas, desprovista de toda simbología religiosa. Y pretenden una “Navidad laica” como única forma de hacer efectivo el principio de no confesionalidad. Yo creo que esa interpretación es errónea, y además se aleja del deber de colaboración. Primero, porque los símbolos religiosos, como por ejemplo las figuras del belén, forman parte de nuestra tradición cultural navideña, mucho más por cierto que el personaje inventado por Coca-cola hace algunas décadas. Y segundo, porque todavía una parte significativa de la sociedad tiene, acaso en estas fechas más que en otras, algún sentimiento o creencia religiosa que los poderes públicos deben tener en cuenta. Nuestra Navidad es como es, y creo que la mayoría, con mayores o menores creencias, quiere mantenerla así. En todo caso, y con independencia de lo que cada uno de mis lectores crea u opine, feliz Navidad, o “felices fiestas” a todos.   

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