Radicalismos
“Radical” viene de raíz. Y está bien
ir a la raíz de los problemas. Pero en la vida política, social o económica,
diversos principios rectores, todos ellos positivos, entran habitualmente en
conflicto: libertad e igualdad, libertad y seguridad, libertad de tránsito y
seguridad nacional, igualdad y diferencia… Y además, cada uno de estos
principios admite siempre diversas interpretaciones, todas ellas en principio
legítimas en un Estado democrático y pluralista. Así, por ejemplo, para algunos
la igualdad exige que la misma respuesta que se dé a lo supuestos de violencia
de género se aplique a otros casos de violencia doméstica, mientras que, para
otros, exige exactamente lo contrario: una respuesta específica, diferente y
más contundente, para la violencia de género. Son solo algunos ejemplos de que,
en mi humilde opinión, en política los extremos son siempre peligrosos. Y que
el auge de opciones radicales y extremas, ya sea en la izquierda o en la
derecha, aunque sea admisible en la medida en que responde a opciones legítimas
de los ciudadanos, resulta bastante preocupante. En realidad, me permito opinar
que ese auge es propio de sociedades que no han sabido llevar a cabo un debate
social y político sano en determinados temas. De sociedades en las que, a golpe
de tuit de 280 caracteres y de opiniones breves, contundentes y casi nunca
suficientemente razonadas, se han perdido los matices. De sociedades en las que
lo políticamente correcto se ha impuesto en algunos temas, hasta el punto de
que dar otra opinión supone una osadía similar a la de aquella primera persona
que, en la famosa fábula del rey desnudo, se atrevió a decir que aquellos ricos
y elegantes vestidos que los sastres tramposos decían haber tejido para el
monarca, en realidad no existían. Y esta es la base del extremismo, cargado de
demagogia populista.
Lo vivimos cada día en nuestra
sociedad, aunque es evidente que esta característica, con los matices que sean,
es, por desgracia, una seña de identidad de nuestro tiempo en casi todos los
países occidentales. Tan demagógico y extremista es decir que las fronteras de
un país tienen que estar abiertas, y que todo inmigrante ha de ser siempre
acogido porque es un ser humano, como defender la construcción de un muro, o la
necesidad de expulsar sin más a todos los inmigrantes, o incluso solo a los
inmigrantes ilegales. Lo complejo es valorar que hay distintos principios en
juego, y buscar una solución intermedia, moderada, razonada, y que pondere y
afecte lo menos posible a esos principios. Tan demagógica es la solución
políticamente correcta de un feminismo obligatorio que se trata de mostrar no
como una ideología legítima, sino como la imposición totalitaria de una manera
de ver las cosas, como el rechazo en bloque a cualquier medida tendente a
conseguir la igualdad real entre mujeres y hombres. Tan demagógico, ya para
España, es decir que el estado autonómico es la causa de todos los males y que
hay que volver a un estado centralista, como considerar que nuestro modelo es
intocable. La política está llena de principios, y estos están llenos de
matices. Los debates deben ser abiertos y no eludir la complejidad de los
problemas. La solución casi siempre viene por la ponderación, y esta suele
conducir a soluciones moderadas, no radicales. Olvidar esto suele costar caro a
cualquier sociedad.
(Fuente de las imágenes: https://mx.depositphotos.com/67372735/stock-illustration-stop-extremism-problems.html y https://zarkopinkas.wordpress.com/2013/12/01/el-extremismo/ )
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