miércoles, 31 de agosto de 2016

El camino

El camino


            En los últimos días he tenido la ocasión de recorrer diversos caminos, y también me he cruzado con cientos de peregrinos. Caminar es bueno por muchas razones, y no tengo duda de que ayuda a la salud física y a la psicológica, facilita la tranquilidad de espíritu y la introspección. Pero creo que además contribuye a mejorar la empatía con otras personas, y especialmente con otros caminantes. Quienes se dedican al montañismo extremo han descrito numerosas situaciones en las que las personas dan lo mejor de sí para ayudar a cualquier otro, incluso para salvar su vida. Aunque también pueden verse ejemplos de lo peor, y sobre todo, todos los que realizan esas actividades saben que, en los casos extremos, el estado de necesidad justifica incluso el que cada uno se preocupe de salvarse a sí mismo y abandone a los demás. Sin llegar en absoluto a esas situaciones límite, hay una cierta solidaridad y una cierta empatía entre los caminantes de todo tipo. El camino es muchas veces más importante que la propia meta a la que se intenta llegar, y aunque cada uno tenga sus motivos u objetivos, precisamente compartimos ese camino.


            Es costumbre muy usual que los caminantes se saluden cuando se cruzan, aunque no se conozcan de nada. Puede ser un simple “hola”, un saludo breve, tal vez un simple gesto con la mano, pero también puede ser un comentario sobre el tiempo u otras circunstancias del camino. En las calles de nuestras ciudades eso no se ve nunca, y aunque es verdad que la cantidad de personas con las que nos cruzamos en la ciudad explica que el saludo continuo pueda resultar hasta molesto, creo que hay algo más en ese saludo espontáneo. Es, en realidad, el reflejo de un sentimiento de respeto e identificación con el semejante, tal vez una manera de expresar disponibilidad para el apoyo. De hecho, es también usual, sobre todo en las subidas o en los itinerarios de ida y vuelta,  el que los caminantes que se cruzan pregunten al que vuelve cuánto queda, o por dónde sigue el camino. Y siempre cabe esperar una respuesta amable y completa, aunque a veces esa respuesta pueda reducir las dificultades del tramo que queda, bien para dar ánimo, bien porque el que vuelve quiere presumir de haber avanzado mucho en poco tiempo… Claro que en los caminos (empezando por los muchos caminos de Santiago, que en nuestro país son por tantos motivos emblemáticos) también encontramos detalles y actitudes mucho menos reconfortantes con la condición humana, pero en general creo que la amabilidad y la cercanía, y la disponibilidad a ayudar, son la regla. Lo que me pregunto es por qué no trasladamos ese espíritu al más importante camino, que es el camino de nuestras vidas. Las mismas personas que muestran su lado más amable cuando se cruzan en un camino, no dudan en increparse y gritarse si cuando se cruzan tienen en sus manos el volante de su coche y se ocasiona la menor incidencia de la que creen (casi por definición) responsable al otro. Lo mismo podríamos decir del trabajo, o de la vida cotidiana en la ciudad. De la política, ni hablo. Algunos han reprochado a algunos de nuestros representantes el que se hayan tomado unos días de vacaciones. A mí, la verdad, eso me parece normal. Lo que no entiendo es que, lejos de volver más descansados y con un espíritu más amable y constructivo, algunos sigan instalados en la beligerancia verbal y la más absoluta negatividad. En fin, creo que nunca deberíamos olvidar que todos somos compañeros en el camino de la vida, compartimos sentimientos, propósitos y dificultades.

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