Asignaturas
pendientes
Es bastante frecuente señalar que la
proporcionalidad del sistema electoral y la existencia de un sistema de
partidos muy pluralista son síntomas de buena calidad democrática. Pero también
es habitual señalar como ejemplos de democracias que funcionan razonablemente
bien (entre otros) a la inglesa y la de los Estados Unidos de América. Que
tienen, obviamente, limitaciones y carencias, pero que son sistemas que
prácticamente nadie cuestionaría de forma global por falta de democracia. Y
esto es curioso, porque si nos detenemos un momento, encontramos que en el
Reino Unido hay un sistema electoral mayoritario, mientras que Estados Unidos
se caracteriza por tener uno de los sistemas de partidos más perfectamente
bipartidistas del mundo. Naturalmente, no estoy insinuando que estas
características (bipartidismo, sistema mayoritario) sean en sí mismas
positivas, ni mucho menos que sean el motivo por el que suele considerarse que
estos dos sistemas son modelos de democracia. Pero sí que pueden serlo a pesar de estas características. Porque
en realidad, la característica que hace que el modelo inglés sea positivamente
valorado es la cercanía entre electores y elegidos, consecuencia de la existencia
de pequeñas circunscripciones uninominales. Y probablemente, la más positiva
del sistema norteamericano es la democracia interna de los partidos políticos,
con un sistema bastante abierto de primarias.
Todo esto viene a cuento porque en
nuestro país se pone demasiadas veces el acento en la conveniencia de la máxima
proporcionalidad del sistema electoral, o en el hecho de que existan muchas
opciones políticas con representación parlamentaria, o en un entendimiento de
la democracia directa consistente en que tenga que someterse todo a referéndum.
Desde luego, la proporcionalidad es una exigencia constitucional para el
Congreso y las asambleas autonómicas (no así para el Senado, que sin embargo se
elige a través de el sistema tantas veces reclamado de listas abiertas y
desbloqueadas, sin que las diferencias con el Congreso sean en la práctica tan
acusadas). Pero lo que quiero poner de relieve es que, en mi modesta opinión,
ni esta, ni un sistema tan abierto que pueda llegar a la atomización de
partidos, ni tampoco necesariamente el referéndum para todo, son los aspectos
centrales de la regeneración que aquí hace falta. Lo que más que nada se
necesita son, precisamente, los otros dos elementos que he mencionado: más
democracia interna en los partidos, más cercanía entre representantes y
representados. No se trata de meros principios generales o ambiguos, sino que
obviamente los mismos deberían tener consecuencias importantes, tanto en la
organización y funcionamiento interno de los partidos, como en las formas y
sistemas de comunicación de los partidos con el electorado. Consecuencias que
no pueden ser un mero deseo, sino que deberían traducirse en reformas
normativas que vengan a imponer sistemas más democráticos y abiertos en el
gobierno de los partidos y designación de los candidatos; fórmulas de
comunicación, de respuesta a demandas y propuestas, de exigencias de
responsabilidad política individual cuando los electores piensen que sus
representantes no han cumplido lo prometido o no han respetado ciertos
parámetros éticos. Estas son, a mi juicio, las principales asignaturas
pendientes de nuestro sistema.
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