El Miradero F.
Javier Díaz Revorio
Cuando
las barbas de tu vecino…
Los resultados de las recientes
elecciones italianas ponen de manifiesto el creciente auge que en algunos
países europeos están alcanzando algunas propuestas políticas ubicadas al margen
de los partidos políticos más “convencionales” y con ciertos componentes
“antisistema”. Opciones bastante pintorescas y heterodoxas, antieuropeas y en
muchos aspectos radicales. Esta tendencia, que ya se advirtió antes en Grecia y
encuentra manifestaciones visibles en otros países europeos, me parece muy preocupante
porque, con el pretexto de la crisis económica y política, algunos “nuevos”
partidos terminan por cuestionar los pilares de un sistema que ha resultado muy
positivo para el mundo occidental y que costó mucho consolidar, así como de un
proceso de integración europea que, con todas las sombras que se quiera,
muestra también las mayores luces de la historia de este continente.
La
tentación de comparar el mapa político de estos países próximos con el español
resulta casi inevitable, y es muy probable que en esa comparación encontremos
elementos diferenciadores que podrían hacernos pensar que en España los
partidos políticos hasta hoy mayoritarios tienen bases más sólidas. Pero sería
un mayúsculo error, consecuencia de una incomprensible ceguera, no darse cuenta
de que las opciones moderadas están perdiendo terreno a pasos agigantados a
favor de otras más extremas, y que incluso las tendencias antisistema van
ganado adeptos, mientras crecen también quienes desconfían del entero sistema
de partidos. Yo creo firmemente que los sistemas que más desarrollo han
proporcionado a Occidente tienen como pilares opciones centradas, y que un
partido liberal moderado y uno socialdemócrata, ubicados ambos cerca del centro
político a pesar de sus netas diferencias, son imprescindibles en nuestro país
como en otros de nuestro entorno. Que estas opciones sean el PP y el PSOE u
otras no sería realmente relevante, pero lo que se ve es el auge de otras
corrientes que se escoran de forma más extrema a la izquierda, a la derecha, al
nacionalismo español o al independentismo. Desde luego, parte significativa de
culpa del auge de las opciones más radicales está en los errores de los
partidos más “clásicos”, que deberían emprender un proceso de profunda
reflexión y regeneración. Pero los ciudadanos deben pensar si verdaderamente
desean ser gobernados por opciones más extremistas, a las que tal vez deciden
votar más como señal de protesta contra las mayoritarias.
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